Chubut Para Todos

¿Por qué tienen éxito las teorías conspirativas?

Inexistentes misiones a la Luna, virus creados en laboratorios, sociedades secretas que buscan el poder global: las paranoias, reactualizadas por el dengue y el zika, responden tanto al funcionamiento del cerebro como a la desconfianza en el poder.

 “Quiero creer”. La consigna de los Expedientes X volvió a la pantalla televisiva después de 14 años y no defraudó a los 50 millones de fans que vieron en el mundo el primer episodio de la nueva temporada. Hombres de negro, OVNIs, científicos que manipulan genéticamente a niños, mujeres embarazadas por extraterrestres: nada falta en la receta narrativa de los X-Files, que mezcla clásicas leyendas urbanas con miedos bien contemporáneos.

¿Por qué tiene tanto éxito esta serie? Más allá de la química entre sus protagonistas (una médica forense y un investigador del FBI obsesionado con la abducción de su hermana pequeña, encarnados por Gillian Anderson y David Duchovny), una de las principales claves del suceso de la serie es la gran teoría conspirativa que sirve de trasfondo y las más pequeñas, que se renuevan en cada episodio.

“Los años 90 fueron una época en la que las teorías conspirativas sobre OVNIs eran muy populares”, apunta Michael Wood, quien investiga la psicología social de las teorías conspirativas en la Universidad de Winchester, Gran Bretaña. “No sabría decir si los X-Files se aprovecharon de este zeitgeist o condujeron a él.”

Si bien en todas las eras se sospechó sobre relaciones non sanctas entre distintos grupos de poder, en las últimas décadas las teorías parecen florecer por doquier, de la mano de la difusión de los Illuminati -una presunta orden secreta con el objetivo de lograr un gobierno global, que tendría antiguos lazos con el Vaticano-, la caída de las Torres Gemelas, las pruebas nucleares y, especialmente, los virus generados en laboratorios.

El precandidato republicano Donald Trump sostiene, por ejemplo, que el cambio climático de origen humano es un invento de los chinos. No hay evidencia científica del aumento de la temperatura global junto con la industrialización que lo convenza de otra cosa. Después de todo, el 70% de los estadounidenses aún cree que el asesinato del presidente JFK fue producto de una conspiración. Y el rapero B.o.B dijo el mes pasado que la Tierra es plana y la NASA usa el Photoshop para que luzca redonda y azul.

Según un estudio publicado en la revista médica JAMA por los politólogos Eric Oliver y Thomas Wood, de la Universidad de Chicago, la mitad de los estadounidenses cree en por lo menos una conspiración médica (vacunas que producen autismo, teléfonos celulares que generan cáncer, virus del sida producido por la CIA, entre otros).

Lo que estas personas tienen en común, según los politólogos de Chicago, es una tendencia al pensamiento mágico y a creer en fenómenos paranormales y sobrenaturales. “Las teorías conspirativas florecen cuando hay un vacío en la autoridad política. Cuando la gente no confía en sus líderes políticos o instituciones, busca explicaciones alternativas para eventos inusuales”, dicen los investigadores.

David Grimes, físico de la Universidad de Oxford, en Gran Bretaña, desarrolló un modelo matemático para calcular cuánto tiempo podría mantenerse en secreto una conspiración real de acuerdo con la cantidad de personas que están al tanto. En una conspiración en la que hubiera más de 1000 participantes, calculó Grimes, el secreto saldría a la luz en pocos años.

Las conspiraciones reales con muchos participantes deberían tener patas cortas, dice Grimes. En el caso de la llegada del ser humano a la Luna, la teoría que sostiene que nunca sucedió es una de las más difundidas, la cantidad de personas involucradas en la NASA -411.000 empleados- permite estimar que en menos de cuatro años la presunta mentira debería haberse conocido. Pasaron más de 40 años y ningún empleado -ni siquera el astronauta recientemente fallecido Edgar Mitchell, que creía en fenómenos paranormales- desmintió las misiones Apolo ni las fotografías que dan testimonio de ellas. Y la NASA ya puso más de un pie (robótico) en Marte.

