Chubut Para Todos

Pedro Simón: “No aspiro a salvar el mundo, me conformo con joderle el desayuno a alguien”

Es uno de los grandes periodistas sociales de España y ganador de los premios Ortega y Gasset y Periodista del Año de la APM. Ahora publica Crónicas bárbaras, una recopilación de sus mejores reportajes en el diario El Mundo.

¿Otro libro alegre, Pedro Simón?
Un director de EL MUNDO, no voy a decir cuál, me dijo una vez: “Sólo me traes historias tristes y jodidas”. Y yo le respondí: “Ya, pero es que alguien te las tiene que traer”. Y así lo creo. Tampoco creo que sean historias tristes. Son historias electroshock. Y lo verdaderamente triste sería no poder escribirlas.
¿Ha perdido protagonismo el periodismo social en tiempos de espectáculo y clic?
Otro director distinto al anterior me dijo: “Los pobres no compran periódicos”. Y eso tiene mucho que ver. Cuando yo hago reportajes sociales no aspiro a salvar el mundo ni chorradas de esas. Cuando alguien lee el periódico por la mañana, me basta con joderle el desayuno o con alegrárselo. De joven era más ingenuo y sí que pensaba que el periodismo podía cambiar la sociedad, pero ahora ya me conformo con eso que te digo. Ahora bien, si mientras moja la magdalena se para a pensar sobre un tema en el que no había pensado, pues mejor. El periodismo social consiste en eso: en que la gente se pare a mirar, en que no pase de largo. Nada más.
¿Nos creemos los periodistas más importantes de lo que somos?
Cuando he montado alguna cena en casa sólo con periodistas, nada más marcharse el último, mi mujer me ha dicho: “Es la última vez que me traes periodistas a casa, ni siquiera me han preguntado en qué trabajo”. Hay una cosa que no soporto que es el periodista que va a algún sitio a contar una historia y te narra su parte como si él hubiera sido la víctima del reportaje. Te está dando la turra toda la noche sobre el riesgo que corrió y cómo se tuvo que poner una camiseta de la Marvel para salir vivo de aquel lance. En la cadena trófica del dolor, el periodista ocupa el escalafón más bajo. Arriba está, evidentemente, la víctima, luego sus familiares, los amigos, la red asistencial que se queda, los psicólogos, el trabajador social… y debajo del todo, los periodistas, que vamos, estamos allí un par de horas o dos semanas y nos volvemos a casa.
¿Siempre entendiste ese rol privilegiado?
No. Recuerdo mi primer reportaje. Estaba en La Opinión de Zamora y tenía 21 años. Me mandaron a cubrir, fíjate tú qué barbaridad de tema, un incendio en el que habían muerto calcinados dos niños de 1 y 3 años. Y el mismo día en que había sucedido, yo me presenté en la casa a hablar con los padres. Eso es algo que ahora me negaría a hacer, no le veo ningún sentido, pero era un chaval, me mandaron y fui. Salí despavorido de allí, aterrorizado de ver a aquella gente absolutamente deshecha, pero con el tiempo aprendí que, cuando llegas a casa después de una historia de esas, tú vives en una zona de confort que muchísima gente no tiene. Esa es la enseñanza de contar historias de gente con dolor de verdad, que relativizas el tuyo. ¿Cómo voy a quejarme de una cosa o de otra después de lo que ves?
¿Y logras no llevarte nunca el dolor ajeno a casa?
Trabajas con chubasquero y no te lo quitas mientras estás bajo la lluvia. Cuando era más joven, sí me afectaba. Me llevaba el pobre a casa y lo sentaba en la mesa, físicamente, como en Plácido, de Berlanga. Eso es un disparate. Ahora corto la relación con los protagonistas de los reportajes al acabar, porque no quiero que se me meta ese drama en mi vida. Decía Rafael Chirbes que la dignidad consiste en mantener el mal en la puerta de tu casa y cuando trabajas en un periodismo muy social, muy a pie de calle, la salvaguarda está en que dejes el dolor fuera de casa. Porque tienes familia, porque tienes que dormir tus ocho horas y porque tu vida no es esa. La cuentas, pero no es la tuya. Si como periodista te pones una camiseta de una ONG, mal vas. El periodista no tiene que salvar ballenas ni niños ni nada. Tiene que contar una historia y joder algún desayuno. Ya está.
En temas tan delicados, ¿qué límites te pones para no caer en el sensacionalismo o el morbo?
Mi idea es que el reportaje sea lo que los protagonistas quieran que sea y son ellos los que manejan lo que te quieren contar y lo que no. Tratar a la gente de forma honesta y sin juzgarles. Cuando me siento delante de un tío que ha matado a alguien y ha atracado 40 bancos, tengo muy claro que delante tengo a un ser humano pese a las tropelías que haya cometido. He desarrollado una capacidad de indulgencia inimaginable. La gente se suele dar cuenta de cuándo no la tratas como una imbécil o con superioridad y ese ir de igual a igual ayuda a que surja la comunicación. Hay que romper con el molde del periodista cabrón que va a robar un retrato del muerto. La mayor parte de los periodistas somos buena gente.
¿Qué reportaje te ha marcado más?
