Chubut Para Todos

Milagrosa Dolores

El escándalo de los Etchevehere es sobre plata, mucha, teñida de revolucionaria por Grabois.

Primera certeza: los milagros existen. Una muestra: ver a la hermana de los Etchevehere haciendo la “v” de la victoria al mejor estilo de la juventud peronista, en los 70.

Y sirviéndose de las palabras “compañeros” y “compañeras”, como si en la cuna la hubieran machacado con la marcha que inmortalizó Hugo del Carril. Dolores hasta utilizó a José Gervasio Artigas, el Che Guevara y el ambientalismo en su asombrosa conversión política, luego de haberse nutrido en una familia radical y conservadora, de rancio y obstinado gorilismo, dueña del diario de Paraná que siempre hostigó a los gobernantes peronistas desde la década del 40 del siglo pasado. Hasta que hubo una negociación. Y,  según las malas lenguas entrerrianas, la crítica ira periodística se desvaneció luego de que el Estado provincial le facilitara la compra –a un discutible precio– de un extenso e intervenido campo que había pertenecido a los ingleses del frigorífico Santa Helena (cuya huella constructora puede advertirse en el formidable casco que quedó en la estancia).

Este relato cantinero forma parte del chismorreo que involucra a la familia y a la dama revoltosa que, venida a menos, decidió intrusar la tierra que no le corresponde con una delegación de un centenar de okupas: una suerte de Patty Hearst del subdesarrollo, cuya mutación revolucionaria se logró gracias a Juan Grabois, quien no será el Papa pero hace este tipo de milagros. Más bien circenses.

Segunda certeza. No fue el único fenómeno divino que durante 15 días obtuvo este abogado social luego de la desatinada ocupación y su reciente desalojo. Indeseados, se supone:

1) Logró que la Iglesia se obligara, con desgano, a pronunciarse contra la usurpación a poco de conocerse su última Encíclica, en la que recomienda que la propiedad privada apenas es un derecho secundario: ahora falta que rectifiquen ese párrafo universal.

2) Desde las alturas se hizo trascender que el Santo Padre no acompaña a Grabois en estas iniciativas usurpadoras, aunque lo ha tenido a su servicio con el título de “consultor”, consignando además que no lo recibe hace tiempo en el Vaticano. Parece una defraudación personal ya que Francisco había depositado esperanzas en la carrera política del personaje al extremo de confesarle a un visitante “lo bueno que sería que la Argentina tuviera un presidente como este muchacho”. Como todos son hijos de la fe, habrá que creerles.

3) Otro éxito milagroso ha sido devolver a la superficie al ex ministro de Agricultura de Macri, Luis Etchevehere, poco considerado en la provincia, aun por quienes salieron a repudiar la usurpación, temiendo por su propio pellejo. Pero menos interés todavía despertaba la hermana Dolores, que le imputó varios crímenes al ex titular de la Sociedad Rural, igual que a su madre y sus hermanos. Así, quien parecía retirado de la actividad partidaria ahora renueva expectativas políticas y se lo menciona como un eventual candidato de Cambiemos en la provincia (el más dañado en esa porfía inesperada puede resultar Rogelio Frigerio, quien durante años dedicó esfuerzos a Entre Ríos).

4) El mayor evento sobrenatural conseguido por Grabois & Cía, sin embargo, ha sido que el gobierno nacional tuviera que rechazar la ocupación a pesar del impulso, complicidad y soporte que varios funcionarios de Alberto Fernández brindaron a la toma delictiva de la estancia. La última retirada ha sido un golpazo al oficialismo, provincial y nacional, que ni siquiera mitigó la expulsión a otros okupas del mundo izquierdista en Guernica, episodio creciente que no dejaba dormir a Kicillof ni a Fernández. Los salvó Sergio Berni de un probable desastre, hoy erigido además como el enemigo público número uno de Grabois. Multitud de contradicciones, otras batallas se vienen en el mismo rubro.

Tercera certeza. Ciertos excesos acompañaron el ímpetu del jefe social (sorprende la proliferación de “jefes sociales” en la Argentina de los últimos años), quien durante la intrusión entrerriana se emocionoó hasta prometer la extensión del lema de “muchos Vietnams” ocupacionales hasta en el predio porteño de la Sociedad Rural. Si se puede lo mínimo, tambien se puede lo máximo: lo debe haber aprendido en la facultad.

Tuvo Grabois su acto de figuración para hostigar a la burguesía, una permanencia repetida en sus discursos. A diferencia de su modelo de travestismo facial: una vez aparece con barba, en otra se la afeita, luego se la retoca. Aunque el esplendor de su cambiante apariencia pasa por el cabello: a veces largo, otras corto, achatado, alborotado, suelto, con colita, atado, despeinado, prolijo. Casi una programación de Roberto Giordano. Sorprende esa variedad estética, su dedicación capilar, quizás –diría un bisoño psicólogo– revela firmeza en su identidad personal. O al revés, vaya uno a saber.

Lo cierto es que este dirigente produjo opiniones diversas en el Gobierno –hasta el propio Fernández le reconoce buenas ideas– y genera un entrismo de izquierda en la cúpula, vestido con la sotana papal que no se advertía en los 70, actitud que hubiera repudiado el propio Perón a través de un sosegate. Curiosamente, al revés de lo que hubiera hecho su padre Roberto (más conocido como Pajarito), quien supo velar por la pureza peronista desde Guardia de Hierro, la misma agrupación que compartió Jorge Bergoglio. Un derivado de una internacional centroeuropea, católica, de escasa investigación que en la Argentina algunos recuerdan por una leyenda poco estimulante que se imputaban a sí mismos: “Somos la rabia”. Allí, entre otros, también estuvo Julio Bárbaro, un íntimo de Pajarito que fue padrino de bautismo de Juan Grabois. Como los Etchevehere, también en esa familia hubo litigios, se distanció el matrimonio cuando eran concurrentes al country Golfer’s, y la madre buscó otro destino mientras el padre, quejoso, le endilgó que “lo secó” en la separación. Como en el tango, se podría bromear ahora, no le quedó “ni la soga de colgar la ropa”.

Aparte de estas penurias de familia, de la patética “derrota” judicial que padeció Grabois en Entre Ríos, como él mismo reconoció, y del costo que implicaron esos 15 días de ruido, para el abogado tal vez haya una recompensa. El ejercicio político del caso quizás le permita más adelante observar libros de la sociedad que reúne a los Etchevehere y de la cual se apartó a la “compañera” Dolores pagando un precio irrisorio –según ella por extorsión– mientras teme o supone que la van a excluir de la herencia cuando muera la madre.

No son monedas lo que se discute (campos, emprendimientos, compañías), menos violaciones de género, falta de vivienda para los pobres o trastornos al medio ambiente: es plata, mucha, teñida de revolucionaria por Grabois y su cliente, mientras el resto de la familia invoca violaciones ciertas al Derecho y a la propiedad privada. Cada uno elige el disfraz que más le place.

Por Roberto García – Perfil