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Territoriales Vs. Milicianos: la pelea que divide al peronismo

Sin esperar a acomodarse como oposición eficaz al macrismo, el peronismo entró esta semana en el capítulo final de un cisma que, a la vista, no hay cacique que lo arregle. Es algo que produce fruición en el gobierno, que festeja las inquinas de las tribus de la oposición como una oportunidad para ocupar el centro de la agenda. El peronismo lamenta las divisiones que lo ponen en situación de calle ante un Mauricio Macri que no es Fernando de la Rúa, que avanza sobre espacios críticos y captura voluntades, aunque los gestos fuertes le cuesten resentir su espacio interno, como ocurrió con el aval a la asunción de Ricardo Echegaray en la AGN (Auditoría General de la Nación)– que hizo saltar la térmica de Elisa Carrió -o antes los decretos de designación de jueces de la Corte en comisión. Por Ignacio Zuleta para zuletasintecho.net

La emergencia de un Macri que no exhibe frenos para avanzar con métodos que el peronismo reclamaba como propios y con exclusividad, como caminar por la cornisa y al borde de la legitimidad republicana, transmite a sus opositores el mensaje de que él capaz de extravagancias que no se le ocurrieron al anterior gobierno ni en su noche más calenturienta. “No es prudente”, le dijo en su hora Cristina de Kirchner a Eduardo Barcesat cuando éste le recomendó designar por decreto a Roberto Carlés en la Corte. El peronismo empieza a convencerse de que Macri hace cosas imprudentes y que Pepín Rodríguez Simón – gerente de esos avances – es más ocurrente y audaz que Carlos Zannini, que se creía insuperable con sus novelescos decretos.

Los caciques del peronismo han encendido alertas amarillas para enfrentar este primer capítulo del nuevo gobierno y negocian una serie de convocatorias más o menos secretas. La más notable es la que lleva este fin de semana a Pinamar a Daniel Scioli para parlamentar con Juan Manuel Urtubey, invitados por el celestino Diego Bossio. Ocurre en la provincia de Buenos Aires adonde es más cruda la puja entre dirigentes de peso territorial – identificados con la marca PJ – y los milicianos del cristinismo que se mueven desde las posiciones legislativas con que fueron premiados por Cristina de Kirchner para la era, que es ésta, de la resistencia.

Esa cita en la costa busca hacer un recuento globular de los territoriales y se superpone con otra de los milicianos cristinistas que debió ocurrir en estas horas. Se postergó hasta la semana próxima. Jorge Capitanich, que es un territorial en el Chaco – ganó la gobernación y la intendencia de Resistencia para el peronismo – pero un miliciano en el orden nacional, regresa al país recién el fin de semana. Tampoco podía acercarse Gildo Insfrán, retenido en Formosa por las inundaciones y una visita del Presidente del Paraguay. Capitanich está a cargo de la presidencia del PJ por licencia del declinante Eduardo Fellner; Insfrán es titular del congreso partidario. Tienen que armar la convocatoria para el mes de febrero del congreso del partido que convocará a las elecciones de nuevas autoridades a que los intima la justicia con fecha límite de junio.

Los dos saben que Scioli ya pidió color para competir en la interna por el control de PJ, toda una novedad para el formato del personaje que, al igual que Cristina de Kirchner, nunca manifestó demasiado interés por los cargos partidarios, que ha ejercido casi a reglamento. Que se junte con Urtubey en lo de Bossio le da más color a la competencia; algo que crecerá si a esa cita en Pinamar se suman otros territoriales como los gobernadores Sergio Uñac (San Juan) y Sergio Casas (La Rioja), o el referente de más peso de ese sector, pero que no es ya gobernador, José Luis Gioja.

Este juego del hambre tiene por ahora dos árbitros; uno es Cristina de Kirchner, referente de los milicianos, con quienes ha empezado a hablar esta semana como candidata para 2017. ¿A qué? Las señales indican a una banca de senadora por Santa Cruz, una manera de eludir la amenaza de una confrontación perdidosa ante los territoriales de Buenos Aires, distrito al que ya representó en el Senado. Sobre Cristina no hay dudas de su compromiso con todo lo que se le ponga enfrente al pejotismo y a los territoriales, en cualquier distrito.

El otro árbitro, y sobre el cual esperan señales más claras los territoriales, es Scioli, a quien el peronismo mira como el mejor candidato a senador en 2017 pero al que observa como exageradamente respetuoso del plan cristinista. Los territoriales lo querrían independizado de la relación política con Cristina y no entienden por qué el ex gobernador insiste en esperar a ver qué hará ella en el futuro. Del lado de Scioli responden que él no atacará a la figura de Cristina – tampoco lo quieren hacer a la descubierta los territoriales – pero que si profundiza la pelea con los milicianos precipitará una división del peronismo cuya factura no quiere, ni le conviene, pagar.  Scioli cree que cualquier proyecto supone absorber al cristinismo, pero también al delasotismo y al massismo. Sin esas tribus sobre la cubierta, sería el líder de una fracción y con eso no le basta para ganar la elección de 2017. El proyecto principal del peronismo es hacerle perder a Cambiemos las legislativas de ese año, y convertirlo a Macri en el Alfonsín del ’87 y clausurarle la gobernabilidad y un futuro con reelección en 2019.