“Hay varias teorías que explican por qué las teorías conspirativas son populares; la cuestión parece depender de la situación -señala Wood-. Algunas veces se trata de confianza: la gente puede desconfiar del gobierno, de las corporaciones u otras personas poderosas y sospechar una conspiración sobre esa base. Otras veces se vincula con la culpa: un grupo que no ha sido exitoso puede volcarse a una teoría conspirativa para explicar su incapacidad para cumplir sus objetivos. En ciertas oportunidades, se trata de control: las personas que sienten que no pueden controlar sus vidas o sospechan que el mundo es un lugar azaroso e indiferente se sienten motivadas a creer que alguien, en algún lugar, está en control. En cierto nivel, sospechar de los otros es bastante saludable. Si nos mantenemos vigilantes y buscamos personas que están haciendo trampa o conspirando en alguna forma, eso ayuda a mantener una sociedad estable”, explica el investigador desde Inglaterra.

Es cierto, por otra parte, que la probada existencia de conspiraciones reales -desde el Watergate de Nixon hasta el programa estadounidense para espiar a sus ciudadanos que reveló Edward Snowden- contribuye a la verosimilitud de estas teorías.

Tierra fértil para desconfiados

En la Argentina, las teorías conspirativas cuentan con legiones de seguidores. No hay prueba de ADN que convenza a los argentinos de que Yabrán murió por su propia mano. Siempre hay alguien que pregunta, con un guiño, dónde está escondido el responsable de la muerte del fotógrafo José Luis Cabezas.

Otro clásico local es la hipótesis de una sinarquía internacional en la que se asocia a banqueros judíos (o buitres) y despojos de tierras (o dinero). Para encuentros cercanos del tercer tipo, allí están el Uritorco y Fabio Zerpa, quien siempre tuvo razón, según la canción de Andrés Calamaro. Pero la especialidad de la casa es, últimamente, la bioparanoia. Cartas con ántrax, pandemia de gripe y, ahora, el dengue y el zika convocan a toda clase de teorías sobre su origen.

Basta que haya un hueco de incertidumbre para que aparezcan hipótesis que reemplazan la casualidad por la más estricta causalidad. Ahora, la microcefalia que padecen miles de bebés en el nordeste de Brasil se atribuye en Internet a “fraudes” que incluyen desde el excesivo uso de agrotóxicos, los mosquitos transgénicos y el interés de la industria farmacéutica por vender medicamentos o vacunas hasta el imperialismo anglosajón y los multimillonarios Bill Gates y Rothschild.

Es cierto que el fundador de Microsoft invierte mucho dinero en vacunas para los más pobres, y que el virus zika fue aislado en 1947 por investigadores que trabajaban en un laboratorio Rothschild. Pero no existe una patente sobre el virus zika, como se alega. Y sería francamente tonto utilizar un virus que no produce síntomas en 4 de cada 5 infectados para terminar con una población del Tercer Mundo.

A veces, no es fácil separar la paja del trigo. Hay denuncias ambientales que no se toman en cuenta porque no están avaladas por científicos mainstream o por las autoridades sanitarias, que tienen conflictos de interés no explicitados con quienes comercializan vacunas o pesticidas. De todos modos, los expertos coinciden en que atribuir la epidemia del dengue o del zika a un gobierno de aquí o allá no resiste ningún análisis.

Quedan pocas dudas hoy de que la epidemia de dengue actual se relaciona, entre otros factores, con El Niño. Este fenómeno climático produjo un exceso de lluvia en Sudamérica, que se combinó con inundaciones y altas temperaturas para facilitar la reproducción de los mosquitos Aedes aegypti, que son los vehículos de transporte de los virus dengue, chikungunya, zika y fiebre amarilla. El turismo a Brasil ayudó a expandir los contagios hacia todos los puntos cardinales. La escasez de agua potable, la pobreza y el crecimiento urbano descontrolado en América Latina parecen haber hecho el resto.

