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La militancia en los tiempos de la anomía: compromiso solidario o indiferencia egoísta

La militancia ideal surge de una evolución del sentido de individuación de la persona humana en busca de una identidad propia para realizarse plenamente. En esta trayectoria progresiva suele percibir una perspectiva más amplia, captando las raíces culturales que la potencian y sitúan como partícipe de una comunidad, en el ámbito relacional de una época histórica.

En los tiempos “épicos”, por su carga impulsora de grandes transformaciones, dicha sensibilidad se da naturalmente, venciendo el aislamiento y la indiferencia. Y expresándose políticamente en miles de sujetos activos de un comportamiento público protagónico.

Es lo opuesto a lo vivido en la realidad de una involución regresiva del individuo hacia el egoísmo, visto como condición para alcanzar los objetos materiales de un pasar superficial y hedónico. En esta existencia sin significación ni reglas hay que librarse de todo peso cultural, histórico y social; y disfrutar lo deseable por anodino que fuera, tratando de escapar de los imperativos del ser mismo, reflejados en el espejo de un alma vacía.

Esta fuga hacia la nada implica abandonar la costosa costumbre de pensar, evaluando por sí los datos de la situación, que ahora no importa; de la pobreza, que ahora no existe y de una corrupción que persiste por una tolerancia compartida. Y para la cual la corrupción general no es un robo, el peor de todos, al margen del nivel social del corrupto, sus modales educados o burdos y los “justificativos” refinados o vulgares.

Luego, se opta fácilmente por un bando, y se considera el equilibrio y el diálogo como sinónimos de tibieza. Se llega entonces a un “fanatismo” de comodidad mental, cuya simplificación binaria, que fomentan los aparatos mediáticos, hace la apología del maniqueísmo y aborrece de la tercera posición. Así, los argentinos, en vez de debatir ideas contraponemos prejuicios; y el consenso, tan necesario para las reformas pendientes, se aleja en un mar de contradicciones e intereses facciosos.

Una comunidad de acuerdos esenciales

En la aridez de este terreno hay que resignificar la función de la militancia como presencia efectiva, manteniendo los principios y valores permanentes, pero innovando en su metodología. La participación colectiva no significa masificación ni anonimato; eludiendo de este modo las tendencias cerradas del ideologismo y adecuando la organización a las expectativas de la comunidad. Actitud que exige, junto a una cohesión voluntaria, no impuesta, la libertad de criterio para llevar la iniciativa en cada punto de irradiación de nuestro despliegue movimientista.

Ni la obediencia obsecuente del mediocre; ni la rebeldía permanente que daña la coordinación de esfuerzos; ni la politización mecánica de consignas esquemáticas; ni la pose “intelectual” del sabelotodo. Nada de eso nos sirve. En esta hora compleja y crucial, que devela los antagonismos de un sistema caduco, se abre la posibilidad militante de establecer una nueva cultura política sin la cual naufragará el país de la tecnocracia, el burocratismo y el partidismo venal.

El cambio es imposible sin equidad, porque la justicia social es la única acción que previene el caos y su secuela multiforme y recurrente de violencia. La solución consiste en tratar con claridad un modelo propio de desarrollo integral, y no aceptar sumisamente un “modernismo” transnacional, dominado por la acumulación privatista de la riqueza mundial.

Este espacio de actividad productiva no surge de manera espontánea, sino alumbrado por el clamor de “todas las voces”. Y crece en la medida en que lo ocupan, eficazmente, todos los sectores y dimensiones de una comunidad madura de acuerdos esenciales. No hacerlo, alineándose en silencio detrás de los que mandan, como se hizo otras veces, será un indicio evidente de complicidad o desidia inmoral y antipolítica.

Cooperación generacional y corrección de errores

Los prejuicios no deben replicarse sino superarse; especialmente el de la clase media de profesionales y técnicos. Razón suficiente para incorporar cuadros de esta franja importante, completando la articulación política y social. Igualmente, hay que concretar la cooperación generacional, capaz de trasvasar experiencia y energía; sin descartar a los veteranos; pero tampoco “eternizando” la dirigencia de ciclos pasados que, tarde o temprano, se extinguirá.

La perseverancia es una virtud porque permite la continuidad del esfuerzo directriz; pero la obcecación ciega no asume errores ni es responsable para efectuar correcciones. Así lo entendieron los grandes estadistas que, sobre las circunstancias aciagas de un momento determinado, siguen permaneciendo en la memoria profunda de los pueblos aunque parezcan olvidados y hayan sido traicionados.

Estos líderes históricos ofrecieron la enseñanza de una dinámica didáctica de teoría y practica política, para evitar la improvisación de gobierno que se paga con la angustia de los más vulnerables. Así constituyeron el cuerpo doctrinal universal de la estrategia, un arte superior vedado a los necios. Por esta condición señera de “maestro”, más allá de todas sus obras, nosotros esperamos con amor a Perón, en aquel día glorioso. Porque personificaba la sabiduría trascendente de una vida jugada al destino y la acción.

Por Julián Licastro – Dirigente peronista – Secretario Político de la Presidencia de Juan Domingo Perón en 1973- Fundador del Comando Tecnológico Peronista – http://julianlicastro.blogspot.com.ar/

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