Chubut Para Todos

Gerald Posner: “Le dimos la responsabilidad de salvarnos como civilización a la industria farmacéutica”

Autor de libros célebres sobre las finanzas del Vaticano o la muerte de John Kennedy, el principal periodista estadounidense de investigación publicó, pocos días antes de declararse la pandemia, Pharma. Allí, además de prever una epidemia global, describía cómo funciona un sector poderoso, no siempre regulado plenamente por las autoridades. En esta entrevista describe qué pasó con las vacunas en el último año y medio y qué puede pasar en el futuro. Aconseja a los Estados que estén preparados para nuevas disrupciones vinculadas a lo sanitario. La chala con Jorge Fontevecchia.

—Dijiste que “el covid-19 es una lección en la vida real de lo que aprendieron los marcianos en ‘La guerra de los mundos’, de H.G. Wells. Podemos pensar que somos la especie más evolucionada y dominante del planeta. Presumimos de nuestra tecnología y conocimientos, viajando a la Luna y planeando ir a Marte. Pero el covid nos recuerda que no podemos controlar a los microbios, los organismos vivos más pequeños”. ¿Demuestra un fracaso del Antropoceno? ¿Es, como señaló más de un filósofo, el fin de una civilización? 

—Es una pregunta muy interesante. Los filósofos hablan del fin de la civilización, si los humanos no terminamos con nuestra propia civilización por alguna guerra atómica mundial cataclísmica en la que olvidemos que somos el extremo dominante de la jerarquía. Nos consumimos con los problemas de este planeta entre las guerras comerciales y las diferencias entre los países. Lo que sucede dentro de las naciones y con los líderes políticos nos está llevando en nuevas direcciones. Perdemos todo nuestro tiempo en esto. De vez en cuando nos centramos en el cambio climático o en lo que le hacemos al planeta y cuáles pueden ser los efectos a largo plazo. Pero en su mayor parte, a excepción de los expertos en enfermedades infecciosas a los que he entrevistado en los últimos años, la mayoría de la gente hasta el covid-19, hasta esta pandemia, no pensaba en que los microbios acabaran con todo, en la posibilidad de que pudieran hacerlo. Hay razones para que demos un paso atrás y pensemos en que somos vulnerables y en lo interconectados que estamos. Lo sorprendente de este coronavirus, de lo que escribo sobre una potencial pandemia bacteriana que también preocupa a muchos de los científicos, es que no le importa si sos argentino, estadounidense, británico o somalí. Si tenés mil millones de dólares en el banco o no tenés dinero ni agua corriente. Nos infecta una suerte de igualdad de oportunidades. Lo hemos visto con virus mortales como el del VIH, que afectó a millones de personas en todo el mundo. Lo vemos ante el covid-19. Debemos mirar con mucho cuidado lo que hacemos, cuán preparados estamos para otra posible pandemia futura. Ni siquiera hemos salido de esta. Debemos reflexionar sobre qué oportunidades nos ofrecen la ciencia médica y los médicos para mejorar en el futuro.

—En marzo de 2020 declaraste: “No me sorprendería una batalla por el monopolio de la vacuna”. ¿Cómo juzgás la situación un año más tarde? ¿La batalla es geopolítica, económica?

—Es tanto geopolítica como económica, y me decepciona la situación actual de la batalla. En la Segunda Guerra Mundial hubo una plantita que el mundo podría haber utilizado como ejemplo para esta pandemia: la penicilina. La penicilina fue un nuevo fármaco que salvó millones de vidas, no solo de los que estaban en el campo de batalla en Europa y en Asia, sino también de personas que habrían muerto por otras infecciones normales. Fue uno de los descubrimientos más importantes en la historia de la humanidad. Y cuando el gobierno de los Estados Unidos lo lanzó como un proyecto secreto, junto con los investigadores británicos de Oxford, una de las reglas para las compañías farmacéuticas que estaban involucradas era que debían compartir la información. Nadie es dueño de los derechos de propiedad intelectual. No se puede comercializar. La penicilina es su propio producto. Cuando Jonas Salk inventó la vacuna contra la poliomielitis y el entrevistador Edward R. Murrow, un gran periodista de la CBS, le preguntó en una entrevista en los años 50: “¿Quién es el dueño del monopolio de la vacuna? ¿Quién tiene la patente sobre ella?”, contestó: “¿Quién podría ser el dueño del Sol? No tiene dueño, es para beneficio de todo el mundo”. Es algo que aparece en mi libro. Cuando salió y comenzamos la investigación sobre las vacunas, el gobierno de los Estados Unidos, los gobiernos europeos y otros dieron miles de millones de dólares del dinero de los contribuyentes a las compañías farmacéuticas para desarrollar una vacuna en una pista de carreras para ver quién podía llegar primero. Estábamos todos tan ansiosos por conseguir la vacuna que, como resultado, ningún gobierno quiso decir a estas compañías farmacéuticas, “queremos que compartan toda su información de investigación”. Les permitimos desarrollar productos de los que obtuvieron beneficios individuales. Así es el capitalismo para la mayoría de los países. Está bien. Tienen derecho a obtener un beneficio justo. Pero hay otro aspecto de esto. Algunos países no pueden permitírselo. Incluso los países que no se manejan con el “América primero” de Donald Trump se preocupan por abastecer primero a su país. Cuando Sanofi, una empresa francesa, dijo que podría suministrar su vacuna a Estados Unidos primero porque le habían llegado miles de millones de dólares en dinero para investigación, el presidente francés, Emmanuel Macron, llamó al director ejecutivo y le exigió que abasteciera primero a Francia. Así que esto es un problema. La pequeña empresa alemana que forma parte del empresariado de Pfizer tiene problemas en su país porque los alemanes no la consiguen tan rápido. Cada país quiere tener suficiente suministro para los suyos. La pregunta es: ¿cómo llega al Tercer Mundo y a las naciones en desarrollo? Y hay ideas para una distribución justa, pero no aplican. Fue una oportunidad perdida en muchos niveles, tanto geopolíticos como económicos.—Escribiste que “Anthony Fauci y los funcionarios de otras organizaciones sanitarias gubernamentales e internacionales saben que cualquier vacuna desarrollada en un laboratorio terminará siendo fabricada por las grandes empresas farmacéuticas. En esta coyuntura crítica con el coronavirus, ningún experto en salud criticaría públicamente a las empresas farmacéuticas, pero en privado se quejan de que las farmacéuticas son un gran obstáculo para el desarrollo de vacunas que salvan vidas”. En el tema vacunas se puede observar lo mejor del capitalismo, la capacidad de generar vacunas en un tiempo récord para la humanidad, y también lo peor, la inequidad en su distribución global. ¿Cómo solucionarías el tema?

