Chubut Para Todos

Tony Blair: “El peronismo puede resurgir si no se encierra en el pasado”

Tony Blair fue diez años primer ministro inglés, impulsó la Tercera Vía y habló de todo en un reportaje imperdible que le realizó Jorge Fontevecchia para el diario Perfil. Laborismo y nuevo peronismo. Malvinas. Papa argentino. El caso Trump. Los populismos. El rumbo de Macri, fueron los temas más sobresalientes.

En Argentina existe, desde mediados de los años 40 del siglo XX, el que se autotitula el mayor partido laborista del mundo: el peronismo. ¿Qué comparación puede hacer entre el Partido Laborista inglés y el Partido Justicialista?
—Suelo confundirme un poco en cuanto a cómo categorizar exactamente la política argentina, pero supongo que hay algunos elementos comunes. Por ejemplo, la manera en que el peronismo desarrolló su posición básica en torno a cuestiones de justicia social, una bandera histórica del Partido Laborista Británico. Es solo que el Partido Laborista tiene más que ver con un movimiento y no con un individuo que lidera. Nuestro partido no está arraigado en un individuo, en su idea del mundo, en su carisma. Ha tenido la capacidad de evolucionar y cambiar a lo largo del tiempo.

El hecho de que Argentina fuera el país emergente más desarrollado en 1930, la octava economía del mundo por entonces, ¿pudo haber facilitado la emergencia temprana de un partido laborista, casi al mismo tiempo que Inglaterra, el país más desarrollado por entonces?
—Sí, es posible. Pero lo que más me impacta de la Argentina es que debería ser uno de los países más exitosos y poderosos del mundo, realmente.

Lo fue, en los años 20. Era el país del futuro, pero el futuro nunca llegó para nosotros.
—Sí. Es como cuando hablamos del gran potencial del país. Argentina tiene una extraordinaria cantidad de recursos, gente muy talentosa. Así que la pregunta que surge es: ¿puede adoptar los cambios que se necesitan para el mundo moderno? Este es el reto actual que se les presenta a todos los países. La buena noticia es que lo que los países deben hacer es muy obvio; la mala noticia es que suelen existir grandes intereses respecto de cómo hacer esas cosas. Es el problema de siempre, un problema particular para los partidos de izquierda, porque a menudo confunden el interés colectivo con el interés público. El gobierno tiene un papel y los sindicatos también, y un papel muy importante. Pero a menos que las ideas del gobierno y los sindicatos y las del poder colectivo cambien y evolucionen con el mundo cambiante, terminarán convirtiéndose entonces en instituciones muy rígidas de intereses particulares, no de interés público. Y se interpondrán en el proceso de cambio. Esto aplica a las burocracias gubernamentales, a los sindicatos y a las industrias nacionalizadas. Todos tienen un papel que desempeñar si continúan cambiando. Pero si permanecen concentrados en un momento histórico determinado, a medida que el mundo se mueve hacia otro momento, entonces surgen los problemas.

Brasil tuvo que esperar más de medio siglo para que emergiera el Partido de los Trabajadores de Lula. ¿Los partidos laboristas existen donde hay clase media que los hace nacer o, al revés, son los partidos laboristas los que hacen que “exista” clase media?
—Debería ser tarea del Partido Laborista ayudar a impulsar a las personas. Debería ocurrir que, con un partido laborista en el poder, surja una clase media. Yo le diría a la gente que todo el mundo aspira a ser de clase media. Por lo tanto, el propósito de cualquier partido político de izquierda debería ser impulsar a la gente y permitir que cumpla sus aspiraciones. También es cierto que, a menudo, encontramos que las personas más activas dentro de un partido laborista son de clase media. Pero creo que el verdadero objetivo del movimiento obrero, del Partido Laborista, es crear una clase media.

