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Leonardo Boff: “El Dios de Bolsonaro es el Dios de la muerte”

Brasil es el epicentro del coronavirus en América Latina. Este país enfrenta la peor pandemia que haya vivido la humanidad en los últimos 100 años con un presidente que sigue diciendo que es una pequeña gripe mientras se cavan fosas comunes para entierros masivos.

Los muertos en Brasil se cuentan de a miles por día. Las personas más pobres de las favelas y las comunidades indígenas están siendo los más afectados. El alcalde de Manaos, al noroeste de Brasil, denuncia que se está viviendo un “genocidio”.

Mientras tanto, el presidente Jair Bolsonaro sigue subestimando el virus, no despliega ningún plan de atención a las víctimas y el COVID-19 se esparce como pólvora.

Desde una pequeña ciudad campestre ecológica a las afueras de Río de Janeiro, el teólogo Leonardo Boff y su esposa Marcia Monteiro observan y denuncian la tragedia que está viviendo el pueblo brasileño.

Leonardo Boff, es un exsacerdote franciscano, escritor, filósofo, ecologista y luchador que ha escrito más de 60 libros y que ha recibido innumerables reconocimientos a lo largo de su vida. Entre ellos, el Premio Nobel Alternativo del año 2011 y doctorados honoris causa de universidades de Italia, Suecia, Argentina y México.

Pero más allá de la decena de reconocimientos, Leonardo Boff es una reserva moral en América Latina, uno de los fundadores, junto al asesinado cura Camilo Torres, de la Teología de la Liberación, una corriente teológica cristiana que aboga por la atención de los pobres, por la formación de mujeres y hombres nuevos, y por la toma de conciencia como forma de liberación.

Apegado a esos principios, Leonardo Boff siempre ha alzado la voz en contra de las injusticias sociales, aunque eso le haya costado sanciones por parte de la Iglesia católica. En 1985, la Congregación para la Doctrina de la Fe (un órgano colegiado del Vaticano) le condenó a un año de silencio por su libro Iglesia: Carisma y Poder.

En 1992 renunció a la Iglesia y desde entonces no ha dejado de alzar su voz por los derechos de los pueblos oprimidos y de la naturaleza. Sus reflexiones han sido incluidas en la encíclica del Papa Francisco Laudato Sí sobre el cuidado de la Casa Común.

Desde su humilde vivienda y junto a su esposa Marcia conversa vía telefónica con Sputnik sobre la emergencia sanitaria y social que vive Brasil.

—Bolsonaro dijo que el coronavirus era una simple “gripezinha” y hoy Brasil es el epicentro de la pandemia en América Latina. Según las cifras oficiales del Gobierno van casi 400 mil contagiados, unos 25 mil muertos y se empezaron a cavar fosas comunes para hacer entierros masivos. ¿A qué sectores de la población brasileña está afectando más el coronavirus?

—El coronavirus, curiosamente, empezó entre las clases más ricas que vinieron desde Europa.

Luego, el virus pasó a las clases medias y ahora está afectando, especialmente, a las comunidades de las periferias, de las llamadas favelas, porque ellos no tienen condiciones para el aislamiento social, sus casas son pequeñas y ahí viven entre siete u ocho personas. Es un flagelo para ellos. Muchos de los afectados mueren porque no hay capacidad en los hospitales. Muchos mueren en sus casas por falta de asistencia. El presidente quiso imponer por decreto la utilización de cloroquina, pero ahí entró la Suprema Corte y lo prohibió porque dicen que no tiene ninguna base científica, pero él sigue recomendando este medicamento.

—Bolsonaro llegó al poder por los evangélicos y gobierna con ellos. Una de las frases de campaña de Bolsonaro era “Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos”. ¿Cómo se entiende que estas personas que nombran tanto a Dios, que rezan tanto sean tan indiferentes al dolor y a la tragedia del pueblo brasileño?