—Se podría resolver con una mano fuerte unida internacionalmente. No puede ser solo Estados Unidos, el Reino Unido, Argentina o Brasil por su cuenta. Se necesitan acciones coordinadas entre los países de la OCDE y los países prominentes, los países sudamericanos y los países del sur de Asia. Que se unan y digan: “Queremos seguir las reglas que se establecieron en un proceso noruego”. Hay varias normas que indican una distribución equitativa de la vacuna a costo reducido. Nadie presionó a las empresas farmacéuticas para que hagan eso. Es muy importante que escuchemos a los funcionarios públicos de la salud aquí en los Estados Unidos con el doctor Fauci. Mi esposa es británica, escuchamos la BBC y vemos a los funcionarios de salud de allí, con Boris Johnson, hablando regularmente a la nación, y todos ellos hablan de la necesidad de lanzar la vacuna lo antes posible. Y felicitan a las empresas farmacéuticas por haberlo conseguido. Pero no están presionando a esas compañías farmacéuticas para que ofrezcan acuerdos o promesas a los países en desarrollo para enviar esas vacunas a un costo mucho menor. El mayor tropiezo fue la vacuna Oxford que AstraZeneca había prometido dar a un costo cercano a cinco dólares por dosis o de tres a cinco dólares por dosis, dependiendo del país, frente a los veinte dólares por dosis de Pfizer, y menor complejidad de conservación. La de AstraZeneca pareció que iba a ser la vacuna elegida para su distribución en todo el mundo. Pero se topó con un bache tras otro de problemas, ya sea por errores en los ensayos o por la preocupación por los coágulos de sangre. Por lo tanto, no se logró lo esperado.

—En una entrevista de esta misma serie, el sociólogo de la Universidad de Stanford Woody Powell planteaba que con el incremento de la desigualdad había cambiado la idea de la contribución de los megamillonarios a la sociedad. Decía que mientras Rockefeller quería dejar un legado, Mark Zuckerberg se plantea una suerte de privatización de la gestión pública a través de la filantropía. ¿Sucede lo mismo con los laboratorios? ¿Los Estados son más responsables que las empresas en garantizar la salud pública? 

—Es interesante la cuestión. Los Rockefeller querían dejar un legado con la filantropía. A Mark Zuckerberg, si se le pregunta, responderá que ve su trabajo como filantrópico. Pero el objetivo, los efectos y los cambios a largo plazo en términos hacia la sociedad son radicalmente diferentes. No cede su control a la filantropía, como lo hicieron los Rockefeller. En cuanto a las compañías farmacéuticas, para la producción de vacunas, una pequeña empresa como Moderna nunca había tenido un medicamento aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (la FDA). Llevaba años intentando que se aprobara un medicamento. Esta vacuna es su salvación. Lo consiguieron con un solo golpe. Para Pfizer se trata de un flujo de ingresos multimillonario que puede continuar durante varios años si se necesitan vacunas de refuerzo u otras vacunas, pero es pequeño en comparación con sus ingresos totales. Lo mismo ocurre con Johnson & Johnson y algunas de las empresas más grandes, como Merck, que se involucrarán. Y aunque estén contentos de incluirlas como parte de su régimen, no cambia fundamentalmente la forma en que tienen que responder, una manera más abierta o filantrópica o más generosa con las naciones en desarrollo. Hay una parte no contada de esta historia. Las compañías farmacéuticas hicieron muchas cosas buenas y desarrollaron muchos medicamentos buenos. Pero también se ganaron la reputación de cobrar precios a veces demasiado altos o de ocultar de los efectos secundarios los efectos adversos de sus medicamentos antes de que se hicieran públicos. Se han ganado una mala reputación en algunos ámbitos. El covid-19 les brindó una rara oportunidad de cambiar esa dinámica, si fueran capaces de proporcionar no solo las vacunas que nos permitieran como planeta volver a una existencia precovid normal más rápido, y sin un afán de lucro, asegurándonos que se distribuye. No perder dinero, pero el “efecto halo”, el buen efecto, sería abrumador. Cambiaría de la noche a la mañana la imagen de muchos años en los que se las acusó de ser demasiado codiciosas o de no centrarse lo suficiente en salvar a los pobres. Perdieron esa oportunidad. Por la razón que sea, las personas que se encargan de sus relaciones públicas decidieron que no necesitan hacerlo, que pueden seguir obteniendo beneficios y salir casi indemnes. Tal vez lo consigan.

—Escribiste que “en 2017 se puso en marcha una nueva organización para cambiar la forma en que el mundo investiga y desarrolla vacunas para combatir nuevas enfermedades infecciosas. Se trata de la Coalition of Epidemic Preparedness Innovations (CEPI), una asociación público-privada con sede en Noruega cuyo lema es ‘Nuevas vacunas para un mundo más seguro’. La Organización Mundial de la Salud tenía una lista de patógenos para los que quería que se desarrollaran vacunas, pero las empresas farmacéuticas habían mostrado poco interés ya que los brotes estaban en África y Asia, donde habían llegado a la conclusión de que las ganancias económicas eran demasiado pequeñas para justificar cualquier inversión”. ¿Occidente no se preparó para el coronavirus porque imaginaba que sería un problema de los países pobres? 

—Por supuesto. CEPI, esta organización de la que hablás, en Noruega fue fundada en 2015, hace poco, es un grupo internacional. Todos los países la apoyan, según lo declaran, y tienen roles en ella. También, todas las grandes compañías farmacéuticas. La idea surgió realmente de lo que parecía que iba a ser una epidemia de coronavirus, el H1N1 en 2009 y 2010. Para los problemas con el ébola, los problemas continuos con el VIH, todavía no tenemos una vacuna. El eje de la organización es el intercambio de información para futuras pandemias. La idea era tener a todos los principales actores farmacéuticos en la mesa, junto a los líderes del mundo. Partir del concepto básico de que si se produjera una pandemia, todos cooperaríamos como uno solo, sin derechos de propiedad intelectual. Nadie poseería el derecho sobre la vacuna, y compartiríamos los resultados y la distribuiríamos de forma equitativa, tan rápido como pudiéramos, a los países que la necesitaran. Pero cuando llegó el covid-19, todos olvidaron lo que habían firmado. Todo el mundo se olvidó de lo que había acordado en los últimos tres o cuatro años. Los laboratorios siguieron buscando la vacuna y los líderes geopolíticos dijeron que se preocuparían de la cuestión cuando estuviese disponible. Como resultado, esta organización en Noruega fue dejada de lado. No tuvo ningún efecto real, para satisfacción de las compañías farmacéuticas, que preferirían tener sus propios derechos sobre las vacunas de marca y tomar el dinero de la investigación del gobierno.

—Dijiste que el “covid-19 es la prueba definitiva para saber si las empresas farmacéuticas podrían por fin convertirse en socias de pleno derecho en una asociación público-privada para desarrollar lo antes posible una vacuna que podría salvar un número incalculable de vidas”. ¿Hay vidas que se perdieron durante la pandemia por la disociación entre Estados y empresas en la industria química?