Existe una sinergia entre ambas cosas…
—Sí, creo que sí. Pero la clave, sobre todo hoy en día, es entender que el propósito del poder colectivo, ya sea a través de los gobiernos, de los sindicatos o de un partido político, es liberar a la gente de las limitaciones de la pobreza, la educación deficiente y los contextos adversos. Liberarlos para que puedan lograr el éxito, no para celebrar que pertenecen a la clase obrera. Liberarlos para que puedan alcanzar su máximo potencial. Y ese es un cambio de actitud fundamental, muy necesario para los partidos políticos progresistas. Y en mi opinión, los partidos progresistas pierden poder cuando se paralizan en el tiempo.

¿La existencia de sindicatos fuertes también es condición necesaria para que emerjan partidos laboristas con capacidad de gobierno?
—Los sindicatos en el mundo actual deben desempeñar un papel clave, porque el lugar de trabajo está cambiando rápidamente y la gente necesita mucha ayuda durante el proceso de cambio. La gente necesita contar con aquellos que están ayudándola, asistiéndola. El problema con los sindicatos, y esto ha sido un problema aquí en el Reino Unido, es cuando se interesan más por la política que por el lugar de trabajo. Cuando no entienden que, como todo lo demás que he mencionado, el propósito del poder colectivo es permitir que la gente desarrolle su potencial. Por lo tanto, en el mundo actual es mucho más importante que los sindicatos ayuden a la gente a ser más competentes y no a tomar medidas laborales que las frenen. Estos temas son su responsabilidad, pero si los sindicatos se vuelven demasiado politizados, finalmente se debilitarán. A ver: ¿cuál es el mayor problema que tenemos para formar sistemas educativos en todo el mundo? Cuando los sindicatos se interponen en el camino del cambio. Si miramos al mundo hoy, y vemos las mejores universidades, las mejores escuelas, todas son producto de un cambio reformista. Si los sindicatos son parte de ese proceso, pueden ser útiles, pero la mayoría de las veces, y en la mayor parte del mundo, me temo que no lo son. No lo hacen.

Son parte del problema.
—Sí. Son parte del problema porque dicen: “No, el sistema se va a quedar como está”. Y cualquier intento de cambiarlo es traicionar los principios de la educación. Cuando hicimos la reforma educativa tuvimos que luchar todo el tiempo contra el movimiento sindical, lo que fue una locura.

Usted personalmente fue abogado especializado en derecho sindical a mediados de los 70. ¿Cómo era el mundo del trabajo entonces, y hoy? Creo que los cambios son más rápidos y me gustaría saber su opinión sobre la comparación entre los años 70 y la actualidad.
—Los años 70 fueron una época diferente. Lo que está sucediendo con el paso del tiempo es que cada vez menos personas adoptan el sindicalismo dentro del sector privado. Si no se es prudente, el sindicalismo se concentra en el sector público, y el problema con el sector público es que debe servir al interés público, por lo que debe servir al consumidor de servicios públicos. Pero el propósito del sindicato es proteger los intereses de los productores; por eso es necesario encontrar un equilibrio.

Un equilibro entre ambas cosas.
—Y es aquí donde surgen las dificultades. Cuando introduje las reformas del sistema de salud, que consistían en mantener un servicio de salud nacional, pero dando a la gente mayor libertad para elegir a su médico, y su hospital, llegábamos a ese punto enfrentándonos a personas que querían proteger los intereses de los prestadores. Pero eso no es lo mismo que el interés público. Así que este es el desafío. En la década de 1970, el sector privado en el Reino Unido todavía estaba fuertemente sindicalizado, pero si hablamos de la actualidad, creo que una proporción muy pequeña del sector privado está sindicalizada hoy en día. Eso se debe a que los propios sindicatos no se han adaptado adecuadamente a los tiempos que corren.

