Chubut Para Todos

Peronismo: suma de fracciones o identidad renovada

La Argentina tiene que cuidar la unión nacional y trabajar para la construcción de un Estado fuerte. La pelea por la identidad requiere superar anacronismos, clichés y prejuicios que ya eran obsoletos décadas atrás.

Desafiado por las derrotas electorales y, antes de ellas, por la larga hegemonía del dispositivo kirchnerista (y su paulatina decadencia), el peronismo enfrenta en estos tiempos un proceso de debate y búsqueda de nuevos horizontes con el objetivo de reconstruirse y volver al poder. Para algunos sectores la operación sólo requiere sumar, recolectar lo que está disperso y prepararse adecuadamente para votar en 2019.

El senador Miguel Pichetto, que se ha convertido en vocero y operador central del peronismo no kirchnerista ligado a los gobernadores, disiente con aquel criterio: “Más que unidad lo importante es la identidad – resumió- No es importante el número. Lo que nosotros queremos hacer. Es otro estilo, otra estética, otra comunicación”.

Pichetto encabezará este viernes en Gualeguaychú una reunión que agrupa a congresistas del peronismo federal, diputados del Frente Renovador de Sergio Massa y a algunos representantes del peronismo no K del interior. Es una primera o segunda puntada de la organización de un peronismo renovado que pueda ser alternativa a Cambiemos. Los gobernadores se reservan para los próximos capítulos.

La identidad a la que alude Pichetto y que el peronismo no kirchnerista busca encarnar se proyecta más allá de la cultura compartida, de las invocaciones al General y a Eva y de una tradición que, en sus rasgos más amplios, es, si se quiere, patrimonio colectivo de la sociedad argentina y, en ese sentido, excede al peronismo.

DESPUES DE LA ANESTESIA K

La identidad mencionada por Pichetto se refiere a la acción política, implica un perfil más específico, más fuerte: el debate y la comprensión de los rasgos de la época actual y la definición de las tareas centrales a encarar en ese contexto. Todo un debate.

La década kirchnerista anestesió al peronismo con su combinación de usufructo de los precios internacionales de la soja y su retórica aislacionista que predicaba “vivir con lo nuestro”. El fracaso de ese modelo, que se resumió en dos derrotas electorales sucesivas, requiere ahora del peronismo el esfuerzo de mirar hacia adelante, desprenderse de la nostalgia.

La realidad actual no es, ciertamente, la de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, ni la de los 70 o los 90. Tampoco es la que le tocó afrontar a los peronistas que vinieron tras la crisis de la alianza ni la que presenció el dominio K.

La pelea por la identidad requiere superar anacronismos, clichés y prejuicios que ya eran obsoletos décadas atrás.

En los años K, por caso, la buena noticia de que el país es una potencia agroalimentaria fue largamente juzgada (y no sólo por el ideologismo oficialista) como una suerte de maldición; la soja fue reputada de yuyo que condenaba a la Argentina a la “reprimarización” económica y no como una ventaja competitiva que abría la puerta a ulteriores pasos productivos y de agregado de valor.

Tal postura no impidió (más bien estimuló) el usufructo rentístico de esa ventaja, la confiscación parcial de sus beneficios por la caja central, manejada férreamente por el círculo K, y la derivación de buena parte de esos recursos por canales parasitarios e ineficientes, cuando no corruptos. Sobre ese uso rentístico se asentó -hasta que terminó claramente desquiciado- el llamado “modelo” kirchnerista.

Que el modelo K haya concluido como concluyó no implicó, sin embargo, que muchas de aquellas ideas hayan sido colectivamente revisadas. Simplemente la realidad ha ido imponiendo su agenda pero la demanda de pensar y proyectar una estrategia está más vigente que nunca para el peronismo.

Con el conocimiento de que el país no sólo alberga su vigor agroalimentario, sino también enormes recursos en materia de combustibles no convencionales (los segundos del mundo), minerales tradicionales y litio (esencial para el desarrollo de la nueva generación de vehículos híbridos), ¿en qué proyecto estratégico se enmarcará su explotación? ¿Se impondrá, una vez más, la combinación de autoincriminación (por poseer y extraer esos recursos) y conducta rentística?

Los clichés anacrónicos impiden actuar sobre la realidad y tomar en consideración a los actores reales. Esos anacronismos se inspiran en ideas y actitudes autárquicas y estatistas labradas en la primera mitad del siglo XX, y se recubren a veces con fraseos extraídos de sucesivas modas culturales, desde la admiración por un pensamiento tercermundista del que muchos de sus estados sostenedores han desertado o el ecologismo trivial.

