Chubut Para Todos

Hora de balances y propuestas de cambio Por Jorge Raventos

La muerte de Fidel  Castro le da una tonalidad crepuscular a las noticias del  fin de semana. Castro  hace años que había dejado su papel dominante, inclusive en el reducido escenario cubano; se mantenía como el sobreviviente de  una era  de la que quedan pocos vestigios: sus principales compañeros de revolución fueron menos longevos, se los llevaron las enfermedades, las balas o, en muchos casos, el “fuego amigo”; la Unión Soviética que sostuvo  económicamente su gobierno, implosionó hace décadas; la Venezuela chavista que lo subsidió con petróleo perdió primero a Chavez  y enseguida su prodigalidad y sus recursos.  Sus discípulos de la Isla  temen que la elección de Donald Trump  interrumpa  la reconciliación con  el imperio norteamericano.

Sin  embargo, muchas ideas de la era que Castro protagonizó parcialmente  subsisten bajo diversos ropajes  en tiempos  rotundamente diferentes, dando la razón a aquella frase de Carlos Marx que observaba que el peso de las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y esas ideas no sólo  se expresan en  quienes se  imaginan como herederos de la tradición ideológica que Castro encarnó, sino también en  muchos que se definen  como adversarios de  esa  corriente. Los une –los hermana- la mirada de época: son cara y ceca (y canto) de una misma moneda. Así, la apología mítica de Castro o su abominación actualizada coinciden en su anacronismo y en el hecho de que  acreditan  vida a un fantasma.

Más allá de las noticias y los mensajes  fúnebres, la semana que se cierra  tuvo un inusitado dinamismo político: el  Poder Ejecutivo y el Congreso tuvieron que dar respuesta a  numerosas iniciativas y a desafíos que plantea  el  final de un año  que en lo económico  no consigue remontar vuelo.

Vacilaciones y zigzagueos

Aquejado por vacilaciones, errores de cálculo y complejos procesos interiores, el gobierno zigzaguea morosamente antes de llegar a algunas decisiones que el realismo convierte en inevitables.

El  gobierno  terminó acordando con las organizaciones que promovieron el proyecto de ley de emergencia social que ya cuenta con la media sanción del Senado. Antes de eso había dejado trascender la decisión presidencial de vetar la iniciativa si se convertía en ley y, en principio, la de evitar que llegara a tratarse en la Cámara de Diputados. El compromiso al que arribaron los ministros Carolina Stanley y Jorge Triaca con  los negociadores de los movimientos sociales respeta la casi totalidad de los puntos de la ley en debate.

Que muchos notorios voceros de Cambiemos acusen a las organizaciones sociales y a los legisladores que impulsaron el proyecto de usar “métodos extorsivos” degrada el diálogo y convierte al gobierno y a los ministros que intervinieron no en protagonistas de un acuerdo benéfico para un sector muy sumergido de la sociedad, sino en víctimas de un chantaje al que hubieran preferido resistirse.

El mismo razonamiento puede aplicarse al tema del impuesto a los salarios. Durante la campaña el actual oficialismo había prometido eliminarlo, primero gambeteó el cumplimiento y pretendió posponerlo, ahora, después de casi un año se dispone finalmente a tratarlo en sesiones extraordinarias, forzado por la presión social y la acción parlamentaria opositora. Voces oficialistas  acusan a Sergio Massa de ser “ventajero” porque impuso el miércoles una negociación abierta con dos ministros y con la presencia de todos los bloques del Congreso que respaldaban su propio proyecto sobre el gravamen, y consiguió el compromiso de resolver el tema en este ejercicio parlamentario. Si la oposición obtuvo alguna ventaja es porque el oficialismo se la entregó.

La controladora

La doctora Elisa Carrió, que todavía sigue siendo la controladora moral de Cambiemos, protesta contra su coalición porque “le concede demasiado a Massa”. En rigor, es ella la que le concede al líder renovador el  crédito político de  reclamar  lo que Macri había prometido y proponer financiarlo por medio de gravámenes ( “suba del impuesto al juego, la creación de un nuevo impuesto a la renta financiera y el aumento del canon y de la carga impositiva a la industria minera”) que, como señala un vocero informal del gobierno, “en medio de este escenario recesivo, es música para los oídos de casi todos los votantes”.

