Chubut Para Todos

Paloma Herrera: “No siento que estas nuevas generaciones se tomen su carrera como si fuera un templo”

A dos años de su retiro, la exbailarina habla de su presente al frente del  Ballet Estable del Teatro Colón y hace un balance sobre los pro, los contras y las cuentas pendientes en su carrera.

A los 7 años comenzó a bailar. A los 8, entró al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón (ISA), a los 9 ganó su primer sueldo como bailarina, a los 14 egresó del Colón y a los 41 volvió como directora de su Ballet Estable. Se calzó sus primeras zapatillas en 1984 y se las sacó por última vez en 2015, sobre el escenario: no escondían algodones ni curitas, almohadillas de silicona ni paddings. Nada que amortiguara el dolor. Nada que se interpusiera entre ella y sus puntas. Cuando tenía 15 viajó a Nueva York para estudiar durante 6 meses, pero terminó viviendo 25 años en Manhattan. Firmó contrato con la compañía del American Ballet Theatre (ABT) y se convirtió en la única latina del cuerpo de baile. A los 17 compró su primer departamento, en un piso 34 con vista al Lincoln Center. A los 18 fue tapa de la revista dominical de The New York Times. A los 19 se transformó en la Primera Bailarina más joven en la historia del ABT. En 1995 tuvo una de las mejores actuaciones de su vida junto a Julio Bocca y pensó en abandonar, convencida de que nunca más volvería a bailar en ese nivel: luchó con el fantasma de esa perfomance perfecta los siguientes 20 años de su carrera. A los 22 tuvo una fuerte crisis, y también su primer beso. A los 39 se retiró.

Incluso sentada ahora, a casi dos años de su retiro, Paloma Herrera se despliega sobre el sillón con la misma cadencia etérea con la que se desplazaba sobre el escenario cuando bailaba en el American Ballet. La forma de tensar los músculos de los pies –una marca personal– y esa postura elongada revelan más que cualquier tutú o zapatillas de punta: todavía persiste en su cuerpo ese halo de bailarina que Herrera se niega a exorcizar.

¿Te quedó alguna cuenta pendiente debido a la dedicación full life a tu carrera?

Para nada. Si tuviera que volver atrás, volvería a hacer todo exactamente igual. Terminé mi carrera así porque la quería dejar impecable, para el público y para mí, como lo había soñado: que queden los mejores recuerdos y nada más. No me quedaron pendientes porque fue una decisión total. Si miro para atrás, hubiera sido imposible tener la carrera que tuve con hijos. Imposible. A mí me encantaba mi vida: fui feliz y libre. Mi nombre me marcó. Y esa libertad que me dieron mis padres fue fundamental: viajaba adonde quería, hacía lo que quería; no tenía responsabilidades, horarios ni personas pendientes de mí. Era sola en el mundo y me encantó siempre esa libertad absoluta. ¡Ni loca la hubiera cambiado por un hijo! Ahora que ya terminé mi carrera, es igual: no soy de esas personas que muere por un chiquito. Y una tiene que ser muy honesta, porque sé lo que es la responsabilidad de ser padre: una tiene que estar para siempre. Entonces, hay que estar totalmente decidida. Soy de la idea de que las cosas se hacen a full. Mi vida siempre ha sido así: intensa. Una tiene que hacer las cosas que realmente quiere y desea hacer… Y dar todo. Pienso que es mucho más honesta esta actitud que tener un hijo para cumplir con un mandato.

¿Cuál es la diferencia que querés marcar como directora del Ballet Estable del Colón?

Estoy desde febrero, así que es muy poco tiempo. Sin embargo, ya se ve que quiero que los que vienen tengan esta inspiración. Les estoy tratando de mostrar mi secreto. ¿Por qué tuve esta carrera diferente? Sí, por trabajo y disciplina, pero además por mucho amor, mucha pasión… Total entrega: ese fue mi gran secreto. No algo superficial, no querer ser famosa, sino el verdadero trabajo. Y estoy tratando de transmitirles eso, con más funciones, giras, un repertorio increíble. En poco tiempo se han cambiado un montón de cosas. Para mí es fundamental que estén inspirados y que les vuelvan esas ganas de tener funciones y ese amor por este mundo mágico.

