Chubut Para Todos

Intendentas italianas: lindas, limpias y buenas

Las nuevas caras de la democracia italiana combinan la vitalidad contestataria con las mañas publicitarias de la “nueva política”.

Tiene 37 años, un hijo pequeño, un título de abogada y la belleza fresca y moderada de las modelos de ama de casa cancheras que venden eco-detergentes en los avisos de la tele. Virginia Raggi acaba de ganar la intendencia de Roma, una ciudad intervenida administrativamente, tras una mala racha de intendentes corruptos a izquierda y derecha del espectro discursivo electoral. Ella les ofreció a los romanos, asqueados de política mafiosa, esa receta que tanto les gusta en la mesa: pocos ingredientes, simples y nobles, sin demasiados rebusques. Y ella es así, o al menos eso refleja su comunicación de campaña, que destaca su catolicismo y su amor por la bici, todo en dosis homeopáticas. Como si fuera una metáfora viviente del aire limpio que ansía la viciada democracia italiana, Raggi se hizo famosa por sus propuestas ambientalistas y hipsters, como volver a los pañales lavables y recuperar el sistema de trueque. Para destrabar el tránsito endemoniado de la capital italiana, sugirió la construcción de un funicular, aunque tampoco se muestra entusiasta de las obras faraónicas, al punto de cuestionar la candidatura romana para los Juegos Olímpicos de 2024: la ciudad no está para esos gastos, dice. Y tiene razón, a juzgar por el multimillonario déficit del municipio romano, que a pesar de los altos impuestos que cobra a sus vecinos, tiene una deuda de 13 mil millones de euros, que la alcaldesa electa promete refinanciar con dignidad y transparencia.
La ciudad -opinan sus residentes en las encuestas- está sucia, rota y obsoleta. Todavía ruedan los escombros del megaescándalo bautizado como Mafia Capitale, que generó una crisis institucional en Roma tras las investigaciones judiciales y periodísticas que destaparon una red transversal de políticos, empresarios y delincuentes asociados para capturar de modo fraudulento los millonarios negocios que surgen de la administración de una de las capitales más hedonistas y famosas del planeta. El affaire municipal levantó polvareda en toda Italia, un país acostumbrado a la corrupción estructural, aunque cada vez más desgastado moralmente por los ciclos de ilusión y desencanto republicano: no hay que olvidar que se trata de la misma sociedad que se indignó con las obscenidades dinerarias de la Tangentopoli en los ’80, aplaudió conmovida el huracán judicial del Mani Pulite, para luego caer en la bizarra monarquía posmoderna del mediático Silvio Berlusconi, quien marcó a fuego las limitaciones éticas del establishment italiano.
En ese clima cayó la lluvia refrescante de la alcaldesa Virginia. Pero el batacazo de Raggi implica algo más masivo que un caso puntual de carisma proselitista sumado a la crisis interna de la politíca romana. En estas últimas elecciones municipales italianas, una veintena de intendentes del Movimiento 5 Estrellas (M5S) logró alzarse con el gobierno de sus respectivos distritos. Casi todos ellos, comparten algo del perfil renovador de su par romana. De hecho, en Turín ganó una candidata aún más joven y outsider de la política: Chiara Appendino tiene solo 32 años y viene del mundo corporativo, como gusta tanto en la actualidad de la política global, incluso la Argentina.
Con ínfulas potenciadas tras el reciente éxito electoral, el Movimiento fundado por el comediante Beppe Grillo (asociado con el entrepreneur y activista digital Gianroberto Casaleggio, fallecido en abril) empieza a pensar a lo grande, sumando pragmatismo a su habitual histrionismo marketinero. Como muchos otros focos neopopulistas en Europa (y ahora en Washington), no se sabe aún si se trata de una catarsis colectiva pasajera, o si es ultimatum intransigente contra la dirigencia primermundista en acelerada crisis de liderazgo.

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