Chubut Para Todos

Ilusión Perdida Por Gustavo Druetta

“Relato, en tercera persona, acontecimientos vividos personalmente junto a manifestantes de la CABA y el Conurbano el 17/11/72. Ocurrieron luego de una marcha nocturna y de madrugada fuertemente hostigados por piquetes policiales, al frente de un grupo de compañeros de la JP de la UB “Eva Peron” de Chacarita. En especial, en memoria de mi querida amiga, Claudia Yankelevich, compañera de militancia barrial y de estudios de sociología, con la que compartimos los episodios descritos en las cercanías del aeropuerto de Ezeiza. Claudia, su marido, su cuñado, su hermana y el novio de ésta (todos entre los 19 y 25 años de edad) figuran entre los miles de desaparecidos entre 1975 y 1982. En 1974 habían pasado a integrar los cuadros de combatientes y milicianos de Montoneros. Eran apasionadamente solidarios y excelentes seres humanos, pero fatalmente envueltos y arrastrados por el odio fratricida de quienes “ganaban” con la desunión del Pueblo y el Ejército, tanto de uno como del otro lado de la guerra civil larvada y esporádica, prolongada desde 1955/56, que estalló en los 70″.

La última vez que se insinuó el paradigma justicialista de la “unión pueblo y Ejército” fue durante la movilización del 17 de noviembre de 1972 al regreso del Gral luego de 17 años de exilio.

La última vez que se insinuó el paradigma justicialista de la “unión pueblo y Ejército” fue durante la movilización del 17 de noviembre de 1972 al regreso del Gral luego de 17 años de exilio. El “Operativo Dorrego” de octubre de 1973 sólo será una parodia previa a la guerra fratricida entre sus participantes: Montoneros volverá a matar militares en octubre de 1975 y los generales Videla y Harguindeguy serán los sangrientos golpistas de marzo de 1976.

Un nutrido grupo de manifestantes que en aquella madrugada del 17 lograron sortear la represión policial y llegar muy cerca de la pista de aterrizaje de Ezeiza vadeando el contaminado río Reconquista, son obligados a echarse cuerpo a tierra por las ráfagas de ametralladoras disparadas sobre sus cabezas desde los blindados de la Brigada de Caballería I que la cercaban. Previamente, pasando al lado de la Escuela de la Gendarmería Nacional, miles de militantes adultos y jóvenes que confluían desde diversos barrios capitalinos y del Conurbano, se habían detenido frente a una fila de cadetes que custodiaban un perímetro alambrado con fusiles y bayonetas para entonar desafiantes el Himno Nacional. Algunos de esos futuros oficiales de la G.N. bajando el arma, con lágrimas en los ojos, también cantan. Pero no se animan a plegarse.

La confrontación entre las columnas peronistas y la policía y Ejército en torno al aeropuerto se detiene por un momento cuando represores y reprimidos avistan el “avión negro” en el que Perón y su comitiva están por aterrizar. Al borde de un bosquecito de coníferas cercano a la pista, las ramas cortadas por disparos de grueso calibre “disuasivos” caen sobre los manifestantes aplastados contra el suelo detrás de los árboles. Paradójicamente, algunos soldados y suboficiales les hacen desde arriba de sus vehículos artillados la “V” de la victoria con los dedos. Una V con la P al medio es emblema de la campaña “Luche y vuelve”. Sorpresa y emoción de quienes vuelven a intentar avanzar ondeando banderas argentinas al grito de “Juventud presente, Perón o muerte”. Cuerpo a tierra y con las manos en la nuca, los manifestantes más audaces terminan rodeados por tanquetas en un descampado. Son notificados por un altavoz de que serán custodiados por la Policía de la Provincia de Bs.As., a fin de regresar hacia la Capital Federal.

Hasta la madrugada siguiente al viejo líder le será impedido abandonar el Hotel Internacional. Su temprano opositor y prisionero en 1951 cuando era capitán, Alejandro A. Lanusse, tercer presidente de facto de la “Revolución Argentina”, le teme y aborrece. De repente, a riesgo de sufrir represalias, un par de audaces militantes se levantan. Piden a gritos hablar con el jefe de las tropas que los ha apresado. Un sargento les indica a un teniente coronel en la torreta de su blindado. A medida que se distiende el clima los otros manifestantes se van parando y acercándose a los compañeros que están negociando. Finalmente, el jefe militar toma su megáfono, improvisa un discurso de necesaria comunión entre Ejército y pueblo, baja y da la mano a sus interlocutores. Ha concedido la petición de los “delegados”. Comunicada a viva voz, es aclamada por el resto: será el Ejército Argentino, no la policía, la que custodiaría el desandar a campo traviesa ¡hasta la autopista! No hay celulares para registrar ese instante fraterno.

A su llegada Perón propone un programa de diez puntos entre los partidos políticos y las FF.AA. (el “Partido Militar”). Pretende una salida política al enrarecido clima de guerra civil. Sus “formaciones especiales” ya no son necesarias. Lanusse no lo acepta. La “grieta” cívico-militar cuenta desde abril de 1971 con el asesinato por el terrorismo revolucionario del Tte. Mario Asúa y su soldado Hugo Vacca (fallecido hemipléjico por las heridas), el Gral. Juan C. Sánchez y muchos policías. Crecerá antes y después del 25/5/73 cuando asume Héctor J. Cámpora, la lista de uniformados y civiles asesinados o secuestrados por la guerrilla. Desde la “vaporización” de Alejandro Baldú en marzo de 1970, los fusilamientos, torturas y desapariciones de decenas de miembros (o afines) de organizaciones guerrilleras, o meros sospechosos de “subversivos,” por el incipiente terrorismo de Estado (Doctrina de Seguridad Nacional), devendrán exponenciales a partir de 1975. El “día del militante”, en honor a aquella memorable jornada popular, es en verdad la memoria de una ilusión cuyo fracaso nos ilumina. Señala que nada existe más valioso que la paz con justicia social, en la cual la sociedad debe subsumir a sus fuerzas armadas.

*Sociólogo, periodista y Ex teniente de Artillería (1965-1970).