—Sí, es una gran contradicción. Esas iglesias neopentecostales son grandes negocios. Hacen muchos negocios con sus iglesias que reúnen a miles de personas. Inicialmente no respetaban el aislamiento social y ahí han afectado muchísimo. La justicia las cerró y Bolsonaro a través de un decreto impuso la apertura. Muchos de ellos dicen que distribuyen un agua que cura y las venden por mil reales (unos 170 euros). Ofrecen unos frijoles que, según ellos, comiéndolos te curas. Es una explotación tremenda y Bolsonaro los tiene como base política. Entonces, el pueblo está desconfiado y la desgracia es que ni un ministro de Salud tenemos.

Bolsonaro puso militares en el Gobierno y ahora hay como 2.300 militares impuestos. Este es un Gobierno de militares, han hecho una especie de golpe militar silencioso, ocupando todos los espacios, especialmente la salud y por ahí ellos controlan los datos de los muertos. Muchos denuncian que la cifra de afectados es siete veces más alta y la de muertos es cinco veces superior a lo que ellos informan. Solo ayer (26 de mayo) murieron más de mil personas y quienes controlan el Ministerio de Salud no son médicos o con formación científica, simplemente son militares, por eso se extiende cada vez más la pandemia.

—Usted ha dicho que el Dios de Bolsonaro no es el mismo Dios del pueblo. ¿Cuál sería el Dios de Bolsonaro?

—No es ni el Dios de los musulmanes ni el Dios de los judíos ni de los cristianos, es el Dios de los cananeos que eran Moloch, que exigía sacrificios humanos. Bolsonaro, continuamente está exigiendo sacrificios humanos porque no le da asistencia al pueblo, no da importancia a las muertes, no expresa ninguna solidaridad con las víctimas, ni con personas notables que han muerto, nada. El Dios de Bolsonaro no es el Dios de la vida es el Dios de la muerte.

—El coronavirus avanza por todo el país y se está llevando por el medio a la población indígena de la Amazonía, donde las cifras del coronavirus cuadruplican a la media nacional. El alcalde de Manaos ha denunciado la situación como “un genocidio”. ¿Qué se debe hacer para evitar el exterminio de estas comunidades?

—Allí están afectadas 44 etnias. Muchos de esos indígenas están entrando al interior de la selva amazónica porque creen que así podrán escapar del contagio. El Gobierno no tiene ninguna política para ellos ni les manda médicos ni nada.

Los indígenas son muy débiles a estas enfermedades, incluso mueren por gripes, por neumonía y con el coronavirus es un desastre total, son afectados y a los pocos días después mueren porque no tienen ningún tipo de inmunidad para estas enfermedades. Entonces, cuando enferman algunos son llevados a Manaos en avión, porque por barco serían unos cuatro o cinco días, pero gran parte se queda ahí en la selva. La única solución que ellos han encontrado es abandonar todo, sus viviendas, sus cosechas y refugiarse en el interior de la selva.

—La Amazonía brasileña ha sido entregada a mineros, madereros y empresas transnacionales de los agronegocios, que no solo han sido acusadas de asesinar a los indígenas para adueñarse de sus tierras ancestrales, sino también señalados como responsables del gran incendio de 2019. ¿Cuál puede ser el destino de Amazonía brasileña y de todo Brasil si se continúan políticas como las de Bolsonaro?

—Los madereros han aprovechado la pandemia para hacer grandes incendios, más grandes que toda la ciudad de Sao Paulo, pero no ha salido en las noticias porque están todos hablando del coronavirus. Entonces, gran parte de las tierras que están siendo quemadas son reservas indígenas que están siendo invadidas.

