No es que piense mucho sobre la muerte. Nada de eso. Pero en un año de grandes pérdidas físicas para la música, casi al finalizar la entrevista, entre distintos desvaríos y reflexiones, ese lugar común aparece. Y Lalo Mir, ese tipo que hizo de su voz un sonido cotidiano argentino, arriesga una manera en la que le gustaría pasar a la inmortalidad. “Alguna vez leí que un músico, de esos que tocan todas las noches en un bar distinto, después de un show se fue a dormir y nunca más se despertó. Se fue con los aplausos del último show pensando que al día siguiente iba a tocar en otro club. ¡Garpo toda mi plata por quedarme dormido en mi casa entre programa y programa!”, se entusiasma, con esa sonrisa que vuelve aún más grave su voz. “Qué sé yo. A uno le toca y se va. Y tal vez no tiene nada de romántico… Te pasa un patrullero por encima que está persiguiendo a un chorro y la poesía se va al carajo. O un 60 yendo a los pedos, pisa a un adoquín que le pega a una señora mirando un cuchillo en un bazar, se cae arriba tuyo y te lo clava. No sé. Hay muchas maneras de morir. Ojalá nos toque una muerte poética. Es de vanidad, nomás, porque vamos a estar muertos y no nos vamos a enterar. Pero al menos dejás una sonrisa en la gente”, subraya y vuelve a sonreír, imaginando hasta en esa circunstancia la mejor manera en la que los otros (sus oyentes) reciban la noticia sobre su muerte.
Lalo Mir recibe a Página/12 en su casa. En realidad, en una habitación cuyas paredes laterales están completamente cubiertas, del piso al techo, de estanterías repletas de CD más o menos ordenados. Algunas pinturas de su autoría, terminadas y en proceso, forman parte de la decoración de un ambiente en la que debajo de papeles y objetos de todo tipo se sospecha que reposan un par de escritorios. A un costado, una mesita redonda y dos sillones ofician de lugar para una charla que abordará distintos temas. La excusa es el estreno de una nueva temporada de Encuentro en el estudio, el hermoso ciclo que desde 2009 hizo en los estudios ION y ahora que se graba en el Centro Cultural Kirchner y fue rebautizado Encuentro en La Cúpula. La música sigue siendo la protagonista de la octava temporada del ciclo que los miércoles a las 21 se puede disfrutar en Canal Encuentro.
“Encuentro en el estudio sumó muchos y buenos programas. Tuve la suerte de que la gente los sigue viendo, a través de YouTube o la web del canal, donde incluso se pueden bajar. Es genial que hayan tenido miles de reproducciones, miles de clicks. Es increíble que le llamen ‘click’ a una persona que mira algo y al que le pasa algo mientras disfruta de determinado contenido. Prefiero decirles ‘mirantes’, si no quieren llamarlos televidentes, pero nunca ‘click’. Partimos de la esencia original, con ese espacio magnífico que es el CCK, al que había ido el año pasado y me había quedado impactado con ese monstruo cultural emplazado en la cuidad”, subraya el conductor.
–¿Cuánto modifica al programa el nuevo escenario?
–Mucho. Estamos en otro ámbito. Desde el concepto artístico, no tanto: la gente se va a sentar frente a una pantalla, a escuchar y ver música. Estamos cambiando el moño y el papel del paquete. El mayor cambio tiene que ver conque cada emisión no va a tener un único artista sino dos o tres, que se cruzan por su música o por algo que los une conceptualmente, como que son independientes y han desarrollado su vida fuera del sistema, o porque comparten género, o porque se mezclan en las charlas. Eso le hace tener otra dinámica. Y hay público y aplausos. Ahora el programa es más cercano a un show. Hasta ahora era una clínica filmada documentalmente sobre cómo trabaja el artista en un estudio de grabación. Era una clase en la que el mirante aprendía sobre el oficio, sobre la técnica del artista. Ahora hablamos más genéricamente de la música. Es otro clima. Las charlas sobrevuelan usos y costumbres: los barrios, los amigos, la familia… hay una frase de Jarabe de palo que dice “En lo puro no hay futuro, la pureza está en la mezcla”.
–¿Ese espíritu de influencias y encuentros es el que quiere transmitir el programa?
