Chubut Para Todos

Un reich para mi país

Bandas neonazis en Mar del Plata, un malogrado secretario platense de ideas hitlerianas y policías adoradores de la picana: radiografía del eterno retorno del fascismo vernáculo.

La designación de un tal Lautaro Grilli en la Subsecretaría de la Juventud del Municipio de La Plata por el alcalde Julio Garro fue finalmente desactivada a raíz de su ideología hitleriana, algo que en dicha urbe era de conocimiento público. El asunto –en apariencia un simple paso administrativo en falso– no es sino un signo de la brisa filonazi que corre en el subsuelo del macrismo.

El ejemplo institucional más obsceno de esta tendencia es el intendente del partido de General Pueyrredón –con cabecera en la ciudad Mar del Plata–, Carlos Fernando Arroyo, un confeso admirador del Tercer Reich.

No le va a la zaga la cosmovisión de los dos policías imputados por la represión del 18 de diciembre en la plaza del Congreso. Sin conocerse entre sí y perteneciendo a fuerzas distintas, los suboficiales Dante Barisone y Martin Luna tienen en común el simpático hobby de postear expresiones intolerantes y racistas en las redes sociales, incluido –en el caso del segundo– el himno del Partido Nacionalsocialista Alemán, Die fane hoch.

Tampoco pueden desligarse de tal fenómeno dos episodios de reciente factura: la vandálica incursión de “desconocidos” a la sede del Movimiento de Profesionales por los Pueblos (MPP) –donde trabaja Elizabeth Gómez Alcorta, la defensora de Milagro Sala, entre otros abogados de derechos humanos– y el atentado incendiario al automóvil del doctor Martín Alderete, quien a su vez patrocina a manifestantes detenidos. Recursos ultraderechistas de manual que tornan ineludible una pregunta: ¿Acaso el fascismo es la enfermedad infantil del PRO?

Milicias nocturnas del macrismo

Tomando como eje el carácter orgánico de ambos ataques, es posible suponer la autoría de elementos policiales –o agentes de inteligencia– efectuando horas extras junto a barrabravas en alquiler. Pero también hay que sumar matones de grupúsculos ultramontanos, siempre bien dispuestos para este tipo de faenas.

Lo prueban sus bestiales “visitas” en La Plata a una unidad básica de La Cámpora y a un local de Nuevo Encuentro, realizadas el 30 de agosto y el 10 de octubre de 2016. Al igual que los destrozos en la Ciudad Feliz del bar de la Asociación Marplatense de Derechos a la Igualdad (Amadi), ocurridos el 9 de febrero de ese año. Y la continuación hasta el presente de cacerías nocturnas efectuadas allí contra integrantes de la comunidad gay y residentes bolivianos.

Cabe destacar que de los dos primeros hechos se adjudicó la agrupación Vanguardia Nacionalista, a la cual pertenece Grilli, un muchacho que en el PRO reporta al titular platense de Coordinación Municipal, Oscar Negrelli, y también al presidente del Concejo Deliberante, Fernando Ponce. A su vez, los pogroms en Mar del Plata corren por cuenta del dirigente nacionalista Carlos Gustavo Pampillón, cuya comparsa, el Foro Nacional Patriótico (Fonapa), es nada menos que el grupo de choque del intendente Arroyo.

En este punto no está de más reparar en dicho funcionario. ¿Qué faceta de ese hombre tosco, desaliñado y con menos carisma que un alambre de púas habría encandilado a Mauricio Macri? Aún se lo recuerda sin nostalgia por su paso en la rectoría de la Escuela de Enseñanza Media Nº 2 de Mar del Plata, antes de ser nombrado interventor del Sindicato de Taxistas durante la última dictadura. A fines de los ochenta fue el operador civil de los carapintadas por su afinidad con el coronel Mohamed Alí Seineldín. Después supo integrar las listas electorales del represor Luis Patti por su pertenencia al Partido Popular por la Reconstrucción –un espacio de extrema derecha liderado por el militar Gustavo Breide Obeid– y en 2009 obtuvo una banca de concejal. También fue subsecretario de la Inspección General del partido de General Pueyrredón y director de Tránsito. En aquella etapa –corría la primera mitad de los noventa– fue procesado dos veces con prisión preventiva por “malversación de fondos” y “violación de domicilio con abuso de autoridad”, además de ser denunciado por la DAIA a raíz de los símbolos nazis que exhibía en su despacho: cruces gamadas y un pequeño busto del Führer.

A principios de 2015 Macri dio a conocer con entusiasmo la candidatura de aquel sujeto. “Hace mucho que Mar del Plata no es la Ciudad Feliz. Ahora, con Carlos Arroyo, el cambio es posible”, declamó entonces.

Poco después, durante el escrutinio de las PASO, Arroyo fue visto en su bunker a los abrazos con Pampillón, quien había sido llevado allí por Emiliano Giri, su jefe de campaña y principal operador.

Lo cierto que el amor entre ambos fue a primera vista. Al fin y al cabo los pergaminos del dirigente fascista agradaron al actual intendente: Pampillón ya tenía en su haber hazañas tan heroicas como vandalizar la señalización del centro clandestino que durante la dictadura funcionó en la base naval de Mar del Plata, un ataque al Centro de Residentes Bolivianos de esa ciudad, además de golpizas a mujeres durante una marcha feminista, entre otros embates.