¿La globalización modificó definitivamente el rol de los sindicatos?
—Sí. Porque la globalización lo cambia todo. Cambia el contexto en el que la gente vive y trabaja. En mi opinión, la globalización es una fuerza que al final es impulsada por la gente, por la tecnología, el comercio, la migración. Es una fuerza imparable. La pregunta es cómo hacerla justa. El desafío para los gobiernos es cómo preparar a la gente para la globalización. Pero si se intenta evitar que suceda, si se excluye a la economía del mundo, no funciona.

En 1997 usted gana las elecciones y se convierte en primer ministro bajo consignas como “Trabajo para los que puedan trabajar” y “Seguridad para aquellos que no pueden”. ¿Cuánto más necesarios son esos conceptos hoy, y cuánto más difíciles de alcanzar?
—Sí, eran muy difíciles entonces y lo son ahora. Pero la idea fundamental es que, insisto: si queremos un Estado benefactor fuerte, existe un contrato en su centro, y el contrato debería ser que nosotros lo ayudemos a ayudarse a sí mismo. Pero el Estado exige obligaciones y responsabilidad.

A mediados del siglo pasado los trabajadores eran mayoritariamente obreros, pero a fines de siglo eran más los empleados en servicios. ¿Ese cambio de usos y costumbres obligó a cambiar al Partido Laborista?
—Sí, así fue. Yo representé al distrito del noreste de Inglaterra. Cuando vivía en el condado de Durham, en el norte, la mayoría de la gente trabajaba en la industria de la minería de carbón. Comenzaban a los 14 años y salían a los 50, 60 años. Eso hacían durante toda su vida. La industria del carbón ya no existe. Esto es parte del cambio, por eso el papel del gobierno hoy, y de los partidos políticos del lado progresista, será ayudar a la gente en este proceso de cambio, proporcionarle las herramientas que necesitan. Por eso la educación es lo más importante que podemos hacer por un joven en la actualidad. Educarlo.

John Maynard Keynes pronosticó que para 2030 solo quedarán trabajos en los servicios porque las máquinas habrán sustituido los trabajos industriales. ¿Cómo imagina el papel de los sindicatos dentro de poco más de una década?
—No, no es totalmente correcto. La automatización creará muchos tipos diferentes de puestos de trabajo, y hoy también lo está haciendo. La distinción entre la industria manufacturera y la de servicios vista de una manera tan tradicional no es válida. En mi país hay mucha gente trabajando en industrias creativas, nuestro sector tecnológico emplea a dos millones de personas.

¿Piensa que es una categoría del pasado?
—Sí, lo es.

El Partido Laborista ganó su primera elección en 1920, veinticinco años antes que el peronismo ganara su primera elección. Bajo su conducción, en 1997, tuvo una reconversión al centro. ¿Puede ser que el peronismo también 25 años después, en estos años, tenga que hacer su reconversión al centro para adecuarse a los cambios en el mundo laboral?
—Bueno, supongo que es una decisión que deberán tomar ellos. Cuando gobernábamos, trabajamos mucho para mejorar las oportunidades en materia de educación, mejorar el servicio de salud que el gobierno anterior había descuidado, hicimos fuertes inversiones en las comunidades más pobres, logramos reducir significativamente la pobreza infantil y de los pensionistas. Acostumbro a decir que estar en el centro es simplemente una pequeña maniobra. Estar en el centro no significa haberse movido a la derecha, sino que se está dispuesto a utilizar nuevos medios para lograr los fines tradicionales. En otras palabras, la meta de la justicia social sigue siendo el objetivo galvanizador. Pero la manera de lograr justicia social debe cambiar, a medida que cambia el mundo. Por eso creo que cualquier partido político que no avance con los tiempos enfrentará dificultades. Nunca se deben confundir las políticas coyunturales con los principios a largo plazo.

