Chubut Para Todos

Este western ya lo vimos y termina mal​ Por Jorge Argüello

Había una vez un país muy importante, con tendencia a aislarse y a imponer barreras comerciales si su economía se debilitaba, hasta que comprobó que era menos costoso integrarse al resto del mundo, y hasta ventajoso.

Esa potencia existe, se llama Estados Unidos y está a punto de olvidar aquella lección, ahora imponiendo aranceles al aluminio (10%) y al acero (25%) importados desde la Unión Europea, Canadá y México.

En 1930, cuando la Gran Depresión arrasaba vida y hacienda de los estadounidenses, el Congreso tomó una decisión pretendidamente en defensa de los intereses nacionales, pero de gran impacto global: subió los aranceles a las importaciones de productos para proteger tanto a las empresas como a los agricultores norteamericanos.

La Ley Arancelaria Smoot- Hawley generó casi un millar de nuevos derechos de importación, con un aumento promedio del 20% que abrió una era de gran aislamiento, porque muchos países afectados tomaron represalias de inmediato efecto sobre las inversiones financieras norteamericanas en el exterior.
Durante dos años, una economía global de por sí afectada por el crack financiero de 1929 sufrió un impacto adicional en el volumen del comercio de todo el planeta.

Para resumirlo, las importaciones y exportaciones estadounidenses a Europa disminuyeron aproximadamente dos tercios entre 1929 y 1932, y el comercio global cayó a niveles similares en los cuatro años en que la legislación se mantuvo en vigencia.

Finalmente, en 1934, el presidente Franklin D. Roosevelt, gran gestor del New Deal que resucitó la economía estadounidense, impulsó y promulgó la Ley de Acuerdos Comerciales Recíprocos, que redujo nuevamente los niveles arancelarios y promovió en cambio la liberalización comercial y la cooperación con otros países.

Hoy, más de ocho décadas después, en nombre de la seguridad nacional y del “America First” del presidente Donald Trump, la misma potencia actúa como un vaquero torpe disparándose en las botas de su gran economía. En represalia, la UE le apuntó a 185 productos norteamericanos, entre ellos el whisky bourbon que se bebe en los western.

Los propios economistas estadounidenses han tratado de explicar a su gobierno que en esta era de cadenas globales de valor, que producen un mismo bien a lo largo de varias economías, la exportación es un valor relativo. Así, por ejemplo, China exporta teléfonos iPhone a Estados Unidos por unos u$s 17.000 millones, pero después de agregarle un valor de manufactura de apenas u$s 1.000 millones.

¿Qué mercado sufriría más en caso de una guerra comercial entre las dos primeras economías del mundo? Ya vimos esta película y termina mal. Como siempre, algún malvado cae, pero deja un tendal de víctimas inocentes, y hablamos aquí de terceros países en desarrollo, como los de América Latina, muy vulnerables ante el escenario de una guerra comercial generalizada.

Tal vez se cumpla aquello de que la historia sólo se repite como farsa o como tragedia. Pero nos queda una tercera alternativa: a diferencia de los años 30, en este comienzo de siglo el comercio mundial tiene nuevos y poderosos actores, con suficiente capacidad como para cambiar el guión de la película y darle otro final. Sería, en ese caso, volver al futuro.

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