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Los fantasmas que recorren a la elección presidencial en Estados Unidos

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2016 rompió todos los esquemas. Su condición de outsider puso a prueba un sistema que lo miró con desconfianza pero que pudo acostumbrarse a su lógica impredecible.

En definitiva, más allá de las cualidades personalísimas del presidente norteamericano, su gestión fue republicana de pura cepa: neoconservadora, unilateral en las decisiones y profundamente antiglobalista.

Trump le agregó un perfil nacionalista, un crecimiento hacia adentro que priorizó la insta-lación de empresas para estimular la creación de empleo y un compromiso personal en la disputa con China y otros conflictos internacionales.

Hasta la pandemia, la estabilidad económica y el empleo indicaban que todos los caminos conducían a una reelección segura del presidente, sin embargo, el coronavirus empeoró las condiciones de vida y obligó a Trump a iniciar una contraofensiva para recuperar terreno.

Desde entonces, el mandatario exacerbó un estilo autoritario basado en el lema de “Ley y Orden” frente al descontento social generado por el asesinato de George Floyd y se posicionó como el único capaz de controlar una supuesta amenaza radicalizada interna.

La estrategia fue tensar la cuerda institucional al máximo, potenciar los ataques a China, proteger a grupos supremacistas blancos y denunciar fraude en una jugada que puede poner a Estados Unidos en una crisis institucional sin precedentes.

Además, reforzó la mayoría conservadora en la Corte Suprema bajo la especulación que en una jornada electoral sin ganadores o con sospechas de fraude, sea el máximo tribu-nal quien tenga que definir los comicios.

Sin contemplar las maniobras por fuera de las parámetros instituciones que puedan aparecer, el segundo mandato de Trump depende de la capacidad de revertir algunos Estados indecisos que puedan cambiar la historia en el Colegio Electoral, ya que, tal como sucedió en 2016, el republicano obtendrá menos votos populares que su contrincante.

Por el lado de los Demócratas, la pandemia les dio la oportunidad de recuperar el go-bierno en medio de una dificil transición interna. ¿Qué proyecto tiene Joe Biden? La campaña se orientó casi en su totalidad en las propuesta fronteras adentro de Estados Unidos y en ese aspecto, el exvicepresidente de Barack Obama prometió inyectar dos bi-llones de dólares en energía limpia para reactivar la economía. La cuestión ambiental es una diferencia sustancial con Trump que desde que inició su mandato se mostró contra-rio al acuerdo de Paris por el Cambio Climático y reimpulsó una industria contaminante como la del carbón. Si bien evitó pronunciarse a favor del Green New Deal que propone el ala más radical de su partido, el desarrollo sustentable será una prioridad en una even-tual gestión demócrata.

En esa línea, propone un gasto aproximado de 300 mil millones de dólares en la investigación de tecnologías de telecomunicaciones como la 5G, la Inteligencia Artificial, vehículos eléctricos y aumentar el salario mínimo de 7,25 a 15 dólares.

Otro punto de diferenciación es la política migratoria. Biden plantea cambiar la política de Trump respecto a la migración y mejorar el trato de los detenidos por la Patrulla Fronteriza. Así, en los primeros 100 días de gobierno se propone terminar con la separación de familias, acabar con el enjuiciamiento de migrantes detenidos por infracciones menores y poner fin a las redadas dentro de lugares de trabajo, hospitales, escuelas o centros reli-giosos. Además de estas acciones de proponer a restablecer el programa de Obama que beneficiaba a los ‘dreamers’ y eliminar la restricción de permisos de asilo político y visado.

La politica exterior tuvo poca presencia en los debates pero más allá de los temas puntuales que gira en torno a China, Corea del Norte, Irán o Venezuela, lo que pone en juego Estados Unidos es su hegemonía. El artículo central de Foreign Affairs de E.A. Cohen: “The End of American Power. Trump’s Reelection Would Usher in Permanent Decline”, muestra el grado de preocupación del circulo rojo globalista ante una posible victoria de Trump.

El proyecto globalista de Barack Obama construyó su liderazgo con un neoliberalismo global multilateral que pretendió ubicarse como el lider de dos grandes escenarios comerciales, en el pacífico con Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TTP) y en atlántico con el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP).

En ambos casos el objetivo era frenar el avance de China como potencia pero a través de una convivencia pacífica y una retórica que, con algunas excepciones, distó de la violencia y confrontación de Trump. En estos cuatro años, China consolidó su liderazgo a través de la nueva Ruta de la Seda y avanzó sobre el vacío dejado por Washington en los organismos multilaterales que Donald Trump menospreció desde el principio. En el resto de los temas de agenda internacional como Rusia, Venezuela e Irán seguirán en agendas, tal vez, con diferentes tonos.

¿Importa América Latina?

A pesar de la nula presencia en los debates y el poco espacio que tiene en la agenda internacional norteamericana, la región es un territorio estratégico en la carrera de Estados Unidos para fortalecer su liderazgo internacional. El repliegue de Donald Trump en términos globales vino acompañado de una conducción más agresiva sobre su zona de in-fluencia con decisiones como la de imponer un presidente propio en el Banco Interamericano de Desarrollo.

Si Trump logra la reelección seguirá por ese camino, fortaleciendo la relación con Brasil y asumiendo el protagonismo en la crisis venezolana, ya sea aumentado la presión y disciplinado a sus aliados que forman parte de estrategia como apelando al factor sorpresa y, como hizo con Kim Jong Un, organizar una reunión con el propio Nicolás Maduro si la estrategia contra el gobierno sigue fracasando y la oposición no encuentra el rumbo.

Biden tendrá el desafío de frenar el avance chino en la región a través de proyectos de infraestructura que financien la reconstrucción de la región post pandemia. Si bien el es-cenario global es adverso para reconstruir el proyecto globalista, un gobierno demócrata podría incorporar un estilo multilateral que vuelva a poner en el centro experiencias como la Alianza del Pacífico y priorice elementos de desarrollo sustentable y defensa del medio ambiente. En este aspecto, es una gran incógnita la relación con Jair Bolsonaro quién no solo es aliado de Trump sino que su política exterior es antiglobalista y escéptica del multilateralismo. Un cambio de mando en el norte podría provocar un movimiento de pie-zas dentro del gobierno brasileño.

En relación a Argentina, no pareciera haber demasiados cambios. Gobierne quien gobierne, la relevancia de Estados Unidos en el marco de la negociación con el Fondo Monetario Internacional es importante y la relación comercial seguirá por la misma senda de las últimas décadas. El gobierno de Alberto Fernández no tuvo una relación tensa con Trump independientemente de posiciones diferentes adoptadas en la elección del BID o respecto a la crisis en Venezuela y tiene como representante en la potencia del norte a una figura como Jorge Argüello que cuenta con el respeto del establishment político y económico como para pensar un vínculo que exceda las coyunturas.

Estados Unidos afrontará las elecciones más importantes del último tiempo con el objetivo de evitar dos crisis de fondo: la institucional que implicaría que los resultados tengan que definirse en la Corte Suprema de Justicia en un contexto de polarización y malestar social y la pérdida de liderazgo que pueda poner en jaque una hegemonía que después de mucho tiempo empieza a ser cuestionada. La moneda está en el aire y todo puede terminar muy mal.

Por Augusto Taglioni – El Canciller