Ese combo “políticamente correcto” opera como sucedáneo del pensamiento, inhibe o amordaza los debates sobre la realidad y, transformado en lugar común, ha sido un obstáculo para que la Argentina tenga de sí misma una visión estratégica que le permita entender con realismo el mundo en el que vive.

UNIVERSALISMO Y GLOBALIZACION

Parece evidente que, en tiempos de una sociedad mundial globalizada por impulso de la revolución tecnológica, de una economía internacional en la que la integración económica planetaria se ha vuelto determinante determinante, en que la China del socialismo de mercado es segunda potencia y corresponsable del poder mundial, pensar el país requiere hacerlo con instrumentos distintos a los que se empleaba cuando Argentina se consideraba una perla excéntrica del Imperio británico, o cuando despuntaba la industrialización sustitutiva o cuando Raúl Prebisch creía que el deterioro de los términos del intercambio era una regla eterna.

No hay forma eficiente de sostener en la realidad un proyecto de justicia social como el que el peronismo reivindica sin encarar el desarrollo económico sustentable del país en las condiciones de la globalización. Es decir, sin avanzar hacia una economía integrada al mundo e internacionalmente competitiva.

Las resistencias a esa búsqueda tienen como base a los sectores menos competitivos de la economía que adhieren a un modelo económico autárquico perimido, de cuyo agotamiento son consecuencia, si bien se mira, la marginalidad y la pobreza de los grandes conurbanos, que no tiene oportunidades productivas ni sociales sustentables. Una Argentina amurallada no puede combatir eficazmente la pobreza.

El pronóstico que aseguraba que los países periféricos serían víctimas de la globalización, y que ésta sólo beneficiaría a los países centrales no parece haber acertado. Hoy es en Estados Unidos y Europa donde se quejan ácidamente porque con la globalización la ocupación y los salarios se encogen dentro de sus propias fronteras mientras crecen en los países emergentes que participan activamente de la economía mundial, de su comercio y su flujo de inversiones. Montado precisamente sobre esa prédica antiglobalizadora llegó Donald Trump a la Casa Blanca y hoy florecen en el Viejo Continente distintas versiones de lo que suele simplificarse con el mote de populismo.

La globalización no resultó, entonces, lo que imaginaban el aislacionismo y la paleoizquierda. Por supuesto, tampoco es la panacea que vende el globalismo neoliberal, otra ideología tuerta. Es, lisa y llanamente, una realidad: el mar en el que es necesario navegar.

Para encontrar su identidad, su propio rumbo, en este mundo que ni siquiera es idéntico al del fin de la guerra fría (cuando emergió una hegemonía exclusiva de Estados Unidos que duró poco más de una década), la Argentina tiene que cuidar la unión nacional y trabajar para la construcción de un Estado fuerte con políticas e instrumentos propios y adecuados a los tiempos: apertura, integración, cooperación y fuerza propia.

En busca de la actualización que, según Pichetto, persigue el peronismo, éste puede inspirarse en el propio Perón que advertía, medio siglo atrás: “El mundo, y sobre todo los grandes países, están pensando en que esta evolución que nosotros estamos presenciando va a desembocar en una organización universalista (…) Es así que nosotros debemos comenzar a pensar, también, que ese universalismo ha de ser organizado por alguien y que si nosotros no nos ponemos también a intervenir en la organización de ese universalismo todos nuestros años de lucha por liberarnos serán inútiles porque si los imperialismos actuales imponen el ritmo de esa universalización, lo harán en su provecho, no en el nuestro”.

Aquel realismo de Perón que observaba la inevitabilidad de la globalización (universalismo) y que llamaba no a rechazarla, sino a intervenir activamente en ella (para no ser mero objeto de ella) puede ser una base razonable para la actualización de la identidad de ese peronismo que no quiere ser oposición al sistema sino parte de un sistema moderno e integrado a este mundo, ese peronismo que hoy se encuentra en la oposición pero que, naturalmente, quiere volver a ejercer el gobierno nacional. Ese peronismo para el que oposición no es lo contrario de cooperación, sino la competencia para ofrecer alternativas más eficaces y abarcativas. Ese peronismo, ¿puede ser, al final del camino, el peronismo?

 

Por Jorge Raventos