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Macri, contra Frigerio Por Damián Nabot

Mauricio Macri se define como desarrollista pero los pasos de su gobierno repiten un camino que en el pasado despertó la oposición de Rogelio Frigerio, abuelo de su actual ministro del Interior y principal exponente en la Argentina de la escuela económica que el Presidente asegura profesar.

Mauricio Macri se define como desarrollista pero los pasos de su gobierno repiten un camino que en el pasado despertó la oposición de Rogelio Frigerio, abuelo de su actual ministro del Interior y principal exponente en la Argentina de la escuela económica que el Presidente asegura profesar.

A fines de los 50 y durante la década del 60, Rogelio Frigerio mantuvo una célebre polémica con Alvaro Alsogaray, quien había sido convocado al gobierno de Arturo Frondizi para satisfacer la presión de los sectores militares y del establishment. La designación había sido un gesto hacia el liberalismo de un gobierno asediado por el peronismo, los conflictos sindicales y la desconfianza de las Fuerzas Armadas. Fue entonces cuando Rogelio Frigerio, que había sido el ideólogo del programa de Frondizi, se trenzó públicamente con los argumentos de Alsogaray, en una disputa donde ambos entendían que se jugaba el futuro de la Argentina. Más allá de las particularidades de la época, el eje del debate era si el crecimiento de la economía de Argentina exigía ser impulsado desde el Estado por un plan de desarrollo o si era una fuerza que iba a liberarse en forma autónoma cuando se ordenaran las variables de la economía.

Alsogaray sostenía que en vez de convocar a “tecnócratas”, en una alusión indirecta a Frigerio, el crecimiento debía entenderse como “un proceso natural en las comunidades humanas”, que depende “de los ideales de los individuos cuando éstos pueden expresarse y actuar libremente”. Su énfasis apuntaba a disminuir el déficit fiscal, equilibrar el tipo de cambio y frenar la inflación, a través de la búsqueda de financiamiento y la reducción de los gastos del Estado.

Por el contrario, Frigerio consideraba que la estabilidad debía acompañarse con un plan nacional de crecimiento delineado desde el Estado porque, de lo contrario, amplios sectores de la sociedad quedarían congelados en la pobreza. “La estabilización no es una concepción estática. No se trata de volver el peso fuerte en base a un pueblo alimentado de galleta y mate”, escribía Frigerio. Sus propuestas apuntaban a desarrollar el autoabastecimiento de energía y la industria pesada para reducir la necesidad de importaciones por parte de las empresas y, de esa manera, aliviar la demanda de divisas a través de un círculo virtuoso. “No hay duda de que matando a un paciente se baja la fiebre; pero el problema es que la fiebre baje curando al enfermo”, replicaba el desarrollista frente a las afirmaciones de Alsogaray. El problema que entreveía Frigerio era que en los países periféricos como la Argentina la estabilidad de la moneda y las cuentas públicas era una condición necesaria pero insuficiente para garantizar el crecimiento.

En el énfasis económico del gobierno de Macri, expresado ahora en las columnas del ministro Nicolás Dujovne, subyace la idea de que la estabilidad macroeconómica generará las condiciones para que broten por fuerza propia las inversiones. Le respondería Frigerio que por el camino único de la estabilización el problema de la balanza de pagos sólo se corregirá a través del “sacrificio permanente del consumo y la declinación industrial”. En un gobierno donde el apellido Frigerio regresó al gabinete, nadie parece levantar las banderas más elocuentes del ideólogo del desarrollismo.