La cuarta semana de octubre de 2017 se caracterizó por una formidable aceleración política. En ese breve período ocurrieron hechos que probablemente determinarán el escenario de los próximos años.
En primer lugar, las verificaciones científicas practicadas sobre el cuerpo encontrado unos días antes en el Río Chubut no sólo confirmaron que el muerto era Santiago Maldonado sino que permitieron anticipar que el joven no había sido víctima de una agresión externa y descartar así la teoría de la “desaparición forzada”, interesadamente difundida por algunas organizaciones de derechos humanos, por sectores kirchneristas y por los grupos extremos de la llamada “resistencia mapuche” con la intención de desacreditar al gobierno nacional y a la gendarmería.
Que estas primeras conclusiones basadas en hechos comprobados trascendieran en vísperas y sobre la jornada electoral del domingo contribuyó a frenar una incipiente pérdida de votos del oficialismo (que algunos estudios estimaron en cinco puntos en la Capital Federal y atribuyeron sobre todo a declaraciones inapropiadas de Elisa Carrió). Ese goteo adverso nunca llegó, de todos modos, a equipararse con la verdadera ola de respaldo a la coalición oficialista que se extendió nacionalmente.
El gobierno no sólo derrotó netamente a la Unidad Ciudadana de Cristina Kirchner en la vital provincia de Buenos Aires, sino que incrementó sus votos en el distrito y particularmente en el conurbano .
Pero, además, esa significativa victoria vino acompañada por otros logros destacables: Cambiemos ganó en el núcleo productivo más importante del país (Capital y las provincias de Buenos Aires, Santa Fé, Córdoba, Mendoza y Entre Ríos), derrotó al kirchnerismo en su patria chica de Santa Cruz y conquistó bastiones justicialistas como La Rioja o Chaco. Ganó en El Tigre de Massa y en la Salta de Urtibey. Al neutralizar a Massa, Urtubey y al cordobés Juan Schiaretti, Mauricio Macri deja al peronismo poskirchnerista sin figuras alrededor de las cuales ensayar un rápido reagrupamiento.
Otro hecho importante de la vertiginosa semana: el Congreso quitó los fueros al ex ministro Julio De Vido y la Justicia lo alojó en la cárcel de Ezeiza, en lo que muchos consideran el primer paso de una ofensiva judicial que conduce ineludiblemente ala señora de Kirchner.
Ante un peronismo fragmentado, necesitado de una renovación que vaya más allá de chapa y pintura y aún lastrado por la fastidiosa contaminación K, Mauricio Macri parece tener despejado el camino hacia un intento reeleccionista de aquí a dos años. En todo caso, sus principales riesgos no surgen de afuera. Debe observar las tensiones intestinas, la presión de los sectores más apresurados (el antigradualismo, el purismo beligerante), la tentación de la soberbia y el aislamiento decisionista.
El Presidente no desconoce que su poder se ha ampliado aunque tampoco ignora que no cuenta, sin embargo, con plena libertad de movimientos. El nuevo sistema político argentino, que empezó a manifestarse con la derrota del kirchnerismo en 2015 y que ahora se perfila con un mayor predominio presidencial, podría inspirarse en las reflexiones que esta semana emergieron como uno de los mensajes del último congreso del partido comunista chino, donde se consagró la figura del presidente Xi Jinping.
El comunismo de la República Popular ha redefinido en esta etapa lo que, aplicando un concepto de Mao, llama la “contradicción fundamental” que afronta la sociedad china: esta es, de acuerdo a Xi Jinping, “la que hay entre el desarrollo desequilibrido e insuficiente y las demandas crecientes del pueblo de una mejor vida”. No se trata de una generalidad: por el contrario, la frase toma en cuenta los cambios que se han producido en el gran país, donde hoy las “insuficiencias” no son las de tiempos de Mao, sino las de una sociedad que ha crecido hasta transformarse en segunda potencia mundial. “Las demandas del pueblo de una vida mejor que satisfacer son ahora notablemente más amplias-describe el líder chino-. Han aumentado no solo las necesidades materiales y culturales, sino también las demandas de democracia, imperio de la ley, equidad y justicia, de seguridad y de un mejor medio ambiente”.
La política argentina debería observar, analizar la expansión de las demandas sociales en el país, aquellas que son consecuencia de los cambios de época y de transformaciones ya ocurridas tanto como aquellas que surgen de la ausencia de reformas y de la ausencia de Estado. Y cambiar métodos, procedimientos y programas.