Chubut Para Todos

Ricardo Darín y la devaluación: “Hay gente que incrementó su patrimonio en forma bestial”

El actor argentino con mayor proyección internacional estrena hoy una nueva película, aquella que filmó con Javier Bardem y Penélope Cruz: “Todos lo saben”. Sus creencias, el manejo del ego, la popularidad y hasta la actualidad del país

“La realidad siempre supera a la ficción”, dice Ricardo Darín (61) a la hora de analizar los últimos casos de corrupción que salieron a la luz en la Argentina, pero asegura que no le interesaría ser parte de una película que cuente la historia de los cuadernos del ex chofer Oscar Centeno.

Son las 13.30. Antes de ir a comer a su casa, el actor recibe a Teleshow junto a Vicente, el perro de su yerno, en el local de ropa (Yey House) que hace dos meses abrió su hija Clara junto a dos socias. “La adoro y es un ser maravilloso. Los dos rasgos en mis hijos que para mí son motivo de orgullo son la transparencia y la capacidad de trabajo que tienen. Yo no era ni remotamente parecido a ellos, a sus edades“, dice, en su rol de padre, que sin dudas es uno de los que más disfruta. “(Clara y el Chino Darín) son muy buena gente, son muy sensibles. Que vayan para adelante no significa que hayan perdido sensibilidad social. Y eso para mí es muy importante”.

Pese a jugar con la idea de trabajar menos, a un mes de estrenar El amor menos pensado, la película que protagoniza junto a Mercedes Morán, el actor más querido por los argentinos vuelve a la pantalla junto a Javier Bardem y Penelope Cruz en Todos lo saben. A Darín, la fantasía de relajarse y disfrutar el ocio no le está resultando fácil. “Es un poco inherente a nuestro oficio. Estás programando siempre lo que va a ocurrir más adelante, en el mejor de los casos. A veces no podés programar porque no hay trabajo, pero cuando lo hay uno tiene que acompañar la movida de esa forma”, explica.

—¿Hubo algún momento que te generara el temor de que no haya algo después? Tenés una estabilidad muy díficil de lograr en una carrera artística.

—La verdad que sí. Soy un privilegiado en ese sentido. Los merecimientos son, por lo menos, controversiales. Hay mucha gente que se lo merece. Yo lo que he tenido es mucha suerte en el sentido concreto del término. Siempre recibí propuestas, invitaciones, proyectos. Después se empieza a armar como una rueda en la que formás parte de un un grupo de gente que está proyectando cosas y te tienen en cuenta. Y en la medida en que uno puede o ve que hay chances, yo por lo menos, soy de los que si algo me interesa, me subo.

—En tu última película interpretás a un padre que es alcohólico en recuperación.

—Ex alcohólico. Bueno, nunca se deja de serlo parece, pero… Sí, es un hombre que abrazó la fe. Gracias a Dios: él declara que lo ayudó a salir de lo que era su infierno, y muchas cosas más dice con respecto a eso, que lo convierten en un ferviente creyente.

—Ricardo persona, ¿cómo se lleva con el alcohol?

—Muy bien (tono de ebrio), me llevo muy bien (risas). Reconozco que con el paso del tiempo probablemente me haya acercado un poco más, pero siempre con cautela y con prudencia. Nunca me fui, nunca me pasé de mambo.

—¿Nunca tuviste una personalidad adictiva con nada?

—Sí. Yo tengo mi adicción que es el trabajo, y dentro del trabajo son los detalles y la obsesión por cada uno de los rubros que lo componen. Eso es una adicción. Hay mucha gente adicta al trabajo.

—¿Es la única adicción que tenés?

—No, tengo otras adicciones, pero esa es la más reconocible, la más fuerte te diría. Que no es menor, es bastante brava. Soy de los que están permanentemente ansiando tener un espacio de relajación, de ocio y de lo que llamamos vacaciones, pero me cuesta asumirlo. Cuando estoy en esos períodos, que generalmente son cortos, siempre estoy con la cabeza puesta en algo que está por venir, o algo que ya pasó, o en algo que hay que decidir o resolver, trabajando en algún guión, decidiendo cosas. Es difícil.

—En tu caso, ¿el vínculo con Dios cómo es?

—Yo no soy religioso. No soy creyente, esa es la realidad. Por eso para mí componer a este personaje fue una especie de desafío. De cualquier forma me produce envidia, sana envidia, la gente que puede depositar su corazón en una fe y está convencida de que su destino está en manos de un ser superior. Me produce una envidia porque siento que en muchos sentidos, más allá de lo que es en sí misma una creencia, que es una fe y no necesita análisis, lo tomo como un posible bálsamo a muchas cosas.

—Debe ser algo tranquilizador…

—En un punto sí, porque es depositar el camino de tu vida en algo superior, algo no tangible, no me atrevería a decir abstracto porque si está dentro del corazón de la gente es algo que es profundo y que es real. Pero a mí no me ocurrió porque creo que esas cosas tienen que ver con la crianza de cada uno. Son cosas heredadas de alguna forma, como los prejuicios también. No nacemos con prejuicios, los vamos heredando en el camino.

