Chubut Para Todos

Creer en Milagro Por Hernan Brienza

Conocí a Milagro Sala prácticamente de casualidad. Fue en agosto de 2012, cuando presenté mi libro Éxodo jujeño en la capital de la provincia para celebrar el Bicentenario de aquella épica de un pueblo liderado por su líder, el “generalito improvisado” Manuel Belgrano.

Uno de los encargados de prensa y comunicación de la Tupac me invitó a la sede central y a conocer a Milagro Sala. Acepté de inmediato, claro. Sentía muchísima curiosidad por esa especie de “Pancho” Villa de los desposeídos jujeños.

La cita fue por la mañana. De inmediato me di cuenta de que Milagro era “insoportable”: una mujer fuerte, decidida, emprendedora, peleadora, severa, enérgica. Demasiado para una sociedad tradicional, pacata e hipócrita como la de los Morales, por ejemplo.

Lo primero que hizo cuando me vio fue confundirme con otro periodista y lo segundo, pelearme por el libro. “Seguro que no voy a estar de acuerdo con ese libro –dijo mirándome desafiante a los ojos-. Porque seguro que no contaste cómo los blancos arrastraron a nuestros hermanos a abandonar todo y a meterse en una guerra que no era su guerra”. Le sonreí y le devolví el desafío: le pedí que lo leyera y que le conté mi humilde hipótesis. Sonrió amigable. “Ah, entonces, por ahí, lo leo”. Nos reímos.

Después me mostró todo lo que había hecho para los humildes de Jujuy con –como dicen ahora los que nunca hacen nada por los otros- “la plata del Kirchnerismo”. El gimnasio y el club, la pileta, el hospital, las escuelas, el barrio con miles y miles de casas. Una obra monumental para miles y miles de humildes que no tienen prepaga, que no tienen Megatlón ni Club de Amigos ni pueden llevar a sus pibes a escuelas privadas subsidiadas por el Estado y que pagamos todos los argentinos.

Estábamos en la puerta de la sede cuando pasó uno de los “Tupaqueros”. La saludó y nos regaló una sonrisa con agujeros. Milagro lo saludó y le espetó: “Andá al dentista, no te quiero ver con esa dentadura, ¿tamo?”. Me miró y no tuvo que explicarme nada. Hace muchos años aprendí que una mala nutrición en la niñez se refleja en una mala dentición en la adultez, que la pobreza es tan miserable que hasta les quita la dignidad de la sonrisa a los pobres. Antes de despedirnos, me invitó a la celebración de la Pacha Mama, en uno de los barrios que la Tupac construyó en las afueras de San Salvador.

A los dos días fui al barrio. Eran cientos y cientos de casas realizadas por los trabajadores para ellos mismos. Desde el altar donde se realizó la ceremonia se veían las lomadas cubiertas de casas grises. Y en el centro unos piletones para que los pibes de los pobres pudieran disfrutar del agua en las vacaciones con la misma facilidad que los hijos de los ricos de las quintas de Yala, por ejemplo. Eso es igualdad, pero también dignidad. Tanto como el derecho a sonreír. O a la vivienda digna.

Muchas acusaciones mediáticas pesan sobre Milagro Sala. Que es corrupta, que es autoritaria, que es esto, que es lo otro. Si Jorge Lanata, quien dijo que Clarín era débil frente al gobierno Kirchnerista, la atacó, yo no puedo más que creer más en Milagro que en los voceros de unos de los poderes más poderosos de la Argentina. No me consta ninguna de las denuncias que pesan sobre ella. Sí puedo dar testimonio de su obra, de sus construcciones, de lo que hizo “organizadamente” por miles de familias jujeñas.

Quizás lo que más les duele a quienes la critican no es otra cosa que la capacidad de organizar a los sectores populares que tiene la Tupac frente a la imposibilidad de dar respuestas individuales a los pobres que tiene el capitalismo neoliberal.

Milagro puede ser “fea, sucia y mala” como dicen sus enemigos políticos. Pero hay algo que no pueden negarle: Ella hizo mucho más por los pobres de Jujuy que todos los Morales y los Macri juntos. Milagro es una presa política. Las democracias no tienen presos políticos. Quienes encarcelan a los otros por cuestiones políticas son tiranos.