Chubut Para Todos

El coma ideológico de la UCR

El eclipse de Alfonsín le abarata aún más al PRO su sociedad con el radicalismo.

Entre tanta excitación por la vuelta al oficialismo, ya que no al poder, pasó un poco desapercibido que el alfonsinismo como relato dominante en la UCR ha quedado fuera de servicio. El canto del cisne de Ricardito de las últimas semanas no está separado de este cambio cultural que ha disparado las acciones de los otros presidentes radicales presentables como Illia, Yrigoyen y Alvear, a los que el tiempo ordena con igual prestigio en la galería de nichos, a la par de Raúl. Este renovado panel de calaveras da marco, paradójicamente o no, a un gran vacío ideológico que le abarata aún más al PRO la sociedad con la UCR por cuanto no deben toparse con diferencias de punto de vista y nunca hay que negociar en base a temas.

La ecualización de Alfonsín no sólo vuelve uno más a su hijo –que empieza a mirarse en el espejo de Leandro Illia– sino que marca el final del duelo para todos los radicales que fueron contemporáneos del abogado de Chascomús, y que lo sobrevivieron, como así también de aquellos radicales criados al reparo de su liderazgo peculiar y, en su momento, encantador. El fin del duelo en una organización se demora más que en los individuos por razones bastante obvias, y es que viviendo en manada se olvida a la velocidad de los más lentos; y si los más lentos resultan, además, los líderes que rentan del recuerdo, el duelo puede dilatarse al infinito.

En esa procesión interminable estaba metida la UCR hasta el triunfo electoral de Mauricio Macri cuando la adaptación y aceptación de una lengua dominante y despolitizada como la del PRO provocaron, ahí sí, la segunda y definitiva muerte de Alfonsín. Sucede que Raúl , en su mortaja blanca y alada llevaba inscripta a la política como una actividad seria, incluso trágica, y desde el 2015 los radicales tuvieron que entenderse rápido, y a la fuerza, con personajes de una naturaleza muy distinta. La pasión radical por la razón de estado, la ética de la responsabilidad y, porqué no, la vagancia, los hizo caminar los siguientes dos años en fila india detrás de la imaginación política y económica del macrismo, lo cual no fue, ni siquiera parecido, lo que los convencionales nacionales del partido votaron mayoritariamente en la reputada reunión de Gualeguaychú en marzo de 2015. Allí confiaron en celebrar con el PRO una coalición electoral con reglas de funcionamiento precisas.

La relativización de Alfonsín en la cultura radical también es favorecida por el propio gobierno que desde el ministerio de Cultura de la Nación y desde el Sistema de Medios Públicos, con toda maldad, atiende con una diligencia digna de mejores causas, las requisitorias logísticas y comunicacionales para la realización de homenajes a todos los radicales que ya no están (y que son un montón). No lo hacen para diluir a Alfonsín, de quien saben poco, sino para mantener a los radicales concentrados en la entonación de la marcha fúnebre. En ese sentido, no alcanzan los radicales a decir “somos la vida”, que el PRO les dice “no, no, che, ustedes son la muerte”. Delicias psicopáticas.

La licuación

La licuación del alfonsinismo no es gratuita, deja al partido sin el último prisma a través del cual mirar la vida pública y darse un sentido histórico. Sin el minuto alfonsinista en el aire al momento de pensar qué hacer o decir, la UCR reacciona ahora a la coyuntura apoyándose únicamente en los “Qué estamos diciendo” ( nosotros los del PRO ) que la nomenklatura partidaria recibe por whatsapp desde el call center oficial y las cartas abiertas del Jefe de Gabinete de ministros donde se relatan pormenorizadamente los avances del cambio. Con esos insumos, el radicalismo hace propaganda de cosas que ni pensó ni decidió ni consensuó, e incluso suele hacer algo peor y es aquello que no le piden con el propósito de agradar. Por caso, el fuerte y teatralizado antisindicalismo contra los docentes en la provincia de Buenos Aires. Sobreactuan lo que cree que el partido del gobierno espera de ellos y, entonces, arman también equipos de voluntarios o se sacan fotos tomando mate con Jonathan de Ensenada o viendo como Cintia volvió a creer, para estar juntos, o cerca, o la fantasía que solicite el instructivo semanal. La ausencia de liderazgo ha sido crucial para este sometimiento colectivo.

Pero, claro, no es que a la UCR se le han perdido las tablas de Moisés, tampoco es eso, porque el alfonsinismo era una corriente ideológica modesta, casi que destilada de la guerra fría, y totalmente gastada o insuficiente para crear expectativa electoral como lo indican el pobre 13 por ciento de Ricardito/ González Fraga en 2011 y el ya helado 3 por ciento de Sanz/Llach de 2015. Pero aún cuando fueran cuatro líneas incomprobables, éstas ordenaban el mundo y le permitían presentarse en sociedad exhibiendo una identidad, no muy distinto a como hace la Iglesia o Herbalife o el PRO.

Si los líderes hoy se sintieran tan perdidos como se los ve desde afuera, podrían entender algo sencillo: no hace falta que sea verdadera la traducción del mundo que haga una fuerza política, con que el catecismo extienda una mano a los desamparados, que somos todos, con una interpretación de sus desgracias, y presente pasos para su salvación, la máquina de la representación arranca. Y eventualmente la de la diferenciación.

Al contrario de esto, la mayoría de los dirigentes radicales se abrazó al sonsonete del populismo –el hilo de baba de su razón de Estado–, del cual hay que escapar, o al cual no hay que volver, y ni una palabra más, populismo o muerte, liberando a la imaginación de cada dirigente, y cada dirigido, en caso que la tengan disponible, qué cosa es el populismo, y sin medir las utilidades o los alcances o los beneficiarios del antipopulismo. Cuando faltan unos pocos meses para que complete los dos años de oficialismo sin gobierno, el radicalismo expone, entonces, su dilema mayor, el cual es o será de consecuencias absolutas: ¿Parasitará al PRO por toda la eternidad o buscará prevalecer y tener sus propias claves?

Es obvio que no se puede volver a Alfonsín, y menos ahora que volvió a morir. Además, para Alfonsín el PRO era la derecha , una derecha más pop que la de los bacanes politizados de la UCD a los que pudo estudiar en más detalle, pero pungas de cuello blanco al fin. Con esos prejuicios realmente no se puede avanzar pero tampoco es viable que la necesidad de los radicales en actividad de ser registrados por el PRO, obligue a suspender todo juicio crítico sobre su aliado y sobre sí mismos, hasta el punto del coma ideológico. La velocidad con que aceptaron un Nuevo Testamento simplemente pasma y proyecta algo duro: si Cambiemos gana las elecciones y la UCR no se da un liderazgo serio, y en serio, a este ritmo de conversión, la naturaleza de las cosas hará de la UCR una simple colectora del PRO.

Por Esteban Schmidt – LPO