De todos modos, según Jorge López Camelo, director de Investigación del Centro de Educación Médica e Investigaciones Clínicas del Cemic, los casos de microcefalia en Brasil podrían ser muchos menos que la cantidad de la que se habló en un principio. Todavía falta investigar mucho. “Hasta hoy [N de la R: 14 de febrero], no existe ningún estudio epidemiológico qua haya probado fehacientemente la relación entre el virus zika y la microcefalia, a pesar de que puede ser plausible, dado que la microcefalia está asociada a diferentes virus, tales como toxoplasmosis, sífilis, citomegalovirus y herpes”, afirma el coordinador del Estudio Latinoamericano de Malformaciones Congénitas (Eclamc).

Teorías tóxicas

Ninguna teoría conspirativa cobró tanto vuelo estos días como la idea de que un compuesto químico que se echa en el agua para combatir las larvas del mosquito aedes es el causante de las malformaciones de los bebés brasileños.

La teoría circuló ampliamente por Internet citando un informe técnico elaborado por la Red de Médicos de Pueblos Fumigados, con sede en la provincia de Córdoba. Basta leer ese trabajo para constatar que los médicos de la Red argentina se basaron en un reporte hecho por colegas brasileños de la Asociación Abrasco (Asociación Brasileña de Salud Colectiva). Coordinado por el pediatra Medardo Ávila Vázquez, el informe de la Red argentina señala que “el piriproxifeno es aplicado por el Ministerio de Salud de Brasil desde el año 2014 directamente en los reservorios de agua potable que utiliza la población de Pernambuco y otros estados”. Este larvicida, subrayan, es fabricado por Sumitomo, una subsidiaria japonesa de Monsanto.

“Lo del piriproxifeno es una hipótesis, sobre todo porque se empezó a usar en julio de 2014 y en marzo de 2015 empezaron las malformaciones”, señala Ávila Vázquez, docente de la cátedra de Pediatría de la Universidad de Córdoba. “En Colombia, donde no se usa piriproxifeno, hay embarazadas con zika pero no malformaciones”, desliza. Pero si bien se sabe que el piriproxifeno produce malformaciones en las larvas de mosquitos, lo cierto es que no hay evidencias de que cause lo mismo en humanos ni en otros animales. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda el uso de piriproxifeno en bajas dosis para eliminar larvas de mosquitos en el agua, tal como se hace en Brasil. “La OMS recomienda esto porque el comité de pesticidas está copado por empleados de la industria química”, alega Ávila Vázquez.

Ante los rumores y el temor desatado por esta teoría, el Ministerio de Salud de Brasil salió a aclarar que “no existe ningún estudio epidemiológico que compruebe la asociación del uso de piriproxifeno y la microcefalia”. Por su parte, los médicos de Abrasco aclararon a la BBC de Brasil que todo fue un malentendido. “En ningún momento se afirmó que los pesticidas, larvicidas u otro producto químico sean responsables del aumento del número de casos de microcefalia en Brasil”, dijeron a la periodista Camilla Costa.

El cerebro suspicaz

Muchas veces no alcanza con dar explicaciones racionales para combatir el atractivo de las teorías conspirativas. Hasta Mark Ruffalo, el protagonista de la aclamada película Spotlight sobre periodismo de investigación, tuiteó la teoría que vincula “el larvicida de Monsanto” y la microcefalia. Y quienes no vacunan a sus hijos contra el sarampión por miedo a que esa vacuna les genere autismo parecen inmunes a los múltiples estudios que niegan ese efecto. ¿A qué se debe esta pregnancia de las teorías conspirativas más allá de todo hecho real?