—Se perdió la oportunidad porque los líderes políticos de muchos países decidieron que querían la vacuna a toda costa, y no quisieron poner ninguna condición a las compañías farmacéuticas. El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró al covid-19 como una pandemia. El Congreso de los EE.UU. formuló el primero de lo que sería una serie de proyectos de ley. Era un paquete de ayuda de ocho mil millones de dólares. Tres mil millones de dólares fueron directamente a las compañías farmacéuticas para tratar de reforzar la propia investigación sobre las vacunas. De inmediato. En el primer borrador de ese proyecto de ley en el Congreso, había dos cláusulas incluidas. Una daba al gobierno federal poder real para decir que si el precio era demasiado alto, podía bajarlo para poder distribuirlas más ampliamente. La segunda propuesta decía: recibirán dinero, pero nadie tendrá los derechos de propiedad. Vamos a compartir la información. Una semana después, ese proyecto de ley de ocho mil millones de dólares fue aprobado por el Congreso y firmado por el presidente Trump. Pero esas dos cláusulas quedaron fuera. No es una cuestión de republicanos o demócratas. Ambos partidos estaban dispuestos a ceder ante las farmacéuticas. La oportunidad de establecer las reglas básicas fue al principio, cuando se estaba dando el dinero. Se les podría haber puesto condiciones. Si se usa el dinero de los contribuyentes, hay que compartir la información. Ni siquiera lo hicieron por eso. Los líderes políticos de Estados Unidos y Europa podrían haber establecido las reglas. Pero nadie quiso hacerlo, desgraciadamente. No tuvieron la fuerza de voluntad para hacerlo.

—¿El escenario futuro es que recibamos una dosis anual de la vacuna contra el coronavirus, tal como sucede con la gripe?

—Sí. Lo digo suspirando. Esperaba que fuera de otra manera. Hay un tipo de vacuna que la industria farmacéutica llama “una dentro, una fuera”, como la vacuna contra la polio o la que se puso, por ejemplo, contra la tuberculosis. Eso significa que te ponés la vacuna una vez y, en la práctica, no tenés que volver a preocuparte por ella durante mucho tiempo. Por ejemplo, las de las paperas, o la de la varicela, que se dan a los niños. A veces, a los 65, 70, 75 años, el virus de la varicela puede estar en la columna vertebral y reaparecer como culebrilla. Ahora hay una vacuna contra el herpes zóster. Pero en la mayoría de los casos, te ponés una de esas vacunas y durante décadas no se vuelve a pensar en ello. El virus de la gripe muta lo suficiente cada año como para que se desarrolle en tiempo muy rápido una vacuna que, si no evita que contraigas la gripe, la hará menos mortal. La enfermedad no será tan grave como sucede con el covid-19. La esperanza inicial era que con una o dos inyecciones bastaría. Pero ahora sabemos que habrá más variantes, como las de Sudáfrica o las que fueron descubiertas en el Reino Unido o en Brasil. Probablemente haya variantes ahora mismo de las que aún no somos conscientes. Un artículo médico en California habla de un virus con mutación doble. Sonaba como parte de una novela de ciencia ficción. A medida que aparezcan, ajustarán las vacunas. Necesitaremos una vacuna de refuerzo, en algún momento, entre seis y nueve meses después de la vacuna, quizás un año. Como las variantes cambian, podemos tener un mal año de covid-19 en tres años. Puede que tengamos un par de años tranquilos, pero en ese lapso los países querrán almacenar un inventario de vacunas. Y en ese almacenamiento y la capacidad de mutar del virus, las vacunas serán una fuente de ingresos constante para las compañías farmacéuticas durante varios años.

—¿Hay algo en común entre la batalla por las vacunas y otro tipo de batallas comerciales, como la del 5G?

—Hubo una explosión de teorías conspiranoicas sobre vacunas. En internet, las teorías de la conspiración se extienden muy rápido. Muchos sitios parecen pertenecer a un medio profesional o un reportero con buena información, pero no son más que rumores. Hay una industria floreciente de personas que juegan con el miedo. Y no me refiero a las compañías farmacéuticas, que especulan con el miedo al covid-19. Son los que están en contra de las vacunas o del gobierno central; tal vez son libertarios y no creen en el control gubernamental. Consideran, especialmente cuando los gobiernos empiezan a hablar de pasaportes de vacunas, que se podría necesitar un trozo de papel para poder entrar a un pub en Inglaterra o para viajar o para acceder a un estadio de fútbol. Lo ven como una forma de Gran Hermano, ese gran control gubernamental que imaginó George Orwell en 1984. Piensan que algunos gobiernos podrían utilizar la vacuna y el covid-19 para conseguir más de ese control. Cuando Bill Gates, que ha sido muy filántropo y ha gastado cientos de millones de dólares en la malaria en África, se convierte en un defensor de las vacunas, sospechan que debe tener algún interés financiero en ello, aunque no pueden encontrar nada más que gasta su dinero en eso. Y hay historias como que la vacuna te pone un chip con 5G o permite que te sigan en el futuro. O que la vacuna basada en el ADN consigue que el gobierno pueda seguirte donde vayas. Eso seguirá creciendo. Al principio las encuestas de opinión pública mostraron en el verano de 2020 que más del 50% del público estadounidense tenía dudas sobre las vacunas. Pensaban que se habían precipitado, que fueron demasiado rápidas. No estaban seguros de ser los primeros en la fila. A eso se sumaban las teorías conspirativas. Hoy en día, esa cifra es de alrededor del 20%, porque la gente vio que se distribuyeron millones de vacunas. No hubo demasiados casos de efectos secundarios graves. Ese 20% tiende a bajar.

—Al 10 de diciembre hubo más de 30 millones de casos en los Estados Unidos y 5.400 en China. ¿Cómo se explica semejante diferencia?

—Me encantaría ser quien dirigiera el programa de pruebas en China, así como el de Estados Unidos. Incluso aceptando que los 5.400 es un número demasiado bajo, no hay duda de que los chinos nos mostraron al resto del mundo cómo es posible detener el virus, una vez que se desata. Y eso es algo que realmente solo puede hacer un gobierno autoritario. Pueden bloquear a una ciudad de 30 millones de personas. Y no me refiero a que lleves un barbijo cuando vayas al supermercado o a la farmacia, que no comas en el interior de un restaurante, que los bares deben estar cerrados para comer en el interior, pero seguir abiertos para cenar al aire libre. O que no te juntes, como se dice ahora en Inglaterra, con más de diez personas. En China era no salir de la puerta de casa. Los negocios estaban cerrados. Los 30 millones del área extendida alrededor de Wuhan se cerraron como solo un gobierno militar puede realmente llevar a cabo un cierre. En Corea del Sur fueron capaces de obtener las empresas de telecomunicaciones en su país para proporcionar información sobre el uso del teléfono celular. Ahora es anónimo. Supuestamente no saben si sos vos o yo. Pero puede quedar registrado en un sitio de internet que alguien que fue a un supermercado determinado a una hora determinada dio positivo por covid-19. Y todos los demás cuyos teléfonos móviles estaban en esa zona son notificados de ello. Tuvieron un nivel de rastreo muy superior a lo hecho en los Estados Unidos o en la mayoría de los países donde no se quiere ceder ese nivel de libertades civiles al gobierno para que vigile los controles. Hay países que nos mostraron cómo lo hacen. Y es de una manera que no creo que Estados Unidos y democracias libres estén dispuestos a hacer. En una pandemia, la salud pública se enfrenta a las libertades personales. No es una decisión fácil. Cada vez más hay manifestaciones en Europa, en Alemania y Dinamarca y otros lugares en Italia y en España contra las propuestas de nuevos lockdowns y máscaras. La gente está cansada y empieza a desobedecer. No es una decisión fácil qué hacer en estos casos.