La principal ocurre en Buenos Aires, adonde los intendentes del Frente Nacional Peronista estuvieron reunidos dos veces en 24 horas para alzarse, como territoriales, contra los milicianos que lidera José Ottavis en la legislatura. El lunes estuvieron en Almirante Brown llevados por Mariano Cascallares y en La Plata para apurarlo a este gerente del cristinismo con demandas: 1) que deje de negociar con Massa en nombre del peronismo; 2) que negocie una aprobación del presupuesto con la minuta de los intendentes, que incluye fondos para obras y seguridad y un tope del endeudamiento en los $ 60 mil millones. Esas reuniones fueron promovidas desde La Ñata, después de que Scioli declinase la invitación de Macri a viajar juntos a Davos y arrinconase a Massa – que sí aceptó el viaje – en el rótulo del “oficialista Blue”. Este gesto de descalificación de las changas de Ottavis es un acercamiento de Scioli hacia los territoriales, a quienes halaga también que el ex gobernador acentúe las críticas a Macri y a María Eugenia Vidal. Que este liderazgo crezca, creen estos territoriales, es imprescindible para contener a los intendentes que, sueltos, pueden ser capturados de a uno por el macrismo que puede asegurarles la supervivencia en estos 4 años.

La otra trama que expresa este cisma es la novela de Echegaray en la AGN, cargo que asumió en nombre de los milicianos, aunque es público que Macri lo quiso retener en la AFIP con el nuevo gobierno, algo que explica que se le habilitase la silla que dejó Leandro Despouys. Los territoriales querían ese cargo para Eduardo Fellner, presidente del partido y mariscal de la derrota en Jujuy en donde sumó dos enemigos que pueden complicarle la existencia: Gerardo Morales y Milagro Sala. ¿Qué mejor destino para el jujeño, pensaron después de las elecciones los territoriales, que el descansadero de la AGN? Su postulación llegó a Olivos de la mano de los gobernadores y caciques del PJ, pero la dinamitó Cristina descalificando a Fellner por haber perdido la elección. Ella ya le había ofrecido el cargo a Echegaray, a quien impuso usándolo a Scioli.  En pleno debate –en la reunión de terapia y de recuento de daños del 1° de diciembre en Olivos- le preguntó, delante de los otros gobernadores: “Echegaray ya habló con vos, ¿no?”. Scioli lo admitió y eso pareció un compromiso con el ex AFIP, aunque él había apoyado a Fellner, cuya candidatura cayó en el acto después de ese viscoso diálogo.

El tercer caso que se explica por esta pelea es la trama de fugitivos del triple crimen, que rebrota sin que tenga otra razón que la inquina entre los territoriales que perdieron las PASO con la fórmula Julián Domínguez-Fernando Espinosa ante los milicianos Aníbal Fernández-Martín Sabatella. Olivos creyó en la trama de un apoyo del gobierno de Scioli al reportaje a los denunciantes de “La Morsa” y que por eso el peronismo perdió la elección en Buenos Aires y por arrastre en la presidencial. El gobierno Macri se hace un festín con las acusaciones que se cruzan los peronistas por este caso porque ayudan a mantener en el escenario las leyendas del peor kirchnerismo y prolongar en el tiempo la misma pelea que le hizo ganar las elecciones al macrismo.

Alguien deberá contar el énfasis que le dio el kirchnerismo a este caso en la explicación de la derrota de Aníbal Fernández, pero esto ahondó más que ninguna otra trama la pelea interna que amenaza con una división del peronismo,  que será funcional al gobierno Macri. Desde que ocurrió ese reportaje, en plena campaña, Cristina le cortó los teléfonos al dúo Domínguez-Espinosa hasta después de las PASO. Esta fórmula cree, además, que hubo una mano negra que operó desde el Correo, dominado por los milicianos, para que a la hora de arrancar los comicios del 9 de agosto faltasen sus boletas en 54 distritos de la provincia, que tardaron en llegar. En esa jornada, además, dicen haber sido perjudicados por una suspensión de la carga de datos desde antes de medianoche y hasta el día siguiente que volcó los resultados en favor de Aníbal-Sabatella.

Esa noche Carlos Zannini lo llamó a Domínguez para exigirle que reconociese la derrota. Éste se negó con el argumento de que sus referentes indicaban que estaba ganándole a Aníbal. Pasaron horas hasta que reconoció, resignado, que había perdido y amortiguó los reclamos para no perjudicarlo a Scioli, que había ganado la presidencial en el distrito. Ésta es una factura pendiente de los territoriales contra los milicianos en la interna de Buenos Aires. La dupla Domínguez-Espinosa dice tener el resultado de una auditoría de las diferencias reales que se registraron en las 33.135 mesas que se abrieron en esa elección. Es un misil que espera su oportunidad. Para quienes reparan en detalles: Cristina lo recibió a Domínguez días después de las elecciones y el ex diputado se quejó de que Olivos hubiera creído en la hipótesis miliciana sobre su implicación en la del reportaje lanatista. En ese diálogo, que aún resuena en las paredes que albergan al nuevo gobierno, Domínguez dijo que había que ser un malnacido (uso una expresión más cruda) para echarlo a él en los brazos de Magnetto. Ella lo miró y le dijo: “Yo no fui”.

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De manera telegráfica, veamos cómo este cisma no declarado anima las tres tramas del peronismo en estas horas:

 

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