Los madereros están aprovechando la pandemia para ocupar tierras indígenas y expulsarlos sin ninguna vigilancia. Todos los directores y jefes del organismo que cuida esa parte de la Amazonía han sido cesados de sus cargos. El ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, el pasado el 22 de abril, dijo en una gran reunión con todos los ministros: “vamos a aprovechar que nadie se ocupa de la Amazonía para liquidar las leyes que limitan” y así ocupar estas tierras para el gran negocio. Lo dijo en una reunión de ministros. Salles propuso al presidente aprovechar que todos los medios hablaban del coronavirus para abolir todas las leyes que limitaban la deforestación y extender la ocupación de la selva amazónica, especialmente las reservas indígenas, para dedicarlas al agronegocio.

—Hace justo cinco años el Papa Francisco publicaba la encíclica Laudato Sí sobre el cuidado de la Casa Común. Usted fue un importante colaborador de esta encíclica, hizo sus aportes. ¿Por qué es necesario que el cuidado y el respeto de la Madre Tierra sea una prioridad?

—Porque llegamos a una emergencia ecológica, como dice el Papa Francisco. Él dice una frase, que es difícil encontrar en los textos pontificios, que dice así: “Tenemos un sistema que explota a las personas, explota a la naturaleza pensando que ella tiene recursos ilimitados. Esto es una mentira”, dice el Papa. La tierra tiene recursos limitados y no soporta un proyecto ilimitado. El Papa utiliza la palabra “mentira” porque se ha dado cuenta que la Amazonía tiene que ver no solo con los países amazónicos, sino con el equilibrio del planeta tierra, de la lluvia, del clima, de la absorción que los árboles hacen del dióxido de carbono.

Si derrumbamos estos árboles se pierde toda su unidad, la biodiversidad más grande del mundo. Entonces, el Papa se ha dado cuenta, incluso lo dijo varias veces, que el futuro de la vida depende de los grandes bosques como los del Congo y especialmente los de la Amazonía. Es una preocupación de supervivencia de la vida humana. Yo no me asombraría que creciendo la conciencia ecológica se organice una especie de intervención de la humanidad para proteger un territorio de la tierra, no de Brasil, para garantizar lo que son las bases físicas, químicas, ecológicas de la vida, no solo de los árboles, también de los animales y especialmente de los pueblos originarios porque ellos saben tratar a la naturaleza, saben cómo convivir con ella, protegerla. Entonces, proteger a la naturaleza es proteger a las naciones indígenas que están allí.

—El coronavirus obligó a la gente a confinarse en sus casas. Eso provocó que se sanaran los ríos, se purificara el aire, los animales recuperaran su espacio. ¿Será que el problema somos nosotros los seres humanos o el modelo productivo y económico que se ha impuesto?

—El problema, fundamentalmente, es de un pequeño grupo de la humanidad que tiene el liderazgo del capitalismo, que vive de la explotación de las fuerzas de trabajo, de la explotación de los saberes colectivos de la humanidad y de la explotación de los bienes y servicios o recursos de la naturaleza.

Eso produce un desequilibrio total para que ocho personas tengan más de la mitad de toda la riqueza de la humanidad, 20% posee la mayor parte de la riqueza. Entonces, es un desastre lo que ocurre. En ese sentido, yo creo que el problema no es la humanidad, sino ese pequeño grupo cuya voracidad no tiene límites de acumulación de bienes materiales, sin ningún sentido de cooperación y solidaridad, solo de competencia, y que va a afectar a todo el planeta porque estamos en el límite. Hemos llegado a la famosa sobrecarga de la tierra. Cada dos años la ONU establece la fecha de esa sobrecarga y este año fue el 27 de abril, a partir de esa fecha todos los recursos no renovables de la tierra se acabaron. Entonces, ahora tenemos que arrancarlos con violencia de la tierra para mantener el consumo. Ahí la tierra responde a ese ataque con crecimiento del calentamiento global, con el efecto invernadero, con grandes sequías, grandes nevadas, desertificación, cosechas que se pierden.

