Chubut Para Todos

La historia de Daniel Aguilar que tuvo un lugar en la cancha y ahora en el colectivo

Formó parte del plantel de Quilmes que en 2003 ascendió a Primera y se clasificó para la Copa Libertadores; hoy es chofer de la línea 324 y no añora esos tiempos.

El colectivo está cargado de gente. “Buen día, jefe. Uno de 6,25 pesos”, le pide un hombre de overol, con una caja de herramientas en una mano y la SUBE en la otra. El chofer devuelve el saludo y aprieta un par de botones que marcan el importe, mientras abre la puerta de atrás para que baje una docena de personas en la estación de Quilmes. Él pasa inadvertido y le gusta que sea así. “Me da vergüenza que me reconozcan”, admite con timidez Daniel Aguilar, que aprovecha el semáforo para arremangarse la camisa bordó.

Cuenta que cada tanto lo abrazan y le piden fotos, mientras el resto se queda contemplando la escena, entre curiosos e incrédulos. Ellos no identifican a ese hombre como el chofer del bondi. No. Ahí está el Mono, uno de los héroes que consumó la histórica vuelta a la Primera División de Quilmes en 2003. Su historia es una leyenda urbana entre los hinchas cerveceros: la del hombre que pasó, sin escalas, de futbolista profesional a colectivero de la línea 324.

“Estaba sin laburo, había dejado de jugar y algo tenía que hacer”, explica el Mono a la nacion, sin despegar la vista del frente. De lunes a viernes, de 6 de la mañana a 3 de la tarde, se lo puede encontrar arriba del Ramal 9 que une Bosques con Sarandí, en la zona sur del conurbano bonaerense. Dos ida y vuelta con 23 minutos de descanso entre cada viaje. “Se pasa rápido. Tener la libertad de andar en la calle es impagable”, admite.

El futbolista

La carrera del Mono bien podría ubicarse dentro de la media del futbolista, lejos de los lujos de una estrella. Se formó en el ascenso con Arsenal y pasó al Cervecero de la mano de Gustavo Alfaro. “Siempre soñaba con jugar en Quilmes. Mi viejo es hincha enfermo, me bancó de pendejo y fue una forma de devolverle todo lo que hizo por mí. Las cosas me salieron bien”, confiesa.

La mayor alegría que tuvo como profesional fue el ascenso de 2003, histórico y con una carga emotiva muy fuerte. Es que Quilmes venía de dos temporadas donde había perdido tres finales (Huracán, Los Andes y Banfield) y dos promociones (Belgrano) para subir. El equipo de Alfaro terminó tercero en la tabla general y definió con Argentinos Juniors. Ganó la ida en el Centenario, con un gol de Agustín Alayes, y resistió el 0-0 en cancha de Ferro.

“Llegamos dos horas antes y veíamos que le gente se arrodillaba y gritaba: Por favor, no pierdan. No podíamos fallarles”. Aguilar tiene grabado un momento en la cabeza de aquella tarde en Caballito: “¡Con sólo pensarlo me agarran escalofríos! En un tiro libre veo que peina la pelota el 9 mío, el Topo Gómez. Fue como un capítulo de los Supercampeones. Tengo la imagen de las caras de todos siguiendo la pelota. Hasta que pega en el palo y sale. Sentí que en ese momento se paró el mundo”.

Aquel plantel devolvió a Quilmes a la máxima categoría después de 11 años. “Teníamos un equipazo”, define Aguilar, que jugaba de volante central. Alayes, Leandro Desábato, Rodrigo Braña y Danilo Gerlo eran algunos que se destacaban. Él se describe como un jugador inteligente: “Sabía de mis limitaciones. Trataba de estar bien ubicado y leer antes la jugada. Después, recuperar la pelota y dársela al que estaba al lado”.

Ese fue el inicio de un ciclo exitoso para el club, que siguió con una interesante campaña en Primera y la clasificación para la Copa Libertadores. En ese entonces, Aguilar ya no jugaba tanto y se fue a Talleres. Luego tuvo pasos efímeros por varios clubes del ascenso, hasta que se retiró en 2008. “No me quedó nada pendiente. ¿Si me hubiera gustado jugar en un club grande? Yo jugué en equipos grandes. Quilmes explotó las dos bandejas cuando fue a la Bombonera”, tira.

Dice que está alejado del ambiente y dejó de tener contacto con la mayoría de sus colegas. “No me gusta hinchar a nadie”, reconoce.

El colectivero

La calle está colapsada por unas obras. El Mono relojea su muñeca y calcula los minutos que se va a demorar. ¿Cuál de los dos trabajos genera mayor presión? “Son diferentes. En el fútbol cometés un error y perdés plata. Acá estás expuesto: un error mío representa lastimar personas. En el colectivo hay mucha presión, pero si estás tranquilo y no le das bolilla al exterior, es un lindo laburo”, responde.

Salir todos los días a la calle e interactuar con la gente es la parte que más disfruta: “Trato de mantener la mejor onda porque no sirve estar enojado. Yo respeto, pero si cometiste el error no podés venir a echarme la culpa a mí. Ahí capaz que me enojo”.

A pocos meses de cumplir los 40, Aguilar encontró en el colectivo una garantía de estabilidad. “La plata me sirve porque con el colectivo volví a tener proyectos que antes se me complicaban, como irte de viaje”. El próximo es hacer el curso de director técnico para, algún día trabajar en Inferiores, “con los pibes”, pero la situación del fútbol argentino lo hace dudar: “A veces miro el fútbol y pienso: Menos mal que pude irme”.

Casado y con un hijo de 14 años, el Mono Aguilar es un agradecido de lo que tiene. “Llegar a los 40 años con casa y auto se complica para cualquier argentino tipo. Gracias al fútbol y al colectivo lo puedo tener. Quizá podría vivir mejor o ser millonario. No me interesa”, tira, y se despide: “Chau, cuidate”.