El gasto público se proyectó pensando en las elecciones y en ponerle fichas a la gestión Vidal.
Se ha convertido en creencia política que las elecciones del año próximo son determinantes para la vida política de Mauricio Macri. Para su permanencia estable y, sobre todo, para su eventual continuidad luego de 2019. Lo repiten y consienten periodistas, historiadores, politólogos, oficialistas y opositores, encuestadores, empresarios, economistas, dirigentes de diversa laya. Para que no muera el proyecto Cambiemos ni se disuelva Mauricio, entonces, se ha ingresado en un limbo fetichista hasta esa fecha de medio término que justifica ciertos actos y omisiones, subsidios y demoras. Basta la prueba del nuevo Presupuesto con un aumento del gasto público que empareja a dos keyneseanos soberbios, Kiciloff con Prat-Gay, o viceversa, aunque el hoy a cargo de Hacienda merece compasión: no puede parar al resto del equipo que le desvalija la tesorería con el permiso del Presidente. Ganar las elecciones es única prioridad, la causa, copiar el modelo dadivoso de Cristina garantiza un resultado ganador, olvidando quizás que esa munificencia con la plata de los otros no les alcanzó a Ella ni a Scioli para triunfar en la última contienda. Pero ese detalle ni se contempla: el Presidente está hechizado con la alternativa del gasto.
A Vidal se la auxilia desde la Rosada por necesidad, conveniencia, a pesar de algunos cercanos al mandatario. La señora, hoy mejor producida que antaño, cada día construye en forma diferente al ingeniero Macri, sin título habilitante, con materiales de otro origen y un diseño más minimalista que el normando del Jockey. Inclusive, sin personal calificado para esa tarea. Pero se le rinden las encuestas y ella incorpora a su caudal peronistas por precio y simpatía, al revés del jefe; no los divide, más bien captura intendentes y hasta conduce, como si abriera una veta inexplorada para la ampliación de Cambiemos. Un dato a tener en cuenta para los próximos años, dentro del justicialismo también: finalmente, esa diáspora partidaria requiere líderes. Con poder y plata, mejor. Otras distinciones: negocia con Massa mientras a éste lo masacra el Presidente, se somete a audiencias públicas en lugar de anularlas; tambien difiere en los modos: Macri arma escenografías para viajar con un grupo de custodios en colectivo y se saca la foto correspondiente para ser publicada. Ella, que es también hija de Duran Barba en lo político, visita sin pompa hospitales hasta dos veces por semana y no se saca fotografías. Y, si lo hace, no se publican. No debe ser con lo único que provee la esperanza del Ejecutivo por ganar en la Provincia que, para él, es ganar en la Nación.
Aunque a la Nación, electoralmente, Macri también la atiende. Hasta en menesteres que odia. Por ejemplo, la posible realización de cambios en su gabinete, ejercicio que escasamente practicó cuando fue dos veces jefe de Gobierno. Ahora es distinto: algunos hombres parten hacia fin de año para nominarse en distritos varios, Bergman en Capital, Martínez en La Rioja, Buryaile en Formosa. Siempre y cuando, claro, se les recuerde esa obligación. Para muchos, servir a la patria desde un ministerio se ha vuelto un agradable deber que desconocían. Si hasta Susana Malcorra, dicen, no dejaría su cargo de canciller si no la eligen para Naciones Unidas ni para un cargo menor en Nueva York, desmintiendo a quienes ya piensan en probarse su vestuario. Comprensiblemente la mujer querrá conocer un ministerio que en diez meses casi no ha visitado y armonizar una política exterior con el propio Macri, quien en su comentario inopinado y voluntarioso sobre Malvinas hasta objetó lo que la Malcorra debe pensar. Quien, seguramente inspirada en el partido que la acercó al poder (el radicalismo), suscribirá la doctrina aislacionista de las islas que en su momento predicó Miguel Angel Zavala Ortiz y a la cual hoy, en forma singular, también adhiere hasta Cristina de Kirchner, con tanto fervor que alabó a los muertos y héroes de Malvinas como Gómez Centurión y Aldo Rico. Merece la viuda ser invitada al próximo desfile militar.
Se viene, por obligación, una lavada de pintura que en la limpieza tal vez arrastre a funcionarios que el Presidente hoy desplazaría sin dolor si encontrara un reemplazante satisfactorio. Ese, ha confesado, es su gran dilema, la falta de plantel, elenco o banco si se utiliza su jerga futbólística. Es comprensible: la falla data desde que impuso una caprichosa nómina ministerial de 22 carteras (con sus cargos adyacentes) que han servido en buena parte nada más que para incorporar gente e incrementar el gasto público. Tanto que en este país de singularidades, gremialistas poco contemplativos (Hugo Yasky) se molestan porque el Estado abrió sus puertas a trabajadores calificados, mensaje que se creía reservado para economistas ortodoxos o neoliberales. No es lo único insólito: en las reuniones de sindicatos y gobierno, con curas dilectos de Francisco, la Iglesia reclama: “No queremos lío”. Cuando, todo el mundo recuerda que Bergoglio llegó a la cima del Vaticano pidiendo a la gente que haga lío. Intríngulis.