“Hay que dividir ese fenómeno en dos partes: la generación del mito o rumor, y el porqué la gente lo adopta -explica el psicólogo Fernando Torrente-. La teoría es generalmente lanzada por un grupo que tiene algún fin político, ideológico o de otro tipo. Quienes lanzan la bola pueden pertenecer a grupos radicales, con rasgos psicológicos paranoides o con alto contenido de pensamiento mágico. Pero a la hora de la difusión no podemos decir que quienes las sostienen son todos paranoides”, advierte el director del Departamento de Psicoterapia Cognitiva de Ineco.

Por su parte, Michael Wood dice que hay ciertas características que hacen a las personas más permeables: “Las personas que creen tienden a ser más abiertas y se exponen a más discusiones de estos temas. También tienden a tener opiniones políticas más extremas”. A veces depende del tipo de teoría conspirativa. Por ejemplo, dice el psicólogo, “las personas que creen que los extranjeros e inmigrantes están conspirando contra ellos tienden a ser bastante autoritarias. Del mismo modo, las teorías que comprometen a ciertos grupos (judíos, musulmanes) tienden a ser tomadas más seriamente por personas a las que, en principio, no les gustan esos grupos de personas”.

Para explicar el éxito de estas teorías, subraya Torrente, hay que considerar los mecanismos con los que funciona el pensamiento humano. Éste no sigue usualmente los caminos de la lógica matemática sino rutas automáticas y rápidas, que suelen ser más propensas al error. “Las teorías falsas se mantienen y tienen éxito porque se piensan con sesgos cognitivos típicamente humanos”, afirma Torrente, quien también es decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Favaloro.

El psicólogo Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía, descubrió que la mente humana trabaja con dos sistemas: uno de pensamiento rápido, automático e intuitivo y otro lento, esforzado, consciente y detallista. En general, los seres humanos piensan con el primer sistema, que es inconsciente y más propenso al error, pero que les ha permitido sobrevivir desde tiempos inmemoriales.

“Las personas tratamos de acomodar la nueva información a las teorías que ya tenemos”, explica Torrente. Además, cuanto más se escucha algo, más verdadero lo consideramos. Y dos cosas que se repiten generalmente asociadas suelen seguirse relacionando en el futuro. “Esto es lo que ocurre con la vacuna y el autismo. O con Yabrán. Aunque se desmientan las teorías conspirativas con evidencias una y otra vez, mucha gente sigue asociándolas en su mente porque las sigue escuchando juntas”, dice el profesor argentino de psicología cognitiva.

“Cuando ocurre algo ambiguo, uno de nuestros sesgos psicológicos es conectar simplemente los puntos para que tengan sentido. Otro es el sesgo de proporcionalidad: cuando mataron a Kennedy, la gente quería pensar que algo grande tenía que haber causado semejante hecho, en lugar de pensar que un tipo desconocido hubiera matado al presidente”, agrega el psicólogo británico Robert Brotherton, investigador de la Universidad de Londres y autor del libro Suspicious minds.

Brotherton escribe que “las teorías conspirativas resuenan en algunas partes de nuestro sesgado cerebro y se aprovechan de algunos de los más profundos deseos, miedos y suposiciones sobre el mundo y la gente que vive en él. Tenemos mentes innatamente suspicaces”.

La popularidad de las redes sociales favorece la difusión de teorías conspirativas. “Los estudios muestran que las personas son más propensas a creer en teorías conspirativas si están expuestas a ellas de manera regular; las redes sociales son un terreno en que se puede dar esta exposición. La gente puede ver a otros discutiendo una teoría conspirativa en Twitter, cuando antes no la hubiera registrado”, afirma Wood.

Como sea, la gente sigue repitiendo que Walt Disney está congelado, cuando fue cremado y enterrado en un famoso cementerio de Los Ángeles en 1966. Todos queremos creer, ya sea en malvadas conspiraciones o en hadas madrinas.

Ilustración: Fernanda Cohen

Ilustración: Fernanda Cohen.