Carrió representa una línea de Cambiemos: la que asigna al gobierno la misión (”histórica”) de acabar con lo que llaman la hegemonía peronista, pretende polarizar con Drácula y quisiera mostrar los próximos períodos electorales en términos de “nosotros o el diluvio”.

Esa mirada confrontativa tiene consecuencias, genera imprevisibilidad. O al menos, posterga la definición de un horizonte por lo menos hasta que se defina el comicio de 2017: ¿qué pasa si gana “el diluvio”?

Esa es la pregunta que necesariamente se hacen  muchos de quienes calculan las posibilidades de invertir en el país. A falta de mayores certezas y hasta que se dirima  cómo sigue la película las decisiones se postergan. Esa es la dificultad  adicional que debe  soportar la economía. Otro sería el cantar si  un acuerdo básico sobre puntos de política de Estado garantizara  líneas de continuidad cualquiera fuera la fuerza que triunfase en la natural  competencia electoral. Eso ofrecería seguridades y estimularía  la economía, cuyo  principal combustible es la confianza.

Realismo y consenso

Desde el seno mismo de Cambiemos surgió en estos días una voz sensata y realista: la de Emilio Monzó, estratega electoral del Pro, presidente de la Cámara de Diputados. Monzó –reproducido epigramáticamente por el diario Perfil- señaló algunas verdades evidentes. “Cambiemos no se consolida como espacio político”, admitió. “Fue un esquema electoral con éxito (pero) hay mucha distancia en que se transforme en un cuerpo sólido como partido político”.

En efecto: no hay en Cambiemos la homogeneidad suficiente como para ofrecer previsibilidad sobre sus objetivos, más allá de la responsabilidad de gestionar. “Hoy el común denominador es la responsabilidad de gobernar”, diagnostica Monzó. Y agrega lo que desata divergencias:  “No hay que tener prejuicios para sumar dirigentes. La política empieza a ser líquida y todo es transversal. El peronismo tiene dirigentes impresionantes que hay que invitar al poder”

Esta mirada parece buscar la profundización de consensos, más que los choques frontales. Si para Carrió “Massa es Trump” (y para ella Trump no es un apellido, sino un adjetivo calificativo), para Monzó es “un aliado, aunque sea un opositor. Hemos llegado al quórum porque el Frente Renovador y el peronismo de Bossio y Romero se sentaron” .

Las palabras de Monzó (que el diputado ha reiterado y profundizado, señalando que  el gobierno se encuentra en un momento oportuno para introducir cambios) generaron interpretaciones  apocalípticas: llegó a suponerse queMonzó  se aprestaba  a abandonar el Pro o que sería  desplazado de su cargo como presidente de la Cámara Baja. La crítica no  es necesariamente ruptura. La disidencia no  debería ser castigada.

En rigor, lo que  Monzó intenta es  oxigenar la situación política con ideas y fortalecer la gobernabilidad  con acuerdos. Resulta paradójica que algunas voces de Cambiemos  se alarmen al escuchar la palabra cambio.

El gobierno se prepara  para una reflexión interna (un “retiro espiritual”  en  Chapadmalal) que  indica la  admisión de dificultades, la necesidad de examinar  el funcionamiento y las piezas. Quizás de renovar algunas. Sería una lástima que la oportunidad  se desperdicie o se  banalice.

Avanzar hacia  una política de acuerdos y consensos de Estado, destinados a perdurar sea quien sea el que gobierne  sería una contribución  a disipar incertidumbres sobre el futuro y mejorar las expectativas domésticas y externas. Y seguramente incrementaría el capital político del gobierno  que lo convoque.

Resistir los cambios, postergar esos acuerdos o describirlos como producto de una extorsión ajena erosiona al gobierno, conspira contra la gobernabilidad, disminuye el poder del país.