—Dijiste: “El testeo es sin duda importante porque permite a los epidemiólogos determinar en cifras reales si los modelos matemáticos para calcular las tasas de infección y mortalidad del virus son precisos. Y lo que es más importante, los gobiernos federales, estatales y locales necesitan datos en tiempo real que señalen posibles zonas calientes con picos de propagación en la comunidad”. ¿Cuál fue el país que mejor manejó, a tu juicio, la crisis sanitaria? ¿Hay algo en esas sociedades que explique esa gestión exitosa?

—Corea del Sur lo manejó definitivamente muy bien. En parte por ese excelente rastreo de contactos. Por la capacidad de detectar tempranamente un brote en camino o una zona caliente. El Reino Unido hizo un muy buen trabajo. Israel también: un trabajo magnífico en términos no solo de despliegue de la vacuna. Lo mismo el Reino Unido. Son países pequeños, no solo en términos de población, sino en tamaño. Eso es una ventaja. Cuando se llega a un país como Argentina o Brasil o China, lo que fue la Unión Soviética y ahora Rusia, los Estados Unidos, se encuentra con geografías muy dispersas. Hay movimiento en el interior de esos mismos países. Se puede evitar que entre a la Unión Europea. No se permite el movimiento entre los países de América del Sur. Algo similar pasó en algún momento en Estados Unidos. Esos movimientos están prohibidos. Pero no se impide que alguien de Portland o de Detroit viaje a Florida y posiblemente a una zona caliente en Miami y luego la traiga de vuelta a su ubicación en Chicago o Atlanta. El virus se mueve en estos países más grandes de una manera que es mucho más difícil de controlar. Nadie merece una medalla de oro por hacer el manejo de la crisis. Pero algunos claramente lo hicieron peor. El país que más nos asustó fue Italia. Vimos los estragos de infecciones de covid-19 por primera vez en un país. La tasa de mortalidad llegó al 10%. Vimos las noticias sobre el norte de Italia, con hospitales desbordados y la gente con dificultad para acceder a los respiradores y sin espacio suficiente. Pensamos que eso es lo que nos esperaría. No fue exactamente así, porque el sistema sanitario italiano tenía problemas particulares. Pero pensábamos que la situación de Italia nos llegaría a todos. Allí se generó un miedo mayor al covid-19.

—¿Te vacunaste? ¿Las vacunas son seguras, incluyendo la de Johnson and Johnson? ¿Mejoró el manejo sanitario en la gestión de Joe Biden respecto de la de Donald Trump?

—Hay dos fases diferentes bajo Trump y Biden en términos de eficiencia real. Cada uno tiene pretende atribuirse algo. Trump puso en marcha lo que llamó la operación “velocidad warp”. No pierden la oportunidad de poner nombres ingeniosos. Esa fase buscó conseguir que las vacunas se produjeran rápidamente. Consiguieron hacerlo a través de un método acelerado. Joe Biden llegó en un momento en que lo esencial era la distribución de las vacunas. No sirve tenerlas si no se tiene el plan de distribución. Y parte del problema con la administración de Trump fue que dio demasiado poder a los estados. No quiso establecer ningún control federal central. Y los estados tenían diferentes reglas. En un estado podría ser bastante fácil conseguir online para los mayores de 65 años o más y obtener una cita para una vacuna. Pero en otros estados era horrible. Había historias de horas de espera y personas que tenían que cancelar, de vacunas que se desperdiciaban. Luego, la administración mejoró mucho. Vos lo sabés muy bien por los años que llevás observando a los líderes políticos en el poder. Hablan desde un púlpito y pueden marcar el tono del país en un momento en el que la gente tenía miedo, querían escuchar más a los médicos y a los científicos necesariamente, que siempre tendrían la respuesta correcta. Necesitaban saber qué pasaba y Donald Trump aparecía en desacuerdo con los científicos. Esa pelea pública no está más. Con Biden, el mensaje y el esfuerzo parecen estar más cohesionados. Eso contribuye a la confianza.

—En “Pharma” hablás de un “big one”. También en 2020 dijiste que “Ciertamente es el ‘big one’ en términos de miedo y pánico. La mayoría de las personas ha olvidado que, en 2009, la OMS había declarado otra cepa de influenza, la H1N1, como una pandemia. En total, la H1N1 infectó a mil millones de personas en todo el mundo y mató a varios millones. Aun así, se ha desvanecido de nuestra memoria. Sin embargo, el miedo y el pánico por el covid-19 no serán olvidados por muchos años”. En un reportaje de esta misma serie, el sociólogo inglés John Scott dijo que el miedo es una estrategia de muchos gobiernos para un cierto control de la sociedad. ¿Hay un miedo real, justificado, y un miedo político en torno al covid-19?

—Sí, absolutamente. La pandemia de gripe de 2009 infectó a mil millones de personas, con una tasa de mortalidad mucho más baja. Y al año siguiente trabajaban en las vacunas las mismas empresas que lo hacen con el covid-19, que también es un coronavirus. Estaban trabajando en las vacunas pero detuvieron la producción, porque al año siguiente desapareció esencialmente. ¿Había un nuevo coronavirus y desapareció? Los virus hacen eso. A veces se convierten en parte de nuestro mundo y vuelven cada año y de forma nueva y mutante. O a veces cambian, y sí mutan y cambian para ser menos efectivos en su propagación y menos mortales. Es lo que sucedió en la primera década de este siglo. Algo análogo sucede ahora. A diferencia de 2009, lo que ocurrió en Italia en muchos aspectos fue que acabaron con una tasa de mortalidad del 10%, que fue lo preocupante. Pero ¿eso significa que los gobiernos no decidan que van a aprovechar este miedo y el covid-19 para ampliar leyes de control postergadas sobre sectores de la población? Absolutamente. Van de la mano. La gente suele pensar que es una conspiración. Piensan que el gobierno usa el miedo de la población para instituir un nuevo nivel de leyes del estilo “Gran hermano”. El covid-19 no fue planificado para conseguir esto. Solo son oportunistas. No me cabe duda de que algunos gobiernos utilizarán esto más allá de lo razonable. En 2009, 2010, la tasa de mortalidad estaba en el 2% o menos. Fue mucho menos. Por ejemplo, el ébola no es muy contagioso. Esa es la buena noticia. La mala es que la muerte por ébola es espantosa. Parecería que se vive en una película de terror. Si las muertes por covid-19 fueran tan espantosas, la gente tendría aún más miedo. Al ver qué significa esa horrible muerte por hemorragia, la gente se alarmaría aún más. El miedo les funciona a los gobernantes y a la industria. Se quiere preservar la propia vida y la de la familia y volver a la vida normal. Están dispuestos a renunciar a algunas libertades civiles e incluso a correr algún riesgo con las primeras vacunas. Debemos preguntarnos como sociedad cuándo nos sentimos lo suficientemente fuertes, independientes y seguros para decirles a nuestros líderes políticos “basta, no queremos más. No queremos otra nueva capa de su capacidad para seguirnos cuando entremos en un restaurante, una cafetería, o cuando vayamos a ver a nuestra abuela, a nuestros nietos, una vez superada esa etapa de cobertura”. No sé cuándo llegará eso ni en qué país sucederá primero.