Muchos. Las buenas y las malas experiencias te dejan aprendizajes. Más las malas, diría. Me quedaría con las historias que acabaron bien, que ha habido muchas, con personas que te siguen contactando años después para decirte que gracias a aquello surgió algo que les ayudó. En Crónicas bárbaras hay muchos ejemplos. Gente que se vio reflejada en el texto y se empezó a querer más, descubrió que no era un bicho raro. Eso es muy gratificante. Como la historia de Hugo, la historia de un trasplante de corazón de un niño de un año con el que me he tirado medio año, fuimos a por el órgano, estuvimos en la operación… En cuanto a las experiencias malas, lo peor es cuando algún amigo personal, con una relación de años, utiliza esa confianza para engañarte. Estas cosas suceden, hay que asumirlas y ya está. Porque hay que seguir. No eres la hostia que te pegas, eres lo que haces después de esa hostia. Eso me han enseñado los protagonistas de mis reportajes.
La gente te leerá y pensará que eres un intensito que está todo el día pensando en dramas.
No es cierto. Tengo muchos antídotos a mano. Por ejemplo, el Atleti, el rugby, el boxeo, la gastronomía, especialmente la casquería, el vino Ribera del Duero, Carabanchel, Castilla y la ciencia ficción. Hay que compensar lo del trabajo.
Tienes varios de los premios periodísticos más importantes de este país. ¿Controlas tu ego?
Los premios periodísticos tienen el valor que tienen, ni más ni menos. Los 15.000 pavos del Ortega y Gasset, por ejemplo, nos los despachamos a medias Alberto Di Lolli, el fotógrafo del reportaje, que fue quien se ocupó de presentarnos al premio, y yo, pero el Chillida que nos dieron se lo regalamos a Javier Baeza, el cura de la parroquia de Entrevías, con el objetivo de que lo vendiera y le arreglase cuatro goteras a algún vecino del barrio. Lo que pasa es que el tío lo sigue teniendo colgado en casa, porque dice que era muy amigo de Chillida y le da cosa. Ahora en serio, los premios están bien, porque a todos nos gusta más que nos den un abrazo que un palo, pero ni eres el mejor de España cuando te los dan ni eres la peor basura cuando ocurre lo contrario. Proporcionalidad, señores. La mayoría de los periodistas que yo más admiro no han ganado un premio en su puta vida.
Pero a los periodistas nos encanta que nos den palmadas en la espalda.
Sí, tenemos un ego enfermizo. Por eso es muy terapéutico hablar con un cirujano cardíaco pediátrico que cobra 2.500 pavos, trabaja 12 horas al día, tiene ofertas de EEUU para ganar cuatro veces más y trabaja salvando vidas, pero no lo cuenta en Twitter, ni va dando la coña sobre la importancia de su trabajo. Nadie le conoce por la calle y le da igual. Hay que saber cuál es el lugar de cada uno en el mundo. Los científicos en España me reconcilian con la humanidad y hay un tipo de periodista con el que me pasa justo lo contrario. Nos lo tenemos que hacer mirar.
A raíz de las redes sociales, ¿existe una burbuja del periodista, que no del periodismo?
Un poco. Yo no tengo redes sociales, pero es evidente que lo han cambiado todo. Es cierto aquello de que el sueño de la razón produce monstruos. Mucho cuidadito con el periodista que crea que él ya no es la marca de su medio. Si te crees que tú no eres EL MUNDO o Marca El País, te la vas a pegar. El 99 por ciento de la gente que te sigue en Twitter, cuando le pides un euro para un libro que has escrito no te lo da. Es un público que responde a unos intereses muy difusos. Igual esto suena a señor mayor, pero creo que el periodista sigue siendo su medio.
¿Por qué no estás en redes sociales?
Las redes sociales han distorsionado el periodismo, lo han vuelto loco. No tanto por los lectores, que yo con eso ya contaba, sino por los periodistas, que hacen auténticos disparates por lograr mil seguidores más. Lo explicó muy bien Enric González: estamos demasiado pendientes de la grada. Se juega en el campo, que es la realidad, pero no hacemos más que mirar a las gradas, que son las redes, para ver si nos aplauden o nos silban por pasar o tirar un regate. ¡Qué cojones! Coge el balón, haz lo que te pida el cuerpo y el lector que diga lo que quiera. El lector no es un tótem intocable, es un señor de Villaburra de la Vera del que no sé si es listo, tonto o regular. Hemos sacralizado la figura del lector y hemos empeorado el periodismo. En las redes hay un montón de personas generando odio, que salen a diario con cadenas a dar palizas, cuyo trabajo es talar árboles y poner etiquetas. Este es un yonqui, ese un rojo, ese es un facha, ese es un torero asesino, esa es una feminazi… Esas simplezas ya están en la barra del bar y a mí lo que me interesa del periodismo es todo lo contrario: quitar etiquetas y tender puentes.
¿Cuántas veces te han soltado que, si tan de izquierdas eres, qué haces toda la vida en EL MUNDO?
Muchas. Lo atribuyo al desconocimiento por parte de la gente de cómo funciona este periódico. Aunque yo no comulgue con toda su línea ideológica, como es normal, en EL MUNDO siempre me han dejado trabajar con libertad y disentir de su línea editorial. Pero la gente no lo entiende porque vivimos permanentemente en la puta trinchera. La gente va a un medio a que le diga lo que quiere oír sin matices ni titubeos. La equidistancia se ha convertido en un insulto. Por eso la verdad está tan desnuda y no tiene ningún padrino, porque en España ya a nadie le importa una mierda la verdad. Estamos permanentemente en la guerra civil, la trinchera, el derbi…
Mira, ya has llegado al Atleti.
Te voy a decir una cosa: hubiera cambiado el Ortega y Gasset por una Champions. Sin dudarlo. Y lo sabes. Pero es que allí donde hay una herida, que decía Plàcid, hay un reportaje. Por eso somos del Atleti.

Fuente: El Mundo