—¿Te reconocés prejuicioso en algo?

—Sí. Todos somos prejuiciosos de una forma o de otra. Hay quienes luchan contra sus prejuicios de la misma forma que existe la gente que lucha contra su ego, y otros que no, que se abandonan.

—¿Te has sentido envidiado?

—No, quizá porque no estoy atento a eso. No enfoco sobre eso. Por otra parte, creo que he trabajado toda mi vida en función de ir a contrapelo de lo que pueda generar envidia. He intentado tener bajo mi control esto de lo que te hablaba recién de lo que es el ego, que creo que es la lucha más importante de todo ser humano. Sobre todo aquellos casos en los que el oficio te obliga a tener un nivel de exposición pública.

—Debe ser difícil porque por un lado uno tiene que creérsela…

—No, no, una cosa son las capacidades, los dones, la actitud frente al trabajo, la devoción, y otra cosa es que por acumulación de capas uno termine creyéndose esta cosa de “¡capo, maestro, fenómeno!”, de la palmada en la espalda. Eso es muy peligroso. Reconozco que es una lucha permanente, sobre todo para los más jóvenes, los puede desestabilizar mucho. Si lográs pasar por distintas etapas, como es mi caso por una cuestión lógica de edad, terminás un poco desentrañando cómo es el funcionamiento de ese axioma. Sabés que en muchos casos vas a ser halagado o elogiado, y en muchos otros vas a ser criticado.

—Eso aparece mucho también con las redes sociales, donde hay una impunidad del anonimato enorme. Pero si yo ahora salgo y doy la vuelta manzana con vos, el 90% de las cosas que te dirán van a ser lindas.

—Siempre he sentido muchísimo afecto por parte de la gente. Las redes sociales potenciaron un aspecto, un renglón de lo que es inherente a la especie humana, que es el chisme, el comentario por atrás. Esto ha ocurrido toda la vida, a través de la historia de la humanidad. Muchas veces lo que te dicen en la cara no es lo que dicen cuando hablan a tus espaldas. Lamentablemente esto también ocurre en círculos y grupos de amigos y de familiares, para ser más preciso. Creo que lo que hicieron las redes fue potenciar ese rasgo. Nos ha permitido, en un formato aparentemente anónimo, poder canalizar frustraciones, iras, cóleras.

—Al de la red lo bloqueo fácilmente. Pero con el familiar, ¿qué se hace?

—No te das cuenta, pero lo terminás bloqueando de alguna forma. Porque cuando la energía que estás recibiendo por parte de esa gente que vos sentís que en la cara te dice que te quiere pero por atrás te clava un cuchillo, hay algo de tu organismo que capta eso, que lo percibe. Y entonces a lo mejor no lo bloqueás definitivamente, pero en algunos aspectos lo debés tener medio en un rincón, en el freezer.

—Me imagino que eso es más doloroso que el de la red social.

—Sí, por supuesto. Es incomparable sufrir una decepción profunda por parte de alguien que sentís, que querés o que quisiste. Es muy doloroso porque no hay dónde ubicarlo muy bien. No depende de la lógica.

—Hace días estoy recordando una frase de El amor menos pensado, cuando haciendo referencia a cómo está una relación de pareja, con Mercedes dicen: “Estable, como el dólar”. ¡Fue una premonición!

—(Risas) Vos sabés que cuando llegó el momento de rodar esa escena, pensamos: “Che, ¿vamos a decir esto?, ¿no vamos a decir esto?”. Y es como algunos que te ponen en Twitter: “esto vale, lo leas cuando sea”. “Estable como el dólar”. Es una ironía.

—¡Sí, claramente! Se entendía perfecto.

—Sí. Y ahora aplica mucho peor. Tuvimos unos días bravos. Estamos teniendo unos días bravos. ¿Pero cuándo no tuvimos días bravos en nuestro país? ¿Desde qué tiempos? Somos cíclicos, volvemos a pasar en forma de espiral por los mismos lugaresEs como si no termináramos de aprender las lecciones. No sólo nosotros como sociedad sino también los que están encargados de decidir nuestro destino. Es como que no terminan de aprender.

—Es triste. Hay gente que pareciera disfrutarlo.

—Mirá, hay que ser muy insensible para disfrutar una cosa así. Pero sí, hay gente insensible. Eso no es ninguna novedad. No solo hay gente insensible, hay gente que saca rédito de esto. Alguien una vez me dijo y me quedé pensando y es aplicable, cuando ocurren estas movidas que tienen que ver con lo financiero, con lo económico y demás, nosotros, la gente de a pie, pensamos que es dinero que desaparece. No desaparece, cambia de manos. Y lamentable y tristemente, casi generalmente cambian para el lado de las mismas manos. Hay gente que en estos días ha incrementado su patrimonio en forma bestial. Nosotros no estamos saltando, ni tenemos por qué estarlo, porque estamos dedicados a otra cosa. Pero lo raro, lo difícil de entender es que los expertos, la gente que sí se dedica a eso, no lo tenga en cuenta. O por lo menos si lo tiene en cuenta no lo diga, no lo ponga sobre la mesa.