—“‘¿Qué les importa más a las empresas farmacéuticas?’, me dijo la semana pasada un investigador de enfermedades infecciosas que participa en el desarrollo de vacunas. ‘¿Mantener los secretos comerciales y aumentar los beneficios o asumir un papel de liderazgo para frenar el brote de covid-19?’. La respuesta a esta pregunta en las próximas semanas podría determinar la forma en que la ciencia y la medicina se enfrenten no solo a la pandemia que se avecina, sino a los futuros supergérmenes y pandemias virales que los científicos consideran inevitables”. Es un texto tuyo ¿Es posible concebir un escenario cuasidistópico en el que los laboratorios tengan más herramientas, puedan producir más vacunas, y no lo estén haciendo para subir el precio?

—Estamos hablando de una amenaza existencial para el planeta como lo son los microbios. Pequeños patógenos microscópicos, invisibles a la vista, que pueden detenernos y derribarnos y propagarse de uno a otro para detener lo que conocemos como civilización. Esa es la amenaza. ¿Qué deberíamos hacer como planeta para que en el futuro, cuando uno de estos patógenos se suelte, no salte de una especie a los humanos, o consigamos resistencia a los antibióticos de una bacteria? ¿A quién debemos entregar la seguridad del planeta? La respuesta puede ser: démosela a una industria con fines de lucro. Que encuentre la manera de salvarnos y al mismo tiempo hacer dinero. Es una idea terrible. Eso es lo que hicimos. Hemos abdicado la responsabilidad en favor de la industria farmacéutica y del lucro. El covid-19 presentaba una oportunidad de negocio única en la vida para la industria farmacéutica. Pero no estaban esperando que apareciera. Tampoco lo hacen con la próxima pandemia. Pero una vez que ocurra, una vez que tenga lugar, una vez que seamos víctimas de la naturaleza, y esto ocurre cada setenta u ochenta años con un virus que salta de especie y luego se vuelve bastante infeccioso, se aprovecharán de ello, a menos que los gobiernos los limiten. Que apenas la OMS declare una pandemia, se juegue bajo otras reglas. Se trabajará en conjunto y no se obtendrán beneficios de esto. Se trata de aprender de la experiencia. No establecimos un modelo de lo que se debe hacer en el futuro.

—Dijiste que “la preocupación de la industria farmacéutica por las ganancias, así como la posible responsabilidad por las reacciones adversas a la inoculación, a menudo les impide moverse con la suficiente rapidez para desarrollar o distribuir vacunas eficaces cuando surge un nuevo virus, como el que ha desencadenado el brote de covid-19”. ¿Esa es la causa de los contratos de confidencialidad que exigieron en algunos casos? En Argentina tenemos un conflicto con Pfizer.

—Conozco el caso, y esa es absolutamente la razón de la cláusula de confidencialidad. Es muy interesante que menciones esto. La primera parte de eso son los beneficios. Es un negocio con fines de lucro en casi todas partes. Es la dinámica del sistema capitalista. Tienen derecho a obtener un buen beneficio, no uno desorbitado. Cuando se trata de una crisis de salud pública hay que preguntarse hasta dónde se debe llegar. Pero, además, muchas de ellas son empresas públicas. Los accionistas de Pfizer, los de Merck, tienen responsabilidades. Pero en el otro extremo están los acuerdos de confidencialidad, la negativa a cooperar con los gobiernos en lo que consideran información que les pertenece. Es una forma en que el negocio de las vacunas fue diezmado. Escribo sobre esto en Pharma. En el final de los años 70, parecía que estaba terminado en Estados Unidos. Habían lanzado 40 millones de inoculaciones de una vacuna para lo que temían que iba a ser un brote de gripe porcina, la misma gripe que fue epidemia de 1917. Gerald Ford era presidente. Dieron la vacuna a 40 millones de estadounidenses. Resultó que la gripe porcina no estalló y provocó una pequeña enfermedad cerebral neurológica en unas 5 mil personas. Pero las cuatro empresas implicadas, grandes compañías farmacéuticas, no quisieron dar los 40 millones de dosis al gobierno federal hasta que este accediera a eximirlas de cualquier responsabilidad ante cualquier acontecimiento o efecto adverso que resultara de la administración de la vacuna. Lo consiguieron. Ahora consiguieron esa misma exención de responsabilidad para que la vacuna se administre rápidamente. Las pruebas se hicieron para aprobaciones de emergencia. Pero si alguien desarrolla una enfermedad neurológica rara o existen informes sobre media docena de coágulos de sangre, nunca se encontrará a una compañía farmacéutica que pague el costo. Los gobiernos son quienes pagan el costo. Los laboratorios tampoco tienen responsabilidad final por la posible responsabilidad en caso de que las vacunas causen problemas cuando se administren los cientos de millones de dosis pendientes.

—En la Argentina se produce el compuesto activo de la vacuna de AstraZeneca. El dueño del laboratorio que la fabrica es uno de los empresarios más importantes del país, Hugo Sigman. Sigman en su juventud fue afiliado al Partido Comunista y aún se atiende en la medicina pública de España, donde pasa seis meses al año. ¿Hay una explicación “ideológica” del interés de Sigman por las vacunas y por producirlas a un costo más bajo?