Internas, conflictos sindicales, burocráticos, ¿Puede ser un problema en tu gestión?

Le dejé muy claro a María Victoria (NdR: Alcaraz, directora General del Teatro Colón), quien me convocó –me parece un ser maravilloso y acepté justamente por ella–, que mi arte es mi burbuja y no quiero que nada la toque. Ella me ayudó a confiar: tengo un apoyo increíble suyo y de todo su equipo. Pero también fui muy clara: no puedo con ‘¿Cómo podríamos arreglar?’, porque con la política no me meto. Yo voy, artísticamente, a hacer los cambios, a estar con los chicos en el estudio todo el tiempo, a llevar los mejores maestros, a que ensayen lo más posible, a que estén contenidos, a que cuenten con el mejor repertorio… Ese es mi foco: artístico, artístico, artístico. No me meto en política. En todo caso, me parece que la forma en que yo siempre hice política –por supuesto, tengo mis posturas– fue con el ejemplo. Porque hay mucha gente que habla pero después hacen cosas completamente diferentes. Mi carrera es un ejemplo de mi forma de hacer política: fui súper transparente, ética, trabajadora y quise siempre un estándar de excelencia. Y lo que dije fue lo que mostré. Para mí, eso es un ejemplo. Es muy fácil decirle a los chicos que son muy importantes los ensayos y que tienen que trabajar: lo cierto es que cuando iba de invitada al Colón, ellos veían que era la primera en llegar y la última en irme del teatro. Mi forma de hacer política es decir pero también hacer, y es haber dado un ejemplo de carrera.

Si tu gestión se viera comprometida de alguna forma por la política, ¿sería tu límite?

Exactamente. Los bailarines saben que los apoyo totalmente, pero mi límite es ese. Les puedo dar todo, pero hay cosas con las que no puedo transar.

Antes tenías que cuidar tu carrera y ahora tenés que cuidar tu legado.

Por eso no puedo cambiar. Voy a ser yo siempre.  Mantengo esta forma de vida y esta ética que viene conmigo desde mis 7 años, cuando para mí lo más importante era mi carrera. Y lo hice así siempre. Ahora que me bajé del escenario, es exactamente igual: como maestra, como directora, con mi libro, con mi perfume, con todo lo que hago. Esa dedicación es una forma de vida.

¿Es verdad que uno de los motivos por los que te retiraste fue porque ya no podías encontrar un partenaire compatible con tu cultura de trabajo?

No siento que estas nuevas generaciones (hace una pausa, para pensar) se tomen la carrera o el teatro como si fuera un templo. Pero para mí siempre va a ser así. Cuando voy a ver una función, es como un mundo mágico, mágico, mágico, mágico… Cuando bailaba, estaba totalmente concentrada hasta que terminaba la función: en el momento que tenía de descanso entre acto y acto me cambiaba la corona, los trajes, las zapatillas… ¡No se me ocurría agarrar el teléfono en mitad de la función para escribir un mensaje! No sé, es mi visión de dinosaurio tal vez… Entonces, me daba cuenta de que estaba cada vez más sola en ese mundo, que no encontraba gente que tuviera esa misma mirada en el escenario. Y tampoco entre el público: cuando se abría el telón, no volaba una mosca, era un templo. Ahora la gente está con el celular jugando, contestando, la luz, el desenfoque… Me sentía muy incómoda, sentía que no pertenecía… Me  dije: ‘No puedo cambiar al mundo. Pero sí puedo dejar mi carrera ahora. Perfecta. Impecable. Me quedo con ese recuerdo maravilloso’.

¿Cómo se siente estar jubilada a los 40?

Siempre supe que la vida de la bailarina era corta –si bien la mía fue larguísima, por suerte, porque empecé súper chica–, y tal vez por eso me quedó tanto esa frase de “vivir el momento” que tanto le digo también a los bailarines. Porque si una vive a full, después no tiene pendientes. Viví mi vida como si fuera el último día.

Por Cecilia Filas – Clase