—Si hacemos la película de los cuadernos, ¿qué papel querés?

—Hay muchos personajes. Pero…

—En algún momento va a ser una gran serie.

—Es probable. Es probable porque tiene ribetes… Pero si por ejemplo yo te digo que aparece un tipo con unos bolsos cargados de millones de dólares que los tira por arriba de la pared de un convento, vos decís: “bueno, okey, puede ser”. Que además viene con un rifle que lo deja en el suelo, vos decís: “Bueno, yo qué sé”. Pero si me decís que además lo que se te ocurrió es que van a salir las monjitas, van a abrir la puerta y van a entrar los bolsos y el rifle, digo: “No, eso tachalo porque no te lo va a creer nadie”.

—Es inverosímil, absolutamente.

—Es que la realidad siempre supera a la ficción.

—Y que después va a aparecer un chofer con unos cuadernitos en los que iba escribiendo la bitácora de lo que iba pasando…

—Eso todavía está bajo la lupa del análisis. Cómo es que se produjo, cómo sucedió, cuál es el aval. En fin, hace falta tiempo para poder hablar sobre eso.

—¿Te reservo el papel de Centeno ahí?

—No, yo preferiría no formar parte de esa película, si me lo permitís. Querría dedicarme a otro tipo de historias.

—Tenés un montón de propuestas. Viene una nueva película en la que vas a estar con el Chino y con Luis Brandoni.

—Con el Chino, con Brandoni, con un elenco fantástico, con una historia que creo yo va a ser muy movilizante. Está basado en una novela de Eduardo Sacheri que se llama La noche de la usina, y estamos muy entusiasmados con cómo va quedando el guion cinematográfico basado en esa novela. Siempre es difícil hacer un guion sobre una novela.

—Es la segunda película que van a hacer con su productora.

—Es nuestra segunda oportunidad de ver si lo podemos hacer bien.

—Les viene yendo maravilloso con El amor menos pensado.

—Tuvimos un muy buen debut, eso hay que reconocerlo. Se han juntado dos tipos con mucha ayuda, que somos el Chino y yo. No sé quién de los dos tiene más suerte; yo creo que yo, porque él tiene más capacidad.

—¿Sí?

—Sí. Es un tipo muy capaz, muy capaz. Muy trabajador.

—¿Te gusta el recorrido que está haciendo?

—¡Me encanta! Me encanta porque es de él solo, no se lo debe a nadie, no intervino nadie más que él  y su cabeza y su capacidad y su voluntad de trabajo.

—¿En ningún momento hubo celos entre ustedes? ¿Alguna competencia?

—Yo estoy muy celoso y le he retirado el saludo (risas). No. No existe esa posibilidad. Por el momento no. Cuando él empiece a ser padre puede ser que ahí me ponga… Pero yo ya estaría siendo abuelo, en el mejor de los casos.

—Siempre me dijiste que te dan ganas, pero que no los querés presionar.

—No, no quiero ni hablar del tema. Porque después se lo toman como una presión. Pero llegado el caso saben que acá estoy.

—¿Cómo funciona la sociedad con tu hijo? ¿Se están llevando bien o te tiene muy cortito?

—Me tiene cortito. Él es muy duro, muy férreo y bastante intransigente con muchas cosas, y yo soy más laxo, más flexible, más “bueno, busquemos la manera de…”. Él no, él es mucho más duro, cosa que me alegra porque si fuera por mí estaríamos fundidos, seguro. Pero nos llevamos bien.

—Es un gran momento del cine argentino, se estrenaron muchísimas películas en estas semanas.

—¡Por suerte sí! A priori, cuando se avecinaba agosto, que se iban a encolumnar una serie de películas argentinas, teníamos dos posibilidades. Una, que la competencia entre sí fuera negativa. Y la otra, que creo que es lo que está ocurriendo, afortunadamente, es que la gente sale de una película argentina y le gustó, y eso la anima a ver otra película argentina. Debemos aprender de este ejercicio y ser más inteligentes para el futuro, otorgarles a cada una de las producciones nacionales un espacio un poco más holgado para que se puedan asentar, para que desaparezca esa posible contienda o rivalidad entre una película y la otra. Se trata de eso, es la forma de construir una industria. Nosotros tenemos muy buenas exposiciones, muy buenas posibilidades y productos pero siempre nos falta un pequeño empujón para convertirnos en una industria que tenga la solidez de que haya una mayor cantidad de trabajo que va a dar más trabajo no sólo a actores sino a técnicos. El nivel no sólo interpretativo sino técnico de nuestro país es muy alto. Esto está reconocido en muchas partes del mundo, nosotros somos los que más dudamos porque es nuestra costumbre: dudamos de nosotros y nos gusta todo lo que viene de afuera. Pero por suerte las cosas reman un poco en contra de eso.

—Si no te libero, entre Vicente y tu jefa de prensa Raquel Flotta me van a matar.

—No, Raquel no te va a matar nunca porque es demasiado buena persona. ¡Vicente es un perro de ataque!

Por Tatiana Schapiro – Infobae