—Sería fantástico pensar que tiene, desde su comprensión política, la idea de que la vacuna debe ser distribuida lo más cerca del costo como sea posible. Aun si fue, de hecho, ese background comunista y socialista lo que le permitió pensar que este debe ser el caso. Sea lo que sea, es de admirar. También escribo acerca de que tenemos una epidemia de opioides en Estados Unidos, la epidemia de prescripción de drogas más letal. La familia que hizo miles de millones de dólares, una de las familias más ricas de Estados Unidos, la familia Sackler, tiene 14 mil millones de dólares, según la revista Forbes, y los hizo a partir de la venta de esta droga opioide. También eran miembros del Partido Comunista en los años 50. Así que obviamente su altruismo del comunismo y su idea de que las cosas deben ser distribuidas para las masas a un precio muy bajo no les llegó a ellos. Al final se convirtieron en supercapitalistas. No siempre funciona así. Pero creo que lo que se hizo en términos de AstraZeneca tenía perfecto sentido para mí. Soy abogado de profesión, escribo como periodista para ganarme la vida. Pero me formé como abogado y a menudo miro la letra pequeña. La letra pequeña de los comunicados de prensa de AstraZeneca afirmaba que no ganarían dinero durante la pandemia. Eso significa que van a ponerle precio al costo durante el tiempo en que el covid-19 se considere pandemia. Una vez que la Organización Mundial de la Salud diga que ya no es una pandemia mundial, y que entonces se convierte en una infección recurrente como la gripe y que la gente debería darse estas vacunas o variaciones de las vacunas durante años, entonces AstraZeneca podrá obtener beneficios con ello. Tienen derecho a hacerlo. No hay que esperar siempre que lo regalen. Pero la idea inicial de hacerlo fue fantástica.

—Contaste que “el manuscrito de ‘Pharma’ estaba en la imprenta cuando China informó de dos muertes por una enfermedad no identificada en Wuhan a mediados de enero. Aunque no sea un experto en covid-19, durante los últimos cinco años de buscar información para mi libro me he familiarizado plenamente con las pandemias, su historia y los éxitos y fracasos de las respuestas a lo largo del tiempo por parte de los gobiernos y las industrias médicas/farmacéuticas”. ¿Qué tiene de diferente esta pandemia respecto de las anteriores? ¿Se puede prever el costo en vidas humanas de lo que estamos viviendo?

—La epidemia empezó en China. No se sabe si fue a partir de un mercado, o si fue a partir de un error en un laboratorio. Eso seguirá siendo objeto de debate durante los próximos años. No hay duda de que el primer brote masivo tuvo lugar en China. Algo desafortunado para el resto de nosotros porque China no solo cerró su ciudad, sino que cerró su información. Al principio, se le impidió ingresar a la Organización Mundial de la Salud. Lo mismo a los médicos de enfermedades infecciosas que solicitaron ingresar desde Europa y Estados Unidos. Los chinos hicieron lo acostumbrado: intentar controlar todo. Cuando lo liberaron era demasiado tarde. Con su reacción demostraron que no se puede contener un virus mundial en una época en la que la gente viaja. Los viajes en avión son baratos, la gente va y viene de diferentes países. No se puede cerrar el país lo suficientemente rápido para evitar que salga el virus. Retuvieron la información, lo que nos retrasó a todos a la hora de manejar la situación. La otra cosa es que el penúltimo capítulo de mi libro se llama “La pandemia que viene”. Y aunque no habla obviamente del covid-19, se trata de que los infectólogos afirman que una pandemia vendrá cada dos o tres generaciones de bacterias o virus. Lo comprendí desde el punto de vista de la ciencia y como periodista, lo que no aprecié fue el efecto secundario de lo que produciría en nuestro planeta, cómo nos puso a todos de cabeza. El efecto de freno del cierre sobre el sistema económico. Que dejaría a la gente sin trabajo en tantas industrias vinculadas al turismo, las altas cifras de desempleo, freno de las economías, los niños que no pueden ir a la escuela, el no contacto social, el aumento de la depresión, son efectos secundarios naturales esperables que subestimé. El efecto de la pandemia no es simplemente el costo sanitario de lo que ocurre para los desafortunados que enferman, los que mueren, los que se infectan, los que tienen secuelas de covid-19. Está también lo que llamo la onda expansiva: tirar esta gran piedra en un estanque y ver cómo se extienden las ondas. A todos nos afectó de alguna manera. A nuestras familias e hijos, o por no poder ir al funeral de un ser querido o visitarlo en el hospital. Tuvo efectos que veremos durante mucho tiempo.

—El derecho a la vejez es un fenómeno del siglo XXI, como el XX fue el del derecho a la juventud. ¿Se percibe esa variación en el desarrollo de la industria farmacéutica? ¿Se podría decir que el descubrimiento de las propiedades del sildenafil (el Viagra, por su nombre comercial más conocido) tiene un valor simbólico dentro de ese cambio de paradigma?

—Le agradezco su pregunta. No son habituales las entrevistas en las que se menciona a un filósofo, en las que se habla de la civilización y de cuestiones más amplias. El que planteás es un tema provocativo. Y tenés razón. Es algo que las compañías farmacéuticas percibieron desde hace varios años. A medida que las poblaciones envejecen y viven más tiempo, ¿cómo se hace como compañías farmacéuticas para mejorar la calidad de vida? No hablo de tratamientos para el cáncer o las enfermedades del corazón o el colesterol, de remedios específicos para enfermedades crónicas. Me refiero a medicamentos para el estilo de vida, que son algunos de los medicamentos más vendidos de todos los tiempos. Uno de ellos es el Viagra. Ahora clasificamos como una condición médica la disfunción eréctil, que era algo vinculado al envejecimiento. Bajo esa clasificación, disfunción eréctil, los médicos cuentan con una categoría que pueden anotar para la empresa de seguro médico y pueden recetar un medicamento y así puede tener una vida sexual más vigorosa a los 70 u 80 años, lo que en otra época de la humanidad hubiera sido imposible. Lo mismo con Allergan, que descubre originalmente un fármaco llamado Botox, que es el veneno botulínico. Suponían que funcionaría en el tratamiento de espasmos involuntarios oculares. Pero se descubrió que como efecto secundario tendía a disminuir las arrugas. El Botox es uno de los fármacos de ventas multimillonaria con fines cosméticos para hacer que la gente parezca un poco más joven. Lo mismo sucede con los reemplazos hormonales para las mujeres que transcurrieron la menopausia. Se les dice que pueden seguir siendo más femeninas, que su cabello puede ser más grueso, sus uñas mejores, su piel mejor. Para los reemplazos hormonales, basta con llenar una receta. Hay una serie, de antidepresivos y ansiolíticos para las dificultades que plantea una vida difícil. Se quita el estrés con un sedante muy suave. Las compañías farmacéuticas lo vienen estudiando desde hace mucho tiempo. A medida que la población envejece, buscan las formas de decirles a los ancianos que no se preocupen si tienen una enfermedad o dolencia. Que existen fármacos vinculados al estilo de vida. Fármacos que los harán más vigorosos y jóvenes.

—¿Hay una conexión entre el Viagra y Pfizer, el laboratorio que creó la vacuna más exitosa contra el coronavirus?