Su grupo, que en ciertas ocasiones opera con el nombre de La Giachino –en homenaje al represor que murió en las islas Malvinas–, es en la actualidad la milicia secreta del intendente. Y comparte su cruzada moralizadora –o sea, apaleamientos callejeros de indigentes y gays– con el grupo Bandera Negra, dirigido por Alan Olea, a quien sin embargo le profesa un irremediable encono porque ese muchacho enamoró a su hija de apenas 16 años.

Pero tal vicisitud no enturbia su importante rol institucional; al respecto, el duce marplatense aseguró: “Arroyo defiende los mismos valores que yo. Y a Macri lo banco a muerte”.

No es el único de su calaña que piensa así.

Lo cierto es que en los últimos días el escenario fascista bonaerense fue monopolizado por el joven Grilli.

El pobre ya había anunciado en las redes sociales su designación como subsecretario de la Juventud en La Plata. Pero la alegría le duro hasta que sus antecedentes saltaron a la luz.

Pese a mostrarse sonriente y jovial durante los timbreos del PRO, en La Plata es vox populi su pertenencia a Vanguardia Nacionalista. Una pertenencia de añeja data que se remonta a sus días de estudiante en la Escuela Normal Nº 2, de donde fue expulsado tras agredir a una compañera por razones políticas.

Y –ya más cerca en el tiempo– se lo sindica como autor de las amenazas denunciadas por el militante peronista Gustavo Docters –hijo de un ex preso político y sobrino de desaparecidos–, quien en octubre de 2016 recibió en su celular un breve mensaje: “A vos te espera esto”; la frase estaba acompañada por la foto de una picana.

Tal adminículo parece ejercer una gran fascinación en Grilli, al punto de que en una oportunidad respondió en Facebook una crítica con las siguientes palabras: “Me voy a reír cuando te pasen la picana, zurdita”.

Los “zurdos” lo obsesionan. “Nosotros tenemos el orgullo de saber que los zurdos murieron en manos de gente como nosotros”, supo jactarse alguna vez. “No les queda otra que saber que están destinados a morir, a Falcon verde y a picana”, escribió en otra participación.

¿Acaso el intendente Garro no estaba al tanto del siniestro imaginario de este chico? ¿Acaso sus padrinos –Negrelli y Ponce– no le advirtieron aquella incómoda circunstancia?

Tuvo que ser una oleada de repudios encabezados por Estela de Carlotto y la agrupación HIJOS lo que finalmente frenó su nombramiento.

Ahora, como si nada hubiese sucedido, Grilli sigue repartiendo volantes en las calles de La Plata con la pechera del PRO.

Macri über alles

Para analizar desde una perspectiva más amplia el lado ultra de la ideología del PRO habría que retroceder al ya remoto 9 de diciembre de 2010 –a sólo dos días de que la Metropolitana, secundada por la Federal, acribillara a dos personas durante el desalojo del Parque Indoamericano–, cuando Macri, por entonces al frente del gobierno porteño, ofrecía una conferencia de prensa sin otro propósito que atribuir esos hechos a “la inmigración descontrolada de los países limítrofes”. Cabe recordar que eso propició una cacería de personas con decenas de heridos. En tanto, los medios sobreactuaban su estupor resaltando el carácter “espontáneo” de aquel enfrentamiento de “pobres contra pobres”.

Tal fue la lectura que hicieron sobre la súbita irrupción de un ejército de matones sindicales, barrabravas y punteros oscilantes entre el duhaldismo y el PRO. Lo cierto es que ello trazó una peligrosa bisagra en la historia argentina: era la primera vez desde la Semana Trágica –ocurrida en enero de 1919– que grupos de choque alistados entre la sociedad civil se lanzaban a la persecución de inmigrantes.

Pero lo de Macri no fue un desborde verbal sino el resultado de una fina maniobra urdida con esmero por Jaime Durán Barba. Todo comenzó a tejerse –según contó un dirigente del PRO al autor de esta nota– durante un almuerzo efectuado el 30 de noviembre de ese año en el comedor principal de Bolivar 1. Junto al consultor ecuatoriano estaba el vicejefe municipal Horacio Rodríguez Larreta y el secretario general Marcos Peña Braun.

Los tres observaban en silencio al alcalde, quien permanecía absorto en la lectura de unas hojas. Era un sondeo elaborado por la consultora Ibarómetro sobre índices nacionales de xenofobia. Sus cifras eran reveladoras: un 37,9% de los porteños y un 31% de los argentinos consideraba que los inmigrantes no debían gozar del derecho al trabajo, la educación y la salud pública. O sea, tales compatriotas tenían una cosmovisión similar a la suya. Cuando Macri cayó en la cuenta de tal coincidencia, Durán Barba esbozó una sonrisa.

Así fue como éste inició a su cliente favorito en el ejercicio del racismo populista, inspirado –tal como él suele jactarse entre sus íntimos– en la figura de Karl Lueger, el padre del antisemitismo moderno. Este político vienés de ultraderecha, que a principios del siglo pasado condujo la alcaldía de la capital austríaca, basó su proyecto en el odio racial para así promover la movilización de masas, fijando su tipología de partidarios en la clase media baja amenazada con extinguirse, cuya mísera situación social podía atenuarse con el consuelo de no ser judía. En otras palabras, el empleo propagandístico del resentimiento padecido por el ciudadano común fue la clave de su éxito. En ello, por cierto, se basaría luego Hitler –quien para Durán Barba fue “un tipo espectacular”– al escribir Mein Kampf. Lueger falleció en 1910 sin imaginar que 100 años más tarde el Bürgermeister de una lejana nación sudamericana que después llegó a la presidencia tomaría sus ideas para consolidarse en el poder.

Por Ricardo Ragendorfer – Revista Zoom