–Creo que en la música, y en la vida en general, en la mezcla de cosas está el yeite. El programa propone eso. Los primeros experimentos de fusión del rock, el folclore y el tango en Argentina, a fines de los 70 o principios de los 80, cuando era más notorio para el público, eran una patada en el ojete para nosotros. Pero tal vez era un prejuicio. Transcurrieron ya casi cuatro décadas… Y tuvimos un Piazzolla, que hoy nadie duda de que uno lo escucha en cualquier puto lugar del mundo, en las pirámides de Egipto, en donde el paisaje no acompañe para nada, en la oscuridad más absoluta, y uno viaja directamente a Buenos Aires. No hay más discusión sobre Piazzolla, música progresiva y sobre la fusión. Incluso, los músicos que la hacen también se desprejuiciaron. Te chupa un huevo si es un chamamé con una guitarra eléctrica o en realidad mezclaron un chamamé con otra cosa, ¿cuál sería el problema? Es como la poesía. Podés escribirla de millones de maneras distintas. Idea Vilariño te escribe una poesía de cuatro palabras, uno la lee y te queda la cabeza rebotando como si fuera un punching ball. Lo mismo pasa con la música.
–¿Esa fusión artística produce cruces musicales y discursivos en el programa?
–No necesariamente. Están la misma noche, usan los mismos camarines y comen el mismo catering. Charlan, se cruzan, algunos más y otros menos, dependiendo de los egos de cada artista y de nuestra capacidad y nuestra magia. Toda mi vida traté de no forzar las cosas. Le quita onda, espontaneidad, concentración… El artista debe ser libre para poder realizarse. El cruce artístico musical puede ocurrir, pero no como un fin buscado. No es el objetivo fundacional. Estamos planteando un show donde hay tres colores que circulan, se complementan y hasta pueden llegar a mezclarse.
–¿Está de acuerdo que en este nuevo formato, el programa pierde en intimidad pero gana en grandilocuencia?
–Gana en espectacularidad porque es un show, en un lugar hermoso como es La Cúpula del CCK. No me gusta la palabra grandilocuencia porque es como hacer un “rimbombe” al pedo. Hay público, invitados, que transmiten sus sensaciones. Hay otra escenografía y otros sonidos que se entrometen. Es un espectáculo múltiple, ya no es una sola clase sobre un banda o un artista. Esto permite trabajar sobre distintas capas de arte, con artistas que tienen larga trayectoria y otros que están empezando pero que tienen “algo”. Eso expande el perfil del programa, lo vuelve potencialmente más amplio, entremezclando intereses y preferencias. Desde este punto de vista, el programa fortalece el arte musical argentino. Hay momentos del programa que está más banal, más boludo, y otros que se pone más intelectual, más pensando.

Colado en la tele

–Encuentro… es su proyecto televisivo más longevo. ¿Encontró un lugar en la TV en el que no se sintiera sapo de otro pozo?
–Claro. Encuentro es uno de los pocos lugares donde no hago de payaso. Estoy difundiendo música, que me apasiona. Sentí lo mismo cuando hice La vida es arte en Canal (á), que duró tres años. Ese programa nació porque lo quería hacer, al igual que este. Me rehuso a pensar que un programa cultural o sobre arte tenga que ser aburrido. Los artistas ven el mundo y lo interpretan de manera diferente a como lo hace otro ciudadano. Tuve la suerte de entrevistar y conocer más personalmente a grandes músicos. Charly, Fito, Chico Novarro, Rubén Juárez, Leopoldo Federico, músicos de diferentes géneros, tienen el centro de su pensamiento sobre el mundo corrido del eje que más o menos tenemos el resto de los mortales. Por eso hacen lo que hacen y son únicos. Pasa algo similar con el mundo científico. Veo similitudes entre músicos y científicos. Escuchar a un artista siempre es un ejercicio interesante y diferente, dan tantas pistas sobre lo que nos pasa… El arte es como la imagen del psicoanálisis real de la sociedad. ¿Por qué, entonces, los programas sobre arte son un embole? Creo que logramos quebrar ese prejuicio. No hay que ir a la tele a hacer de payaso, donde hay que llenar dos horas para que la gente se ría y suba el rating.
–¿Necesitaba correrse de ese lugar de payaso?
–Yo soy payaso en la radio pero no en la tele. En la radio el payaso me sale naturalmente. En la tele, como me ven, no me gusta. Cuando hago de payaso me gusta más que no me vean. He sido payaso siempre.
–¿La cámara lo inhibe?