—Laboratorios como Pfizer y Lilly y Merck, entre otros, tienen distintos equipos de científicos que trabajan en toda una serie de diferentes compuestos y medicamentos con potencial futuro. Comparten el mismo espacio en muchos sentidos. Son grandes laboratorios globales repartidos en el mundo. El área que da con lo que será la vacuna contra el covid-19 está junto a lo que resulta ser la cura de la disfunción eréctil. A veces miramos eso y pensamos cómo pueden estas empresas multipropósito hacer todo simultáneamente. En eso son buenos. En la monetización de la enfermedad una vez planteado el escenario. Y es un poco lo que llamo triage. Un triage es una situación que aparece en un hospital de guerra o una sala de emergencias. Los médicos siempre tienen que tomar una decisión. Traen a alguien de un accidente de coche y a otro que ha recibido un disparo en un tiroteo y a otro que ha tenido un ataque al corazón. Todos llegan a la unidad de urgencias del hospital con cinco o diez minutos de diferencia. Hay que decidir cuál de ellos está peor y necesita un tratamiento más rápido. Las compañías farmacéuticas pueden estar desarrollando o produciendo un medicamento como el Viagra, y de repente aparece el covid-19. En ese momento todos los recursos se centran en la vacuna para eso, se convierte en la mayor prioridad y el mayor potencial de hacer dinero. Eso es lo que persiguen.

—¿Debemos temer más a las bacterias, a una supergermia, que a los virus en el futuro?

—No debe dejar a sus espectadores o lectores con una perspectiva pesimista. No quiero ser de aquellos que dicen que si el covid-19 es malo, la epidemia bacteriana próxima será mucho peor. Pero diré que no podemos tratar un virus con un antibiótico. En algunos aspectos, los virus pueden ser más desconcertantes. Y por eso hay que buscar la vacuna u otra forma de tratarlos. Algo que a veces puede llevar mucho tiempo. Con el sida todavía no tenemos una vacuna, pese a que salió a la luz desde finales de los años 70, principios de los 80. En el caso del ébola, solo se aprobó una vacuna en el año 2019. Ambos son virus. La única razón por la que fue tan rápido con el covid-19 es que habían comenzado esa investigación hace diez años, cuando tuvieron el primer H1N1. Y que el virus del covid-19 en sí mismo no es tan difícil ni complejo ni muta tan rápido como el VIH o el ébola. Dicho esto, una infección bacteriana es lo que pasó con la peste negra. Salta de las pulgas a los humanos. Te pican y esa infección bacteriana puede ser devastadora. Es como la meningitis, que se trata con antibióticos. Esa es la primera línea de defensa. No necesitamos una vacuna. El problema es que se distribuyeron los antibióticos de forma tan libre y barata a tanta gente que no los necesita para un resfrío o un dolor de garganta, que desarrollamos una resistencia a ellos. Ante una nueva bacteria tendremos mucha resistencia a ellos y no nos servirán. Las compañías farmacéuticas añadieron y exacerbaron el problema al abandonar la mayor parte de su investigación y desarrollo de vacunas. Las vacunas se aplican pocas veces. ¿Por qué iban a gastar miles de millones de dólares en la búsqueda de un nuevo antibiótico cuando podían desarrollar un medicamento para el colesterol alto o para los ataques al corazón o para la diabetes, que se toma una pastilla cada día? Por eso abandonaron la investigación sobre antibióticos. Nos dejaron un agujero. Tenemos resistencia a los antibióticos. Si se desarrollara un patógeno bacteriano nuevo en el mundo, estaríamos en graves problemas.

—En la novela “Las correcciones”, del escritor Jonathan Franzen, de 2001, hay muchas menciones a la medicina. La novela es de alguna manera la crónica de una familia estadounidense de principios de milenio. La palabra “médico” aparece más de cincuenta veces en la obra. Allí se relata la experiencia de un personaje, una señora mayor de nombre Enid, que hace un crucero. El médico le receta una pastilla contra el mareo que, poco a poco, se transforma en una droga que no puede dejar de tomar. ¿Es una buena metáfora de lo que hace la industria médica con la sociedad? 

—Jonathan Franzen se dio cuenta de lo que ocurría. Digo esto con una sonrisa solo porque es tan diabólicamente inteligente en términos de marketing que sería difícil de imaginar si no fuera cierto. Descubrí en mi investigación sobre la industria farmacéutica que algunas de las empresas hablaban de lo que era un nuevo medicamento. Buscaban un medicamento para bajar los niveles de azúcar en personas prediabéticas. En las pruebas de esos fármacos se darán cuenta de que tienen efectos secundarios. Como en el ejemplo de Franzen de la mujer en el crucero que toma una droga para el mareo y luego se vuelve adicta y comienza a usarla como una droga. Los laboratorios lo ven como una droga de entrada. Dicen que introducen un medicamento para controlar el azúcar o para el dolor de espalda. Pero saben los efectos secundarios que tendrá en la gente que lo usa regularmente. No hay mejor ejemplo de ello que los fabricantes de opioides en Estados Unidos, entre los que se encuentran algunos de los más grandes, como Johnson y Johnson. Se dieron cuenta de que uno de los problemas del uso regular de opioides para aliviar el dolor crónico era el estreñimiento. Y esas empresas desarrollaron entonces medicamentos recetados para aliviar el estreñimiento. Las empresas se dieron cuenta de que podían ganar dinero incluso con los efectos secundarios de sus medicamentos. Buscar un beneficio no está mal. Pero las compañías farmacéuticas no nos venden neumáticos o muebles o un nuevo y maravilloso diseño para una cocina. Están en la intersección de la salud pública y nuestra seguridad. Y como resultado, porque tienen que hacerlo, se vinculan con los médicos, que lo hacen con un mayor nivel de transparencia y honestidad. No es siempre el caso, por desgracia.

—Dijiste: “La investigación más difícil que he hecho ha sido la que he dedicado a la industria farmacéutica. Ha sido mucho más duro que investigar un asesinato político o el 11 de septiembre. Esto se debe a que tuve que pasar un año aprendiendo sobre la ciencia y la historia de las drogas antes de poder comenzar a realizar entrevistas inteligentes. Además, la industria que se esconde detrás de toda esa complejidad es muy diversa y enorme”. ¿Cuál es el principal aprendizaje que obtuviste de esa experiencia?

—Pasé nueve años dedicado a un libro sobre los 200 años de historia de las finanzas del Vaticano. Intenté muchas veces acceder a los archivos secretos y pedir archivos sobre el Banco del Vaticano y sus esfuerzos de reaseguro en la Segunda Guerra Mundial. Fui criado como católico romano y sé que el Vaticano es una organización a la que es muy difícil acceder. Hay organizaciones que son tan secretas o más que estas empresas públicas. Con Pharma descubrí esto haciendo este trabajo durante cinco años. Es muy complejo, y hay tantos aspectos diferentes que dependen incluso de cada fuerza política. Cada país tiene su propia cuestión geopolítica. Son empresas multinacionales, y esa complejidad funciona en su beneficio. Comprendés esto por ser no solo editor, sino un autor. Escribiste muchos artículos y libros. Cuanto más compleja es la cuestión, más difícil es explicarla no solo al ciudadano medio, sino también a los dirigentes políticos. Muchos se encuentran ante contextos que piensan que son inarreglables. ¿Cómo arreglamos los altos precios? ¿Qué hacemos con las drogas que se volvieron demasiado adictivas? No hay una solución sistémica fácil, pero la complejidad beneficia a la industria, que la utiliza en gran parte para poder contar con menos regulación de la que debería.

