Chubut Para Todos

Kicillof y la maldita Provincia

La madre de todas las calamidades se le cayó encima y lo asfixia. La falta de aliados, el ancla Berni y la ansiedad de CFK. Reset: la oportunidad de la crisis.

Aun cuando lo haya pensado en infinidad de oportunidades, no podía imaginar jamás hasta qué punto gobernar la provincia de Buenos Aires representaba un desafío descomunal, de esos que duelen en el cuerpo. Los efectos de la pandemia, la muerte de Facundo Astudillo Castro, la toma de tierras y el levantamiento policial le acaban de mostrar a Axel Kicillof por qué, desde hace años, se habla de la maldición bonaerense.

El anuncio que el gobernador hizo para equiparar los sueldos de La Bonaerense con los de la Policía Federal, el aumento del salario de bolsillo para los sublevados, el valor triplicado de las horas extras, la creación del Instituto Universitario “Juan Vucetich” y la decisión de destinar dos hospitales de la provincia a la atención de las fuerzas de seguridad exhiben una reacción urgente y forzada para una situación que se había tornado ingobernable y había desbordado los límites de la Provincia.

Rodeado de intendentes del Gran Buenos Aires y con Máximo Kirchner en primera fila, Kicillof no sólo intenta resolver desde La Plata un conflicto explosivo con una respuesta que pretende saldar una deuda histórica, sino que, además, insinúa un primer paso para salir del aislamiento y sumar aliados que, hasta el momento, no pudo o no supo tener. La sublevación policial, en medio de una crisis múltiple, confirma que los necesita más que nunca y funciona como una alarma que no puede ser desoída.

RESET. Atento a la devastación que provocó la aventura del macrismo en el poder, el gobernador fue el primero en recorrer el territorio inconmensurable de la provincia y aprovechó el envión que le daba ser el candidato más identificado con Cristina Fernández de Kirchner. Pero, se sabía, las virtudes que le sirvieron para llegar al sillón principal de La Plata se iban a revelar insuficientes para gobernar. Con la deuda, con la crisis y con el covid-19, Kicillof no tuvo respiro desde que asumió la gobernación. Sin embargo, nada le dio un componente tan dramático a la encrucijada de gobierno como la ola de reclamos salariales de La Bonaerense en distintos municipios.

La respuesta instantánea del gobernador ante las protestas delató la legitimidad de un reclamo y la debilidad de un gobierno. Kicillof está obligado a resetear la gestión y revisar los criterios con los que pretende ejercer el poder.

El apriete de una fuerza armada, pauperizada y subestimada que burló la prohibición de derecho a huelga y la supuesta conducción política de Sergio Berni encontró al gobernador rodeado de madrugada en su residencia por un grupo ínfimo de incondicionales, los mismos con los que prefirió concentrar las decisiones de su gestión. En los más de tres años que le quedan por delante, Kicillof no puede volver a verse como protagonista involuntario de una imagen tan asfixiante como esa. Desde esa soledad, está obligado a resetear la gestión y revisar los criterios con los que pretende ejercer el poder.

La respuesta instantánea del gobernador ante las protestas delató tanto la legitimidad de un reclamo como la debilidad de un gobierno. Los bonaerenses no sólo vienen de padecer los años de ajuste de María Eugenia Vidal, sino, también, los efectos de la pandemia, que derrumbó la recaudación, legal e ilegal. La administración provincial dijo tener previsto el aumento, pero no lo anunció el viernes pasado, en lo que fue considerado por los sediciosos la gota que rebasó el vaso. Si realmente estaba contemplado -cosa que Berni niega- y no se comunicó, entonces fue un tiro en el pie que se dio a sí mismo el Ejecutivo con sede en La Plata. No parece.

CONDUCCIÓN POLÍTICA. Kicillof aspira a apagar el incendio y comenzar por las buenas con una reforma de La Bonaerense. Es un experimento de resultado incierto. Si resuelve el problema de falta de conducción de las fuerzas de seguridad y el ensayo sale bien, el aumento puede derivar en mayor legitimidad a mediano plazo y ser parte de un activo para presentar en campaña el año próximo. Si sale mal, será leído como una concesión a una fuerza endemoniada que no se disciplina y milita desde siempre por su autogobierno.

