Macri sufrió la impericia propia y de su equipo. El ‘ole’ de los gobernadores y el rol de Francisco. Busca desquite.
Cuando suponían que el pavo estaba cocinado, nadie lo pudo sacar del horno. Hasta la mesa se había servido. Encolerizó Macri retirándose temprano de la Casa Rosada, cuando aún pegaba el sol y, al partir, echaba chispas, rayos y truenos, para citar un sustituto educado de los insultos que despachó sobre su equipo. En particular, sobre sus delegados en la Cámara de Diputados (Monzó, Massot, Negri), el ministro Frigerio y sus malogradas negociaciones, sin olvidar más de un párrafo referido a Patricia Bullrich, a quien no se sabe si la incluyó en el repertorio por imperio del cupo femenino o por su exagerada propensión a la mano dura. Se reservó, en apariencia, un discreto encono con su delfín manifiesto, Marcos Peña, el jefe de todos. Queda en la intimidad. También hubo silencio indigesto con Elisa Carrió por su inclinación al cambiante vodevil, quien en los últimos tiempos parece más convencida de que merece cogobernar y no ejercer el rol de huésped privilegiada en el banquete. Ya rige un lema: Macri propone, Carrió dispone. No era este jueves pasado, entonces, un día para llegar de visita, tomar el té con flema británica mientras el enojado mandatario se iba, en una escena italiana, trasladando a su gabinete una frase que popularizó el PRO: “Háganse cargo”.
Como los sindicalistas que prometen paros de repudio una vez que la ley se sancione, no para impedirla. Tanto embustero serial irrita, aunque en 48 horas logren la ley mediante un bono reparador. , no para impedirla. Tanto embustero serial irrita, aunque en 48 horas logren la ley mediante un bono reparador.
Por Roberto García