Con su triunfo en 1997, el Partido Laborista logró quebrar la racha de no poder ganar las elecciones desde 1974, en gran medida por el giro a la derecha a partir de los triunfos de Margaret Thatcher. ¿Qué cambió el Partido Laborista para volver a ganar con usted después de casi un cuarto de siglo conservador?
—Lo que intenté hacer con el Partido Laborista fue convertirlo en un partido socialdemócrata europeo moderno. Eso significaba que queríamos fomentar el espíritu empresarial y emprendedor, una buena relación con el sector empresarial. Pero también introdujimos derechos laborales: el primer salario mínimo en el Reino Unido. Eramos socialmente liberales; como dije, hicimos grandes inversiones en el ámbito público. Pero siempre entendimos que, si la economía no era fuerte, teníamos un límite a lo que podíamos hacer en términos de justicia social porque había que crear riqueza para después distribuirla. Siempre me sentí muy motivado por el hecho de que, en sus cien años de historia, el Partido Laborista nunca había ganado dos períodos completos.

Con más del 40% de los votos.
—Fuimos el primer Partido Laborista en ganar dos períodos completos consecutivos, y de hecho ganamos tres. En mi opinión, pudimos hacerlo porque nos ubicamos, sin reparos, en la posición de centroizquierda. Logramos crear una nueva circunscripción electoral de apoyo. Eran tiempos difíciles, pero aun así ganamos las elecciones de 2005 y las ganamos, al final, con una comodidad razonable.

Thatcher, decidida a reducir el poder de los sindicatos, llevó adelante la mayor confrontación en la huelga de los mineros en 1984. Como si se tratara de una guerra, ella dijo: “Tuvimos que luchar con el enemigo en el exterior, en las Malvinas. Pero siempre tenemos que estar alertas del enemigo interno, el cual es más difícil de combatir y más peligroso para la libertad”. En la Argentina, los partidos que compiten con el peronismo también lo acusan de usar las huelgas y protestas para debilitar a los gobiernos de otros partidos. ¿Un partido de los sindicatos es, a la vez, juez y parte?
—Sí. La gente olvida el primer intento de reformar los sindicatos en el Reino Unido, porque tienen mucho poder y a menudo lo ejercen sin rendir cuentas. El primer intento se hizo en los años 60, bajo la dirección de Howard Wilson, el primer ministro laborista. Pero fracasó. Así que, en mi opinión, si la izquierda no hace la reforma necesaria, llegará la derecha y la hará de manera muy severa. Eso es, básicamente, lo que ocurrió.

Para volver a ganar después de cuatro derrotas consecutivas entre 1979 y 1992, usted promovió que el Partido Laborista abandonase su tradicional posición de mayor participación del Estado en la economía. En la Argentina, el peronismo viene de perder dos elecciones seguidas y corre el riesgo de perder la próxima. Para volver a ganar, ¿el Partido Justicialista en Argentina deberá imitar lo que usted hizo?
—Mire, la gente siempre va a tomar sus propias decisiones y el contexto de cada país es diferente. Pero cuando miro el mundo actual, creo que está muy claro lo que funciona y lo que no. A menos que se cree una economía fuerte con un sector empresarial que sienta que tiene la estabilidad que necesita para crecer y prosperar, no creo que se pueda tener éxito. Hoy el capital humano es realmente muy importante, y eso requiere que se hagan grandes reformas y cambios en el sistema educativo. No hay ningún país del Primer Mundo que triunfe sin un buen sector universitario. Si observamos las mejores universidades del mundo, dominan los EE.UU. y, en segundo lugar, el Reino Unido. Pero eso fue solamente porque nos preparamos para hacer grandes reformas en nuestro sector universitario. Hay dos universidades de Singapur entre las cincuenta mejores, aunque es un país pequeño.