De la suerte del gobernador no sólo dependen millones de bonaerenses, sino, también, su jefa política directa, que, así como siente orgullo por su discípulo, mastica bronca más de una vez por las diferencias que no puede exhibir, pero -dicen- expresa en privado.

Mientras los canales de televisión transmitían en cadena nacional las imágenes del levantamiento, entre los incondicionales de la expresidenta maldecían a los medios y definían como el “huevo de la serpiente” el disciplinamiento político de los 90 mil policías armados que circulan en la provincia desde que Daniel Scioli decidió que el número valía más que la formación. Un colaborador de CFK le recordó a Letra P el desafío que enfrentó Cristian Ritondo, en marzo de 2019, cuando La Bonaerense se tiroteó con la Federal a pocos kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, después de que el entonces ministro de Vidal decidiera descabezar a la Departamental de Investigaciones de Avellaneda.

Habrá que ver hasta qué punto Kicillof y Cristina deciden sostener a Berni, el ministro de estrella eclipsada que se cansó de desautorizarlo mientras, en apariencia, se ocupaba de blindarlo. El teniente coronel logró el milagro de unificar en su contra a los intendentes y a las organizaciones sociales. Cerca de la vice admiten que lo impuso como pararrayos para resolver el desafío de la seguridad en un territorio explosivo. Sin embargo, con las pruebas a la vista, hasta CFK parece empezar a revisar la categoría de inamovible para el superministro mediático y candidato permanente.

EL MAL ELEGIDO. Por su identificación directa con Cristina, Kicillof advierte desde el minuto uno que es tomado como blanco predilecto del bombardeo opositor. Pero esa convicción, que la vicepresidenta comparte, no es refrendada por el resto del Frente de Todos, que primero lo vio aterrizar como un recién llegado en el territorio madre de todas las batallas y ahora recela de su estilo cerrado y le pide concesiones que el gobernador no entrega.

Guste o no, cualquiera que habla con el ancho oficialismo bonaerense lo comprueba. Kicillof recibe críticas de los intendentes del conurbano que en su momento se fueron del Frente para la Victoria y también de parte de los que se quedaron. Eso tiene consecuencias concretas. Mientras la sedición no golpeó la puerta de Olivos, los intendentes que se habían manifestado solidarios con el gobernador casi que podían ser contados con los dedos de una mano: Julio Zamora (Tigre), Juan José Mussi (Berazategui), Mariel Fernández (Moreno), Mario Secco (Ensenada), Fabián Cagliardi (Berisso) y Marcos Pisano (Bolívar). Apenas unos minutos después de que el Presidente anunciara el decreto por el cual le quitó a Horacio Rodríguez Larreta una parte de la coparticipación para dársela a la provincia, Martín Insaurralde eligió salir a reivindicar a Máximo Kirchner como autor de la iniciativa.

AK tiene una relación de afinidad con La Cámpora que, sin embargo, no le evita diferencias y tensiones. Encuentra en Sergio Massa menos colaboración que la que tuvo Vidal para gobernar y también es cuestionado por un sector de los movimientos sociales.

A la inversa, el cuadro que presenta cada día una provincia indómita parece demandar urgente un cambio en el manual de operaciones. Se combinan los problemas estructurales que se agravaron durante el gobierno de Macri y los meses de pandemia con una oposición que conducen sectores que parecen dispuestos a todo y un gobierno que gestiona con un gabinete de extrema confianza pero cuenta con una base de apoyo político de lo más estrecha. Frente al drama de la crisis y el aprovechamiento de los que quieren lastimar la gobernabilidad, Kicillof exhibe una debilidad elocuente. En un mar de tiburones, la honestidad intelectual y personal del gobernador, que nadie discute, no alcanza para ejercitar el músculo político suficiente que le permita blindar la gobernabilidad. Son sus defensores en el oficialismo los que creen que debe surfear esa complejidad y empezar, ahora, un nuevo gobierno.

Por Diego Genoud – Letra P