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“Oski” Guzmán: “La crisis no nos tiene que llevar a que las apuestas artísticas se vuelvan tímidas”

El actor cuenta cómo se abrió paso en su carrera artística, pese a la oposición de su padre, hasta que consiguió su primera oportunidad en el teatro San Martín. Advierte que la Argentina atraviesa una época de incertidumbre que alcanza al mundo de la cultura y propone “tomarse con humor la realidad” e “improvisar” para mantenerse a flote.

El sueño de mis viejos era el de Mhijo el dotor, que fue el deseo de todo inmigrante, salir de la pobreza en base al trabajo y la educación de sus hijos. Pero ellos no se esperaban un hijo dedicado a la actuación, así que tuve que remarla bastante hasta convencerlos”, recuerda hoy el actor Oscar “Osqui” Guzmán, hijo de inmigrantes bolivianos provenientes de Potosí y Oruro, egresado del Conservatorio Nacional de Arte Dramático y reconocido por el ambiente artístico con los premios ACE, Florencio Sánchez, María Guerrero y Estrella de Mar -entre otros- por su papel teatral en El Bululú. En marzo retoma los ensayos en el San Martín para llevar a escena La tempestad y volverá a estar en la cartelera del Teatro Cervantes con Enobarbo, obra con texto de Alejandro Acobino.

Hacerse desde abajo fue una marca en su vida que le enseñó el valor de la gratitud. Su madre vino a la Argentina con 15 años, durante la segunda presidencia de Perón, sus tías ya estaban aquí y habían sido herederas de todo el movimiento de mujeres costureras y modistas que aprendieron el oficio con las máquinas de coser que les dio el gobierno de entonces. “Mi madre, en cambio, trabajaba en una fábrica y cuando la echaron -recuerda el actor-, con la plata de la indemnización, le alcanzó para comprarse una máquina de coser y así, desde una casa tipo chorizo donde vivíamos a una cuadra de la Bombonera, en La Boca, empezó con su pequeño taller”.

¿Y con tu papá se conocieron en la Argentina?

-Sí, ellos se conocieron aquí, en Buenos Aires. Mi padre fue un exiliado político, pertenecía al sindicato de los colectiveros y se tuvo que ir entre los años 60 y 70 escapándose en un tren que transportaba cadáveres en la zona de frontera con Brasil. Lo venían persiguiendo, pero él logró refugiarse en una iglesia, se escondió en un cuartito donde guardaban sotanas y el soldado que estaba haciendo la requisa policial no llegó a verlo y zafó de milagro. En Brasil ,habrá estado un año y medio y después se vino para la Argentina donde conoció a mi mamá.

¿Te fue difícil abrirte paso?

-Es difícil hasta que uno empieza a aceptar de dónde viene y quién es, de qué está hecho, porque ser artista para mis viejos no encajaba en ningún plan. Mi papá había estado tres años sin hablarme, y como además no conocía el mundo del teatro cuando empecé decidí que lo mejor era adoptar la actitud del obrero. Hasta que conseguí una oportunidad en el Teatro San Martín, en una obra que dirigía Osvaldo Dragún, El delirio, donde me vieron actuar. Y tan mal no lo hice porque ni bien llegamos a casa, mi viejo me pidió disculpas. En todos los períodos que nos tocó vivir, nunca nos faltó un plato de comida, ni aun cuando en los 90 la pasamos muy mal. Me acuerdo que era un tiempo de debilitamiento de los sindicatos, pero mis padres siempre fueron de pelearla y mi mamá más, porque no tenía la actitud sumisa que uno piensa de la mujer boliviana, era todo lo contrario, y eso la ayudó a no padecer situaciones discriminatorias.

¿Cómo ves el panorama con los ajustes que recaen en la cultura?

-Lo que se vive compartiendo la mirada de los colegas es que atravesamos un tiempo de incertidumbre y habrá que mover mucho la cintura y desempolvar más la imaginación, porque incluso los circuitos alternativos en estos años se fueron echando para atrás. Es que no resulta sencillo en la Argentina de hoy pagar el alquiler de un local, las boletas de luz, agua y gas, porque lo primero que restringe la gente cuando el bolsillo aprieta es su acceso al ocio. El miedo hace que la gente se refugie en sus casas pero lo mejor es encontrarse, charlar y discutir y hacer una buena lectura de lo que nos está pasando para no retroceder a una sociedad del “sálvese quien pueda”.

¿De qué manera hay que afrontar la situación?

-Desde lo artístico siempre hay maneras de tomarse con humor la realidad, lo hacíamos en televisión con el programa de Jorge Guinzburg, en Peor es Nada, donde en un momento picante de la policía hacíamos el sketch de La Familia Bonaerense, una parodia de la inseguridad sobre una familia que se encerraba en su casa y utilizaba un detector de metales para recibir a las visitas. El impacto de una crisis no tiene que llevar a que las apuestas artísticas se vuelvan tímidas y en ese sentido, la improvisación es una herramienta que ayuda a tomar el presente de manera más cruda y real, es decir, si no hay obra, hay que construirla.

¿Cuánto ayuda la improvisación a construir una sociedad mejor?

-La improvisación es práctica y aceptar también el tiempo que a uno le toca vivir, porque existe si uno asume sus accidentes, si uno se permite meter en el interior de lo que uno es y aprende a mirar las cosas de una manera más periférica y lúdica, y menos lineal. Si uno logra desde la improvisación y como sociedad abordar aquellos temas que incluso lo incomodan, como pueden ser el de Cromañón o ahora el de los tripulantes desaparecidos del ARA San Juan, la lectura del problema tiende a ser más riguroso porque ya no alcanza con juzgar al otro. Los recuerdos son trapos viejos pero como decía Mauricio Kartún, mi maestro artístico, para no repetir errores solo una buena confección los vuelve memoria.

Inmigrantes

“Claro que me toca y me duele, porque como hijo de inmigrantes he visto a mis viejos luchar para que sus oficios se reconozcan, darnos educación y salud con un Estado presente y en los 90 fui testigo de cómo se depreciaban los salarios y a muchos convertirse en mano de obra barata”, opina el actor, casado con la actriz Leticia González, con quien esperan un hijo para este año. De gira por el país y haciendo seminarios de improvisación, advierte que la inmigración de los países limítrofes “es un estado natural de estos tiempos” y hacer un registro o un censo de esos nuevos trabajadores “es necesario para no sentirse amenazados y que el espacio público se convierta en un campo de batalla. Cuando un Estado está presente, las sociedades tienden a ser más solidarias; pero cuando se corre, se despierta la xenofobia y la persecución”.

Por Andrés Asato – 3 Días