Chubut Para Todos

Cataluña y los dilemas indentitarios del siglo XXI Por Fernando León

El periodista y escritor Juan Cruz escribe, en su columna para el diario El País, que “identidad” es una palabra peligrosa, utilizada tanto para definir quiénes somos como para excluir a quienes no opinan como nosotros. Pero hechos tan disímiles como el Brexit, el triunfo de Trump, el avance de la derecha en Europa y el independentismo en Cataluña forman parte de una batalla identitaria que subyace en el ánimo de todo Occidente.

Se trata de la lucha instaurada por el Nuevo Orden Mundial de la posguerra fría -lastimado en la crisis que dio origen a la Gran Recesión mundial del 2007, pero aún vigente-, ante el paradigma preexistente de los Estados-Nación que nacieron bajo las luces de la Revolución Francesa, aquellos que hoy siguen garantizándonos la legalidad, el orden social y los tres principios del humanismo del siglo XIX: libertad, igualdad y fraternidad.

No se trata de elegir entre uno u otro paradigma: ambos conviven, pelean encarnizadamente y cada tanto se reconcilian, pues el destino de uno parece íntimamente relacionado con el otro. La Globalización es -todos lo sabemos- algo irremediable: somos una aldea global. Pero, pase lo que pase, tampoco dejamos de ser quienes somos: argentinos, españoles, americanos u orientales.

Cataluña levanta la voz bajo la apariencia de un nacionalismo que, paradójicamente, exige el sacrificio del estado español y reclama una legalidad anterior a la vigente. Por esa razón España no encontró en estos días el apoyo de la Europa de Merkel, ese mix entre neoliberalismo ortodoxo y corrección política socialdemócrata, que diluye fronteras e identidades en aras de un futuro globalizado que promete resolver todos los problemas. Las autoridades europeas, temerosas de parecer antidemocráticas desautorizando un referéndum ilegal, se lavaron las manos alegando que “el de Cataluña es un problema interno del estado español”.

La firmeza conceptual vino a auxiliar a España del otro lado del Atlántico. Fue Trump, líder de la nación que impulsó la globalización y hoy encabeza la cruzada por la restauración de los valores nacionales, quien ayer, en la reunión bilateral con su par Mariano Rajoy, señaló: “Sería una tontería que Cataluña no siguiera en España” .

La decisión del presidente de la Generalidad de Cataluña, Carles Puigdemont, que convoca a un referéndum contradiciendo las órdenes del estado español, plantea un dilema de doble legalidad inadmisible para los estados-nación contemporáneos, pero atendible desde la lógica multinacional/multicultural imperante desde hace años en Europa. Una lógica contradictoria, que en el “estado” catalán ha conseguido unir a plutócratas de las grandes familias catalanas con la izquierda más radical, y ha terminado acorralando a aquellos catalanes que reclaman para sí la herencia histórica compartida con España. El mejor ejemplo de esta laxitud conceptual lo han dado los estudiantes de la Universitat Rovira i Virgili (Tarragona), que exigen la dimisión de un profesor por considerar que su defensa del estado español en los claustros es una “intolerable prueba de fascismo”.

Esta pulseada entre el nacionalismo de vieja escuela y el neoliberalismo multicultural del libre mercado va a continuar. De éste o de aquél lado del Atlántico, Occidente seguirá buscando reencontrarse con su identidad, con la legalidad que es su herencia judeocristiana y con aquellos valores nacionales vigentes, que no admiten la doble lectura y un revisionismo sistemático que hoy pone en tela de juicio hasta el legado de Cristobal Colón. Un borrón y cuenta nueva permanente que amenaza con habilitar a un flogger a reclamar la creación de un estado en la Patagonia o llevar las discusiones en materia legal hasta los días de la proscripción de manzanas en el paraíso de Eva y de Adán.

Frente a esta verdadera confusión generalizada que parece fruto de una crisis de liderazgos en Occidente, crece una inquietud en amplios sectores, hoy estigmatizados como retrógrados o nazis, que parece reclamar algo que en tiempos de flexibilización ideológica y moral parece haberse vuelto completamente fuera de lo común: el sentido común.

La vieja canción que el nostálgico Humphrey Bogart quería oír una y otra vez en Casablanca, ante un mundo que parecía caerse en pedazos, apelaba al recuerdo de aquellas cosas fundamentales que siguen vigentes más allá del paso del tiempo, de las que somos herederos y que afortunadamente aún sostienen el bienestar de nuestras sociedades.

You must remember this
A kiss is still a kiss
A sigh is just a sigh
The fundamental things apply
As time goes by

And when two lovers woo
They still say ,”I love you”
On that you can rely
No matter what the future brings
As time goes by

¿Tócala de nuevo, Sam?

*Abogado -UBA-. Analista internacional, especialista en Asuntos públicos

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