Sí, prácticamente una ciudad.
—Claro. Como antes le dije, el verdadero reto para los líderes políticos de hoy es hacer algo bastante obvio, pero muy difícil de lograr. Por eso las reformas básicas que el presidente Macri introdujo cuando llegó y el posicionamiento básico de Argentina fueron bien recibidos por la mayoría, porque pensaron: “Bueno, al menos hay un intento de entender que esta es la forma en que funciona el mundo”. No importa en qué región se encuentre, los países que triunfan tienen ciertas cosas en común: sectores educativos fuertes, capacidad para que las empresas crezcan y estimulen el emprendimiento. Hoy se crean muchas más empresas por parte de personas que trabajan por cuenta propia. Así funciona el mundo. En Gran Bretaña hemos hecho importantes cambios en nuestro sector tecnológico también. Se lo alienta, y lo anima hacia las universidades para crear tecnologías derivadas. El resultado es que Gran Bretaña tiene más “unicornios”, tecnologías o empresas unicornio, que los demás países europeos en su conjunto. Esto no sucedió por casualidad, sino por las decisiones que se han tomado. La industria alemana es fuerte porque tomó ciertas decisiones y, por cierto, los sindicatos cooperaron a menudo en la toma de esas decisiones. Así funciona el mundo. O se aprenden esas lecciones y se las aplica, o se piensa “lo haremos a nuestra manera” y luego… se choca con un muro de ladrillos.

Bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn, el Partido Laborista volvió a girar a la izquierda. ¿Son ciclos razonables en la historia de los partidos o alguno de los dos giros, el suyo o el de Corbyn, fue un error? Ahora se coloca hacia la izquierda y usted lo llevó al centro. ¿Se trata de una contradicción o son ciclos complementarios?
—No son complementarios, son diametralmente opuestos. En Occidente existe hoy un fenómeno que es el surgimiento de la derecha nacionalista y de una izquierda bastante anticuada, y ambas cuentan con un importante apoyo público. Luego existe una especie de punto medio que, a menudo, no está muy bien representado. Macron es el ejemplo de alguien que vio ese punto medio y avanzó hacia su representación. Pero si miramos a otros lugares, si miramos a los republicanos y demócratas en Estados Unidos, si miramos a los conservadores y laboristas en el Reino Unido, ese punto medio no está realmente representado. Personalmente no creo que se pueda ganar una elección desde la extrema izquierda, pero, por otro lado, cabe señalar que hoy día no se puede hacer predicciones sobre política occidental. ¿Estoy de acuerdo con la dirección del Partido Laborista? No. Creo que es un grave error.

Estos frentes radicales de izquierda y derecha ¿son funcionales entre sí?
—Bueno, hay otros dos asuntos importantes. Existe una ansiedad económica causada por la crisis financiera, por la globalización, y luego existe una ansiedad cultural. Muchos de los países occidentales sienten que la inmigración ha sido excesiva. Se preocupan sobre todo por las influencias del mundo musulmán, que no acepta nuestros valores, y eso produce una serie de ansiedades. Existe una gran división generacional. Lo que esto genera es una atmósfera bastante fragmentada y dividida en la política occidental. Y lo curioso es que tanto la izquierda como la derecha nacionalista en un momento dado se han unido, porque tienden a ser antiglobalización, más aislacionistas, más a favor del proteccionismo. Creo que todas estas cosas son un error, pero eso es lo que somos.

Usted acusó a la actual conducción del laborismo de “populismo autoritario”. ¿Cómo define ese populismo autoritario y qué puntos de contacto tiene con los populismos latinoamericanos de izquierda?
—Yo defino al populismo como tomar los reclamos de la gente, controlar su ira y no dar una respuesta. En otras palabras, se obtienen soluciones que no son realmente soluciones, sino intentos de culpar a otras personas por los problemas. La izquierda culpará a las empresas, la derecha culpará a los inmigrantes. El Brexit, literalmente, no resuelve un solo desafío que el pueblo británico enfrente en los próximos años. En cada desafío que tenemos, desde modernizar nuestra economía, educar a nuestro pueblo, equilibrar el crecimiento, reformar nuestro sistema sanitario, implementar la ley y el orden en nuestras calles; Brexit no enfrenta ni uno solo de estos desafíos. Pero Europa se convirtió en un chivo expiatorio de todas las dificultades, los retos del país. Eso es lo que quiero decir con populismo. Es cuando el interés en señalar a los culpables es mayor al de proporcionar soluciones reales, que funcionen.

