Chubut Para Todos

Walter White y José López Por Alberto Fernández

Breaking Bad (“Corrompiéndose” en español) es el título de una inquietante serie que cuenta la historia de Walter White, un profesor de química que un día se decide a producir y vender ilegalmente metanfetaminas.

Con enorme sigilo va montando su negocio. Intenta vanamente “blanquear” sus enormes ganancias a través de un “lavadero de autos” y cuando entiende la insuficiencia de ese mecanismo, empieza a esconder montañas de billetes en los cimientos de su propia casa, en barriles que entierra y en un depósito que alquila a ese fin.

Finalmente muere en un enfrentamiento entre narcos sin poder disfrutar todo el dinero que había acumulado.

Breaking Bad podría ser el título del libro que cuente la historia de José López, el hombre que durante doce años manejó la obra pública en Argentina. Un opaco funcionario sobre el que se cargaban sospechas que se volvieron certezas la misma madrugada en la que, escapando atribulado de su indefectible destino, decidió descargar del baúl de su auto más de ocho millones de dólares para ocultarlos en un olvidado convento con monjas que aún practican retiros espirituales.

En Argentina, José López pasó de ser un nombre y un apellido muy difundido a ser un sinónimo de corrupción. La cara que hoy exhibe altivo es el rostro del sinvergüenza que se vale de un cargo público para enriquecerse. Tan sólo por eso, deberá purgar sus culpas cuando la Justicia se ocupe de él.

Pero, dejando de lado su destino judicial, su conducta desmorona un relato que muchos abrazaron como dogma y otros cuestionamos desde el llano. Deja al descubierto la miserable retórica que permitió esconder detrás de ampulosas consignas un proceso de decadencia que empezó por colocar el mote de golpista a toda crítica, que siguió negando una inflación que carcomía los ingresos de los asalariados y que culminó invisibilizando a los pobres. Esas mismas consignas, sirvieron como pantalla para tapar la corrupción de algunos de sus actores.

No voy a sumarme a los que niegan los aciertos de ese tiempo como no es mi objetivo hacer leña del árbol caído. Al fin de cuentas López no reconoce la nobleza de la madera. Lo que sí intento es llamar la atención sobre lo que ha significado este proceso declinante que hoy queda al descubierto y cómo se lo blindó descalificando cualquier crítica.

Para que ello ocurriera, hizo falta la tolerancia de muchos formadores de opinión amparados al calor gubernamental y el silencio de muchos intelectuales que, lejos de ser la conciencia crítica del “proyecto”, acabaron legitimando con análisis forzados cada uno de sus errores. Fue necesario también que la obediencia a Cristina reemplazara el debate propio de cualquier fuerza política y que así se premiara la obsecuencia antes que la reflexión.

Renuncié a ese gobierno en un momento crítico, confiando que con mi partida se iniciaría un proceso de recambio que dejaría al margen a los más cuestionados. Cuando lamenté públicamente que no me hubieran escuchado, fui acusado desde el poder del Estado de ser un “hombre de las corporaciones mediáticas” infiltrado en el mismo gobierno al que había servido. De allí en más, cada vez que cuestioné sus políticas, soporté un sin fin de falsas imputaciones que iban de atribuirme propiedades en El Calafate hasta ser un lobista bien pagado por Repsol. Soporté que desde los medios oficiales y “paraoficiales” difundieran mi condición de “traidor” por el sólo hecho de denunciar cómo defeccionaban del “proyecto” los mismos que decían defenderlo.

No pretendo que ahora se reconozca lo que tal vez fueron mis aciertos. Pero sí aspiro a que la oportunidad rompa la necedad que ha imperado y se abra un debate que se torna imprescindible entre aquellos que aún nos sentimos progresistas. Pretendo que semejante desasosiego no sea en vano y sirva para algo más que para descargar culpas en un corrupto que ha sido descubierto.

Esta vez no hubo ninguna operación mediática que explique el incidente. El auto en el que López cargaba el dinero no fue dado por una multinacional del mal, ni los fajos de dólares que todos vimos fueron puestos allí por Clarín o alguno de sus “secuaces”. No hubo cámaras ocultas ni escenarios armados. Tan sólo quedó expuesto, sin contemplaciones, cómo se fue corrompiendo alguien que alardeaba con ser un “soldado” en la defensa de los que menos tienen.

Esa es una inmoralidad que no tiene perdón y que aparece cuando se callan las voces que disienten. Porque aunque todos sabíamos del daño que causa el “discurso único”, muchos lo convalidaron sintiéndolo “su discurso” y olvidaron que en política se evita el “breacking bad” de sus actores, cuando la crítica y la confrontación se vuelven moneda corriente.

Solo de ese modo es posible evitar que los Walter White florezcan. Lástima que algunos lo descubran cuando la penosa realidad que muestra José López acaba por atraparnos sin remedio.