–No funciona. No sé si me inhibo o qué pasa. En la radio se me ocurre la “locurencia” y pienso en “locurencias”, y tiene un sentido para mí, es algo serio que hago. En la tele me sale una fantochada. O al menos así me veo. El proceso creativo, la intervención de tanta gente, el control de gestión de la tele, me ata. En un programa de radio, en cambio, siendo una superproducción somos ocho, de los cuales dos están a 30 metros, otros tantos detrás del vidrio y otros cuatro frente al micrófono. En el mismo hecho, en la tele, intervienen setenta personas. No puedo. Es otro el nivel, otro el requerimiento. En la tele se me ocurre algo y me dicen “está bueno pero es muy largo”…
–¿La multitud televisiva atenta contra el hecho creativo?
–No sé, la tele está hecha para otra cosa, para entretener a la gente. No atenta… La tele es parte de la vida del ser humano. Hay pavadas, la cosa divertida con mucho tino, la cosa divertida rasante, de mal gusto… está todo. Y cuando digo todo hablo de que estamos nosotros ahí adentro. En la tele argentina está metida la Argentina. En la de Venezuela la sociedad venezolana.
–Hay quienes dicen que una manera de conocer a la sociedad a la que se acaba de llegar es sintonizar un canal local.
–Es un buen filtro. Ves un rato los noticieros, ves de qué se ríen, por qué lloran, de qué van las telenovelas de la tarde y de qué van los deportes que juegan y más o menos tenés una idea cercana a lo que es esa sociedad. Si leíste mucho, tenés una idea acabada de cómo es mirando la tele. Si no leíste nada, vas a estar más confundido.
–Usted dice que en la radio hace de payaso y se siente bien…
–Es que la construcción del payaso radiofónico es como la del viejo clown, es un tipo que está tejiendo. En la radio no estoy preguntándole a la gente qué puedo hacer, si entra, si la cámara me toma, si se va en largo, si no mide… En la radio todas esas variables no están. El payaso se pone la ropa y es payaso. No se viste de payaso, no se hace el payaso. Esos están en los noticieros, están en el Congreso, en los bancos, en las comisarías, en las corporaciones… Se hacen los payasos, quieren ser simpáticos, pero se comen todo.
–Pero son los menos.
–Como dice Juan Carr: la mayoría de la gente es buena, pero no se nota porque el bueno labura, manda a los hijos al colegio, hace las compras, morfa, ve un rato de tele o va al cine y se va a dormir. El malo labura de malo las 24 horas, los 365 días. Esos se ven más.
–¿Cómo se conjugan en usted el aburrimiento y la creatividad?
–Es parte de lo mismo. A veces me aburro y a veces se me ocurren cosas. Soy de funcionar a presión. Cuando no tengo nada que hacer y me aburro, me voy para abajo y no hago nada. Hago cosas pasivas: miro la tele, no me gusta nada, voy a caminar porque hace mucho que no me muevo, pero nada me da ganas.
–¿O sea que si no hace nada se deprime?
–Sí, es un tobogán hacia la nada. Pero como soy de ciclos bastantes cortos, aunque no puedo precisar de cuántos días, la visión de la gran duda metafísica escalofriante –el vacío– me activa una neurona y empiezo de vuelta a producir casi enfermizamente con algo que me haya enganchado. Cuando salgo del pozo, entro en una especie de ola de surf en la que soy hiperproductivo y no paro. Pinto, grabo cosas atrasadas, me muevo.
–Funciona como una batería, entonces. Se recarga a medida que está activo y se descarga si asume un rol pasivo.
–Puede ser. Soy una batería humana. Pero, en general, he trabajado mucho siempre. Se me ha dado esto de laburar y muy cada tanto parar para aburrirme, deprimirme y cargar las pilas.

Un animal en su refugio

–El 23 de diciembre deja de hacer Lalo por hecho, en FM 100, tras una década al aire. ¿Por qué?
–Se cumplió un ciclo, estoy cansado, necesito salir de este mundo, escapar de la rutina diaria, la producción sistemática, la publicidad. Soy parte de ese negocio y lo hago muy responsablemente, pero estoy cansado. Necesito irme hacia otros lugares, salir de mis rutinas. Estoy necesitado de darle una patada en el ojete a la rutina, que es lo que aconsejan los biólogos del cerebro. El cerebro te lleva a la rutina y vos tenés que estar detrás pateándole el culo.
–El riesgo es caer en el determinismo biológico a la hora de tomar decisiones.