En 1997 usted propuso la Tercera Vía. ¿Cómo sería una tercera vía, dos décadas después?
—Puedo decir que alguien como Macron en Francia es esencialmente una versión moderna de esto.

¿Durante la guerra con Irak usted rezaba todas las noches?
—Soy cristiano practicante, así que la oración es parte de mi vida. No hice nada especial cuando estábamos en el conflicto.

Usted es católico; se convirtió de la religión anglicana a la religión católica. ¿Por qué?
—Mi esposa es católica, mis hijos se criaron como católicos, así que para mí fue algo… natural. Me crié en la Iglesia de Inglaterra, pero sentí que la Iglesia Católica era más mi hogar.

Como católico, ¿qué opinión tiene sobre las posiciones del papa Francisco sobre el trabajo y el capitalismo?
—Creo que el papa Francisco ha traído un espíritu a la Iglesia Católica que era necesario. Su sentido de compasión y de justicia es importante en este momento. También es importante recordárselo a la gente, porque en Occidente hay muchos que solo se limitan a leer sobre la Iglesia Católica y los escándalos. Es preciso recordarles el increíble trabajo que realiza la Iglesia en todo el mundo. Mi instituto, el Tony Blair Institute for Global Change, está muy activo en Africa, estamos trabajando con equipos de personas en cuarenta países diferentes. La Iglesia hace un trabajo importantísimo con algunas de las personas más pobres y desfavorecidas del mundo. El papa Francisco, en cierto modo, es un recordatorio de que el núcleo de la Iglesia es una misión de humanidad y progreso, no de medicina e instituciones.

En Argentina se dice que Francisco es el primer papa peronista, y transitivamente se podría decir que es el primer papa laborista. ¿Percibe el discurso del Papa como un discurso laborista?
—Creo que el Papa es el más indicado para responder a estas preguntas. No creo que deba convertirme en su portavoz.

No sé si ha leído la encíclica “Laudato si’” del Papa, donde critica el capitalismo y el materialismo. ¿Es el papa Francisco el desarrollador de la Tercera Vía, el promotor de sus ideas, 25 años después?
—No creo que esté haciendo eso, pero creo que le está recordando a la gente del mundo actual que los bienes materiales no son todo. Que hay una dimensión espiritual en la vida que es esencial, y que es importante ser creativo.

¿Hay en su Tercera Vía alguna reminiscencia de la prescripción de la socialdemocracia sobre “todo el mercado que sea posible, y todo el Estado que sea necesario”?
—Todavía creo que esa es la mejor manera de intentar lograr un equilibrio. Este equilibrio es importante porque es necesario, hoy en día, para gobernar. El mundo está cambiando muy rápidamente. La gente necesita al gobierno para ayudar a la sociedad, para ayudar a los individuos, pero el propósito de un gobierno debe ser estratégico y de empoderamiento. Nunca de control. El propósito es, por ejemplo, la educación, la infraestructura; estas son cosas que empoderan a la gente. No que se asiente sobre una burocracia enorme que ahogue los proyectos de los ciudadanos, eso no es lógico. Pero solo el gobierno puede reformar la educación, la atención sanitaria, la ley y el orden, estas cosas básicas que la gente necesita. El gobierno es necesario, pero también lo es un sector privado fuerte. Se necesita que las empresas crezcan, que sean capaces de adaptarse; se necesita gente que tenga grandes ideas para convertirse en empresarios y ser exitosos.

¿Qué papel cree usted que tendrá la tecnología en ese proceso de crecimiento y en el futuro inmediato?
—Particularmente estoy obsesionado con la próxima revolución tecnológica. Creo que va a ser completamente masiva en sus implicaciones, para las empresas, para las industrias, para la forma en que vivimos, trabajamos y pensamos. Y el propósito del gobierno debería ser crear el ambiente en el que la gente pueda usar el cambio tecnológico que está ocurriendo para iniciar negocios y hacerlos crecer. La tecnología de hoy lo cubre todo, va a cambiarlo todo. Uno de los propósitos del gobierno debe ser crear las condiciones para que la gente tenga la educación, primero y segundo, la libertad de usar esta tecnología para formar nuevos negocios y empresas. Así se crean los empleos del futuro.

