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Máximas Sanmartinianas: humanismo, pobreza y solidaridad Por Gustavo Druetta

“Humanizar el carácter y hacerlo sensible aún con los insectos que no perjudican” reza la primera de las doce máximas que José de San Martín (47 años) escribe el 13 de agosto de 1825 en Bruselas, dirigidas a su hija Mercedita de 9 años. En la segunda busca inspirarle “amor a la bondad”. La 4ta. propone “estimularle la caridad con los pobres”; la 8va. “dulzura con los criados, pobres y viejos”. ¿Había ejercido el Libertador aquellas mismas virtudes como gobernante político y militar de Cuyo entre fines de 1814 y principios de 1817?”. Cuando arribó a sus 34 años a Bs. As en marzo de 1812 los pobres eran decenas de miles de criollos, indios y negros. Los últimos continuarían sometidos a esclavitud hasta mucho después de la gesta libertadora; la Asamblea del Año XVIII sólo decretará la libertad de vientres. Las cenizas de miles de aquellos pobres que fueron sus soldados, gran mayoría entre la población colonial, descansan en la gran urna del “Soldado Desconocido de la Independencia” junto a los del Gran Capitán de los Andes. Incinerados sus restos en las tumbas colectivas desde Arequipa a San Lorenzo y traídos a Bs. As, tienen prendida una llama votiva in memoriam en el frontispicio de la Catedral.

San Martín incorporará al Regimiento de Granaderos cientos de indios guaraníes de las ex misiones jesuíticas, su cuna natal. En 1816 negociará con los “Pehuenches” un supuesto paso para atacar a los realistas en Chile por el sur de Mendoza para burlar al enemigo sobre sus designios estratégicos. Su descripción epistolar de las conferencias con los caciques y sus séquitos es de una calidad etnográfica sólo superada en el siglo XIX por “Expedición a los indios ranqueles” de Lucio V. Mansilla. Después de cada jornada de deliberaciones, con exceso de bebida y comida, danzas, regalos y abrazos, S.M. debía higienizarse y cambiarse de ropa al quedar impregnado de olores a potro y vahos etílicos de sus “hermanos los indios” a quienes entusiasmaba para ser auxiliares del ejército proclamándose también “indio”. Los sobrevivientes a Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú entre unos 2.000 soldados negros y mulatos, lo acompañan hasta Lima en 1820. Eran esclavos que sus amos debieron cederle a la fuerza. No para la caballería donde revistaban los eximios jinetes criollos litoraleños, cuyanos y bonaerenses, temerarios en las cargas “a degüello” pero esquivos a las tácticas napoleónicas. Los disciplinados regimientos de pardos y morenos serán sus mejores soldados de infantería de línea. Algunos habían aprendido a leer y escribir con los hijos de sus patrones. Los no caídos en combate o por enfermedades serán los primeros libertos. Muchos seguirán hasta Ayacucho, en 1826, al servicio del Ejército Libertador que les había dado plena ciudadanía. Para escándalo del patriciado cuyano y porteño, Don José ascendió “socialmente” centenas de esclavos a cabos y sargentos. Algunos incluso llegaron a jefes de tropas. Mandados por sus pares étnicos cargaban a la bayoneta “a paso de vencedor” a costa de muchas bajas, ganando y perdiendo decenas de batallas.

A mediados de 1815, cuando tambaleaba el plan de liberación continental y Marcó del Pont amenazaba cruzar la cordillera, atacando en simultáneo con fuerzas del Alto Perú, el Gobernador-intendente de Cuyo, Cnel. Mayor S.M. comunica al Cabildo de Mendoza: “Para contribuir al sostén de nuestra regeneración política…cedo durante el tiempo de la guerra la mitad del sueldo que gozo por razón del empleo con que la Patria me ha condecorado”.  En 1816 rechaza una segunda chacra que le ofrece el Cabildo por el nacimiento de su hija pidiendo sea repartida entre los más valientes de su tropa.  En Chile dona 10.000 pesos oro ofrecidos por el Cabildo de Santiago para solventar gastos de su viaje a Bs. As. en 1817, con destino a la construcción de la Biblioteca Nacional bajo la auditoría de sus colaboradores.  Al fundar en Lima la Biblioteca Nacional del Perú en 1821, regala unos 400 libros que quedaban de su biblioteca personal traída desde España. Ya había cedido 300 de los más de 700 volúmenes transportados en doce arcones –un 60% en francés- al inaugurar la Biblioteca de Mendoza y la Cátedra de Geografía y Matemáticas del Colegio Nacional inaugurado durante su gobierno.

“Odio a la mentira y desprecio al lujo” exigirá a su hija en la 11va. máxima. Nunca hubiese podido imaginar el liderazgo degradante de músicos multimillonarios que atraen al delirio mortal a multitudes de compatriotas, y en cifras muy superiores a los 5.000 y pico de valientes que con sumo sacrificio cruzaron los Andes hace 200 años. Hubiera padecido por las Merceditas de nuestro tiempo y por el extravío de la Patria para cuya fundación lucharon miles de desheredados sudamericanos. Desmontado el prócer del bronce, ya sin espada y blandiendo sus máximas, apostrofaría a nuestras dirigencias con una ejemplar lección sobre aquellos pobres que, carentes de casi todo, murieron por un inconcluso orden de libertad, igualdad y fraternidad.

Gustavo Druetta : Sociólogo, periodista y Ex teniente de Artillería (1965-1970).