–No, claro. Simplemente me tomo un descanso, que ya lo he hecho, lo he comprobado y funciona. No vengamos con pavadas. Y es muy probable que al volver, si vuelvo, si no me impacta otra cosa, si no me enamora otra cosa de las tantas que hago, seguramente regrese a trabajar en radio, pero haciendo otra cosa. Mi vida es probar y hacer cosas diferentes. Se cambian los equipos, aparece gente nueva que a mí me recicla, todos los que trabajaron conmigo se abrieron y crecieron profesionalmente. Me gusta ver a mis compañeros crecer. Vendrá otro grupo nuevo. O laburaré solo, que nunca pude.
–¿Le gustaría hacer radio en soledad? Siempre fue un gran creador de equipos.
–En Radio Bangkok empecé yo solo al micrófono. Después, los que formaban parte del equipo y la producción empezaron a hablar. En Animal de radio pasó lo mismo. Venía de Tutti frutti, que era como una gran revista de muchas voces, y quería hacer algo solo, más cercano al peruano parlanchín (Hugo Guerrero Marthineitz). Y no me banco hacer radio solo, entonces me empiezo a rodear de gente. Hay que tener mucha capacidad y estructura para estar cuatro horas diarias solo frente al micrófono, siendo entretenido, lógico…
–¿Pero no puede solo por incapacidad o porque no lo disfrutaría?
–No me sale, evidentemente. Por algo empiezo a llenar el aire de voces. Mi pulsión era hacer programas solistas que duraran cinco años y al año ya estaba lleno de gente. Yo soy el problema. No puedo hacer radio solo.
–Pero le gusta pintar. Esa soledad la encuentra en el arte.
–El arte es soledad. Aunque tenga un amigo cebando mate, cuando estoy pintando, no le doy bola, tengo la cabeza en cualquier mambo. Los trabajos manuales, los oficios de precisión como la carpintería o los orfebres, son trabajos de mucha introspección, mucha meditación. Cuando pinto mi cabeza está metida en un lugar muy minimal: un canto, un ángulo, una suavidad, una textura… Pongo música y no sé ni lo que estoy escuchando. Está bueno.
–¿Pensó por qué sus dos pasiones, la radio y la pintura, son tan disímiles? Uno requiere de tanto ruido y otro de tanto silencio.
–Se deben complementar, deben ser mi equilibrio. Igual, no quiero exagerar: mi trabajo es la radio, es mi materia prima. De 365 días del año, al menos 300 voy a la radio y apenas 35 pinto. Suelo pintar cuando estoy loco, cuando llueve, cuando veo que dejé una obra sin terminar. En los años sabáticos eso se revierte. Hago otras cosas. Me dedico a la nada, a la meditación. Voy a San Pedro, al río, la isla… Es muy rico irme solo. Voy con Laura, mis hijos, con amigos, pero suelo salir a meditar por ahí en la más absoluta soledad. Me levanto a la mañana, cargo en una conservadora con hielo dos botellas y unos sánguches y me pierdo solo en la loma del orto. No hay nada ahí. No llevo música ni radio ni nada. Son los pájaros y mi cabeza. Es hermoso.
–¿Está un poco cansado de la industria, de las obligaciones?
–Un poco; no, bastante. Hay que lidiar con muchas cosas. Para poder hacer ese payaso tengo que llevar la vida que llevo, tengo que ser transigente, es un toma y daca continuo. Tantos años en el medio te agota. Ojo: estaría igual de agotado si fuera gerente de banco, seguramente estaría obsesivo con los números y otras cosas. También me explotaría la cabeza. Le pongo a todo un esfuerzo mental y un grado de obsesión alto. Si fuera taxista no pararía hasta saber cómo se llama la última calle de Buenos Aires.
–¿Reniega de la estructura comercial radiofónica?
–Sería mucho más lindo tener una radio donde me escuchara toda esa gente que me escucha en La 100, en un programa con mis amigos y que nadie me rompiera los huevos. ¿Pero quién la garpa?
–Ese sería su mundo ideal.
–Claro. Por eso elegí uno intermedio. Porque también podría poner una antena de un kilo, con un transmisor en un edificio y hacer una radio que la escucha el barrio. Y podría ser feliz haciendo lo que quiero. Evidentemente, me interesa que me escuche la masa. Tampoco es que lo pensé tanto. Soy de ir para adelante, pero a veces acelero y otras veces freno.