El sociólogo Anthony Giddens llamó a su Tercera Vía “la mayor revolución de nuestra época”. ¿Cuáles serían las revoluciones posibles en esta época?
—Creo que para renovar ese concepto para el mundo actual, el papel de la tecnología es importantísimo.

“El gran problema con los sindicatos es cuando se interesan más por la política que por el trabajo.”

La tecnología es la revolución de hoy.
—Sí.

¿Cree que la inmigración es una nueva forma de lucha de clases?
—Yo lo diría así: fomentar la inmigración es bueno, siempre y cuando venga acompañada de controles y orden, siempre y cuando los que emigran a un país también se integren. La inmigración es, probablemente, el mayor problema en la política occidental en este momento y debe manejarse con mucho cuidado. Porque la migración siempre es buena para la economía y la sociedad. Trae energía fresca. Pero tiene que acompañarse con reglas y orden.

¿Cómo fue su relación con Argentina durante los diez años que fue primer ministro?
—Después de la Guerra de las Malvinas, siempre fue difícil. Pero por otro lado interactué mucho con el gobierno argentino, Recuerdo que Carlos Menem me visitó en Downing Street, de hecho, hice yo también una visita corta a Argentina, en 2001 creo. Siempre me ha fascinado Argentina como país. Cuando uno la estudia, se nota que sus posibilidades son inmensas.

¿Cómo imagina la recreación de un nuevo peronismo? ¿Es posible recrear un nuevo peronismo?
—Sí, es posible. Esto es algo muy difícil de decir, siempre estoy consciente de las diferencias en la política de las diferentes personas, pero la esencia de la política, especialmente cuando se deriva de un individuo muy carismático y extraordinario, es difícil, muy complejo. Se puede mantener vivo un espíritu, pero encerrarse en el tiempo pasado no es la decisión más conveniente. Se trata de un período muy diferente al que vivimos en la actualidad.

¿Cuál es su opinión sobre el futuro del conflicto por las islas Malvinas?
—Solía hablar mucho del tema cuando era primer ministro. Por consiguiente, es mejor que lo remita a todas esas declaraciones.

Déjeme pasar a Maquiavelo que, en “El príncipe”, decía que el líder precisa voluntad y fortuna. Usted fue el primer ministro más joven en la historia de Inglaterra, fue el miembro del Partido Laborista con más años en el poder. ¿A qué atribuye este logro? ¿Cree también en una dosis de fortuna?
—Creo que todas las carreras políticas exitosas tienen algo de suerte. Para llegar a la cima se necesita bastante fortuna. Pero siempre atribuí los tres períodos a una idea, y esa idea era modernizar el Partido Laborista. Sin esa modernización, nunca hubiéramos ganado tres períodos consecutivos. Podríamos haber ganado un período, pero no tres.

Hay un surgimiento de ganadores de elecciones en todo el mundo que provienen de fuera de la política y los partidos tradicionales. ¿Lo ve como una amenaza o una oxigenación para la política?
—Creo que estimulará el incentivo político para hacer cambios, para despertar ante los nuevos desafíos. Finalmente, la política es como cualquier otra actividad. En primer lugar, se trata de un asunto mucho más difícil de lo que la gente piensa. Y, en segundo lugar, el hecho de que uno venga de un entorno ajeno a la política no lo descalifica, pero tampoco lo califica. Las decisiones todavía tienen que tomarse, esas decisiones son difíciles y siguen requiriendo habilidad y capacidad política. El populismo es una llamada de atención. Pero creo que hay una enorme diferencia entre ellos: cuando hacen campaña, lo que les resulta muy fácil; y cuando gobiernan, lo que les resulta muy difícil.