Entonces, como lo dice muy bien el Papa en la encíclica “nunca hemos herido y maltratado tanto la madre tierra como en los últimos dos siglos”. Yo pienso que como la tierra es viva y reacciona, manda sus castigos, sus virus y este último es tremendo porque no tenemos cómo combatirlo y muchos biólogos temen al famoso Next Big One (NBO), el próximo grande que sería inatacable y que eliminaría a la especie humana. Para superar esto hay que rehacer el Contrato Natural. La tierra nos da todo lo que necesitamos para vivir y nosotros tenemos que cuidarla, amarla, defenderla, dejarla respirar, cuidar su sangre y no lo hacemos. Somos el satán de la tierra, por eso en esta guerra no tenemos ningún chance de ganar porque la tierra puede seguir adelante eliminándonos, sin nosotros. Ahora tenemos una oportunidad de reflexionar sobre qué relación tenemos y queremos con la naturaleza. Tenemos que cambiar porque si no cambiamos, como lo dijo Bauman una semana antes de morir, “vamos a hacer más numeroso el cortejo de aquellos que van rumbo a su propia sepultura”. Tenemos que aprender la lección del coronavirus. Si no aprendemos vamos al encuentro de lo peor.

—La gente está ansiosa por volver a la normalidad. ¿A cuál normalidad se preguntan muchos? ¿A la normalidad de las guerras, del ecocidio, la explotación, la desigualdad y al de la injusticia social? ¿A cuál normalidad volveremos?

—Hay una división muy grande. Algunos grandes cosmólogos, economistas dicen que vamos a volver a lo de antes, pero mucho peor, a un sistema totalitario que utilizará la inteligencia artificial para controlar a cada una de las personas, fotografiar el rostro de cada uno, medirles hasta la presión de la sangre, saber lo que estamos comiendo, dónde estamos; y así se va a dominar a la sociedad y ese 2% de los más poderosos dominarán al resto de la humanidad. Será un flagelo.

Luego, está la otra alternativa, que es la que yo sostengo, que dice que humanidad de cara al peligro de poder desaparecer empieza un proceso de cambio y se va a incorporar más y más en el tema ecológico, en la protección de las aguas, de los bosques, del aire y lentamente llegar a una conciencia colectiva de crear un pacto social mundial de todos los países posiblemente alrededor de un elemento que es necesario para todos: el agua. Nadie puede vivir sin agua, entonces, es la oportunidad de hacer un gran pacto mundial para reunir a todas las naciones alrededor del tema agua, que es muy mal distribuida. Solamente nueve países tienen 80% del agua, los demás tienen escasez. Entonces, que se elabore una estrategia que todos puedan tener acceso al agua, que es un derecho, como lo definió la ONU, un derecho humano esencial. La humanidad tiene que aprender y posiblemente aprenderá con el dolor, el sufrimiento, dándose cuenta de que puede desaparecer. O cambia o vamos al encuentro de una catástrofe ecológica y social como nunca en la historia.—¿En medio de este panorama usted tiene esperanzas?

—Yo tengo esperanza, pero tengo una doble visión. Una un poco más científica que me hace ser un poco pesimista porque la humanidad y los jefes de estado no han incorporado una conciencia ecológica. Por otro lado, como cristiano y teólogo, digo que Dios es el Dios de la vida.

El libro de sabiduría en su capítulo 11 versículo 24, y el Papa lo cita tres veces en la encíclica Laudato Sí, dice: “Dios creó todas las criaturas con amor y él es el apasionado amante de la vida”. Entonces yo digo, un Dios que es amante apasionado de la vida no va a permitir que nuestra vida desaparezca así tan miserablemente. Va a cambiar un poco la conciencia y daremos un salto cuántico y diremos “cómo éramos tontos de destruir nuestra propia casa” y vamos a cambiar porque nadie quiere morir. La vida es más fuerte que la muerte, el instinto de la vida, diría Freud, es más fuerte que el instinto de muerte. Yo creo que eso va a dominar. Pero eso viene más de mi fe, de mi confianza que de analizar los datos científicos.

Por Karen Méndez Loffredo – Sputnik News