—Si bien dijiste que “hay poco que los gobiernos puedan hacer por adelantado ante un nuevo virus. Por su propia naturaleza, su brote es inesperado y es peligroso precisamente porque es un nuevo patógeno que los médicos nunca han visto y para el que los humanos no tienen inmunidad natural”. ¿Dónde le sugerirías a las Naciones Unidas que presten atención? 

—El consejo que alguien como yo, como reportero y escritor, pueda dar en la práctica no será utilizado por los gobiernos. La clave está en la preparación. Por ejemplo, nos han sorprendido, pese a que hablamos de la posibilidad de pandemia durante años en términos de ciencia y gobiernos. Hemos hablado antes de la CEPI, la organización de Noruega que sabía que iba a haber una en algún momento. Solo que no cuándo. ¿Por qué nos encontramos de repente cuando estalla el virus con una escasez de recursos? ¿Por qué salimos a buscar a toda velocidad respiradores que deberían estar disponibles para hospitales? ¿Por qué los médicos en las salas de emergencia que están tratando a los pacientes con covid-19 no contaron con suficiente protección para que no se infectaran ellos mismos? Por lo tanto, como periodista, digo que en el futuro debemos asegurarnos de tener esas reservas. Contemos con un equipo de protección adicional, el EPP, con respiradores y todo lo demás, para que si tenemos otro brote viral estemos preparados al menos para tratarlo en los hospitales y clínicas desde el principio. El problema es que en todos los países estamos apretados en cuanto al gasto de los gobiernos en causas médicas. El gasto médico es uno de los mayores de los gobiernos. Se le hacen recortes continuos. Se busca ahorrar dinero. No conozco ningún gobierno que diga que gastará dinero extra en construir una reserva de bienes y material que puede que no utilicemos hasta dentro de veinte o treinta años. Pospondrán la decisión hasta la próxima pandemia. Entonces se encontrarán en la misma situación de ahora. Se preguntarán cómo llegaron hasta aquí. ¿Por qué no estábamos preparados mejor?  Pero no gastarán dinero en algo que no van a usar en el futuro. Y es una pena. La ONU no puede convencerlos de lo contrario.

—¿La no existencia de un producto fácilmente comercializable como los antibióticos para tratar las virosis hizo que la humanidad abandonara un poco el desarrollo de la infectología, previo a la aparición de la pandemia de covid-19?

—Es muy acertado, absolutamente correcto. Si nos enfrentáramos a una infección bacteriana y pudiéramos hablar de un antibiótico que la tratara, estaríamos en una situación completamente diferente. No quiere decir que no sería aterrador, no quiere decir que no habría muchísimas muertes en el mundo como ahora. Pero ante la incertidumbre del virus y la consecuente necesidad de una herramienta mágica, la vacuna y nuestra dependencia de las compañías farmacéuticas, nos encontramos con que les cedimos un nivel de control que sería raro.

—Escribiste que “el Santo Grial para detener un nuevo virus una vez que sale de la zona caliente de origen, como ocurrió con China, es crear algún tipo de inmunidad básica en el mayor número de personas posible. La forma que tiene la madre naturaleza de hacerlo es permitir que la pandemia siga su curso. Los médicos especialistas en enfermedades infecciosas lo llaman inmunidad de rebaño y se produce después de que la oleada viral haya alcanzado su punto máximo”. ¿Las mutaciones conocidas hasta ahora son un límite a las vacunas como solución del problema?

—No me di cuenta hasta que estalló el covid-19 de que muchos de los médicos especialistas en enfermedades infecciosas con los que había hablado antes, cuando hablaban de la inmunidad de rebaño tenían bastantes precauciones al respecto. Se referían a una inmunidad de rebaño por efecto de la vacuna. Sí podían hablar de la inmunidad de grupo en términos de qué ocurriría si el virus se extendiera sin control. Hay desacuerdos sobre la cantidad de población que debe infectarse antes de que el virus deje de propagarse y de ser una amenaza. Estimarlo sería hablar en el vacío. Pero la razón por la que se habla de ello en términos de una vacuna es porque se dice sin rodeos que no hay ningún liderazgo político en el mundo que piense que permitiría que el virus se extendiera para crear la inmunidad de rebaño. El riesgo en la sociedad sería demasiado grande. Todos observamos con atención lo que ocurría en Suecia. Tuvieron un sistema mixto, que yo llamo de bloqueo, muy ligero. Estaban dispuestos a sacrificar mucho, un mayor número de los que están en casas de reposo y residencias de ancianos y los mayores de 65 y 70 años. Tienen una tasa de mortalidad más alta que cualquiera de sus vecinos nórdicos. Pero no tuvieron una propagación desenfrenada de la enfermedad. Anduvieron en algún punto intermedio. Hay que asumir como país que no se buscará la vacuna tan fuertemente, pero se permitirá que el virus se extienda un poco más y más gente muera. No creo que muchos líderes políticos tengan el valor para tomar esa decisión, aun si fuera la opción correcta.

—¿Tiene China alguna responsabilidad sobre el covid-19? ¿Y cree posible que el coronavirus fuera creado por error en un laboratorio?

—No lo sé. Soy un periodista a la antigua en este sentido. Necesito de los hechos para sacar conclusiones. Ciertamente, hay muchas conjeturas. Ahora, algo que hizo que levantara mis cejas un poco más es que el ex jefe del CDC, los Centros de Control de Enfermedades, el responsable de esto bajo el gobierno de Donald Trump, el doctor Robert Redfield, dijo recientemente en una entrevista con la CNN que pensaba que el origen probable de esto era por una filtración de un laboratorio. No quiere decir que lo hicieran intencionadamente, sino que alguien que trabajaba allí pudo haberse infectado. Ocurre con bastante frecuencia en los laboratorios. Y puede haber empezado a infectar en la zona. Sanjay Gupta, respetado médico que lo ha entrevistado en la CNN, tiende a pensar lo mismo. No sé si eso es lo que finalmente se demostrará. No importa qué, no importa cuál sea su origen, si fue de especies saltantes y vino de un mercado en Wuhan, si vino de un laboratorio o de donde sea, incluso si vino de otro país y alguien que era chino volvió a visitar a sus parientes en China desde Italia, si descubrimos dentro de dos años que empezó en Italia, el primer brote fue en Wuhan. No importa lo que hayan hecho: seguro fue desafortunado porque no fueron lo suficientemente abiertos en permitir a la comunidad médica y científica internacional entrar y monitorear ese brote desde el principio. De eso no hay dudas en cuanto a lo que ocurrió con el brote chino.