Dejó de ser primer ministro con 52 años, y ahora con 63 volvió a la política. ¿En su propia experiencia, hay edades mejores y peores para asumir la responsabilidad de gobierno?
—Esa es una buena pregunta, pero nunca sabré la respuesta. Ahora creo que quizá yo era demasiado joven, pero recuerdo que en ese momento pensé que tenía la edad justa.

“Me reuní con el presidente Macri un par de veces y creo que está tratando de hacer lo correcto.”

Se dedicó por más de diez años a los negocios. ¿Qué diferencia hay entre la actividad privada y la pública? ¿Qué posibilidades tienen los grandes empresarios de pasar con igual éxito a la vida pública?
—Hay un componente de mitología sobre esto. De hecho, pasé la mayor parte de los diez años, desde que dejé el cargo, en mi actividad sin fines de lucro, y ahora es en este instituto donde hacemos nuestro trabajo para ayudar a que la globalización funcione para la gente. Cuando uno deja un cargo, tiene que crear su propia organización, lo cual es muy difícil porque debe recaudar fondos o generar financiamiento para ello. Intenté hacer algo que ningún antiguo primer ministro británico hizo: crear una nueva organización y una nueva plataforma.

Usted había llegado a promover que Inglaterra se sumara al euro. ¿De haber prosperado el cambio de la libra por el euro, hubiera dificultado el Brexit?
—La verdad es que íbamos a introducir el euro únicamente si la economía funcionaba. Siempre dije que la moneda única era un proyecto motivado por la política, pero expresado en la economía. El problema con Gran Bretaña y el euro fue que nuestra economía no se movía en sincronía con la de Francia y Alemania, así que para nosotros siempre iba a ser difícil unirnos al euro. Políticamente siempre pensé que era una buena idea, pero económicamente dudábamos. Por eso no lo hicimos.

En Argentina tenemos un problema crónico de inflación y devaluaciones de nuestro peso, algo similar (aunque en menor proporción) a lo que le pasaba a Italia con la lira antes de ingresar al euro. Recurrentemente se discute la posibilidad de pasar al dólar, directamente. ¿Qué ventajas tiene no tener una moneda nacional?
—La ventaja de una moneda nacional es que permite que las fluctuaciones en su moneda coincidan con su verdadera posición económica. El problema con una moneda única es que, si hay diferentes partes de la moneda única moviéndose de distintas maneras, entonces puede ser rígida, puede volverse como fue el modelo del oro en el siglo XX. Pero creo que el problema de la moneda nunca es el mayor desafío. El mayor desafío es reformar la oferta de la economía.

Es una consecuencia.
—Exactamente. Si examinamos el problema de Italia hoy, cuando se unió a la moneda única es que tenía que hacerlo. Lo que les dio un impulso inmediato a los tipos de interés. Pero luego debía realizar una reforma estructural enorme y profunda. Eso no sucedió. Así que, oh sorpresa; ahora sabemos que la economía italiana no es como la alemana.

Ultima pregunta: ¿cuál es su opinión sobre la guerra comercial que promueve Trump?
—Creo que todo depende de cómo termine. Entiendo la ansiedad de los Estados Unidos por el comercio. Si lo que está haciendo crea una situación en la que se producen cambios y todos se acomodan, está bien. El único problema con la batalla arancelaria es que, una vez que ha comenzado, ¿puede detenerse?

No se sabe cuándo detenerla.
—Sí. Ese es el problema. Así estamos, entonces…

¿Está preocupado?
—No por el momento. Creo que lo mantendrán dentro de los límites. Pero ya veremos, porque obviamente les provoca muchos problemas a ustedes. Me he reunido con el presidente Macri un par de veces y creo que está tratando de hacer lo correcto para Argentina. Pero obviamente el país está muy afectado por lo que sucede.