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Argentina, las formas y los fondos

Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner eran los dos presidentes imprevistos en la zaga de la democracia argentina post-dictadura. Ambos aparecieron contracorriente en dos escenarios turbulentos. Alfonsín, porque nadie podía imaginar cómo iba a ser una Argentina con miles de desaparecidos y militares que estaban en los cuarteles más un Banco Central vacío y vencimientos de deuda para los días posteriores a la asunción de un presidente despreciado por la línea nacional del balbinismo que había logrado ganarle, por primera vez en la historia, al peronismo en elecciones libres.

En el caso de Kirchner, no sólo era el protegido de Eduardo Duhalde, sino que llegaba al podio después de que dos peronistas conservadores, Carlos Reutemann y José Manuel De la Sota, declinaban ser candidatos. El santacruceño tomaba un país con registros de pobreza inéditos y un ahogo externo descomunal.

El inesperado, en 2015, fue Mauricio Macri. Con un partido creado apenas 12 años atrás, Macri logró que el radicalismo fuera detrás suyo para imponerse en elecciones libres, por segunda vez en la historia, al peronismo. Alfonsín y Kirchner afrontaron la crisis externa con recetas heterodoxas y una alta dosis de audacia. El primero, porque puso en Economía a Bernardo Grinspun, un hombre dispuesto a darle pelea frontal al FMI. Y lo hizo durante 14 meses, hasta que Alfonsín cedió a la presión financiera internacional y colocó a Juan Vital Sourrouille en lugar de Grinspun.

Nuevo Plan Austral

El nuevo plan Austral contemplaba fuertes retenciones (30% al agro y 20% a la industria) para sumar recursos a las arcas públicas. Aparecieron en escena los llamados capitanes de la industria, que eran en realidad los generales de la obra pública y los conglomerados económicos diversificados tan bien descriptos por quienes estudiaron la transformación argentina de la última dictadura, Daniel Aspiazu, Eduardo Basualdo y Miguel Khavisse.

El radicalismo en el poder cedía ante la patria contratista, muchos de sus principales figuras pasaban a ser lobbistas suyos. Por otra parte, no encontró diálogo con la dirigencia sindical y pagó el precio de impulsar una ley de asociaciones profesionales (la llamada ley Mucci) basada en la ingenua y perversa idea de fragmentar el gremialismo peronista. El alfonsinismo se consumió en luchas internas y cambios de rumbo pero lo devoraron el ahogo del sector externo y el sector más concentrado de los empresarios argentinos. América latina de fines de los ochenta pagaba el precio de estar en el centro de los planes de la Comisión Trilateral y del comienzo de la era de George Bush, con el Consenso de Washington como biblia: achicamiento feroz del Estado y privatizaciones para pagar parte de la deuda externa.

La llegada de Néstor Kirchner, en cambio, fue en el inicio de una nueva etapa para la región. De forma inesperada, el hasta entonces aventurero y golpista Hugo Chávez se convertía en el primer presidente constitucional de Venezuela que se disponía a nacionalizar el petróleo y acercarse al temible Fidel Castro. Habían pasado apenas 10 años de la jibarización del Consenso de Washington. Dos años después llegaba Lula, después de tres intentos frustrados de presentarse como candidato a presidente. Un nuevo horizonte se presentó en la región porque el crecimiento de China empujaba hacia arriba el precio de las materias primas y, por primera vez, América latina en vez de sufrir el deterioro de los términos de intercambio, se beneficiaba al exportar commodities.

El ciclo favorable fue aprovechado por los mandatarios de la región en beneficio de los más desposeídos, con planes de inclusión novedosos y políticas activas para no depender del endeudamiento externo. Sin embargo, en la Argentina, pese a que los precios externos seguían siendo favorables, a fines de 2011 el gobierno, tras ganar con el 54% de los votos, eligió un camino intentaba frenar la salida de dólares pero se empantanó. Para colmo, los precios de las materias primas, en 2014 y 2015, cayeron y nada indica que vuelvan a ser un auxilio para la región.

Entre Menem y Macri

Macri, a diferencia de Carlos Menem, no prometió cosas distintas a las que comenzó a hacer. En los primeros días devaluó la moneda, pese a que los precios internos subían antes de la unificación cambiaria. Dio condiciones cambiarias y fiscales a los exportadores al tiempo que consiguió apoyo de la banca internacional para auxiliar las reservas del Banco Central.

El PRO no ocultó que pretendía disciplina social y de inmediato demandó a los jueces que recurrieran a Gendarmería para liberar los cortes de calles, cosa que la semana pasada se cumplió con los trabajadores de Cresta Roja que cortaban la autopista Ricchieri en el ingreso al aeropuerto de Ezeiza.

El lado oscuro, visto con un mínimo de realismo, es que un importante sector de los votos populares fueron a Macri, no porque fueran seducidos por un mensaje engañoso sino porque mostraron cierto hartazgo del discurso kirchnerista y porque, además, tienen expectativas en el discurso del PRO.

Por otra parte, las arcas provinciales están agotadas y la mayoría de los gobernadores prefirieron el diálogo con Macri al llamado a una resistencia inicial. El peronismo va a necesitar un tiempo para saber si se fracturará, se mantendrá como un partido opositor o será el principal aliado del gobierno. El examen será también para la dispersa dirigencia gremial.

De momento, es inevitable reconocer que el fin de las restricciones cambiarias y de las retenciones permite reactivar las exportaciones y facilitar el ingreso de dólares, necesarios para las reservas del Banco Central y para la producción industrial, ya que ésta depende de los insumos importados en un 60% promedio. En cuanto al precio del dólar, si se toma en cuenta el valor que tenía en la era de Néstor, hoy podría rondar los 17 pesos, según cálculos de diversos economistas. Brasil, principal competidor en los agrocommodities, durante 2015 devaluó un 55% y es un país donde la inflación fue de algo más del 10% mientras que en la Argentina oscila en el 30%.

Las tendencias

Habrá que esperar la tendencia del precio del dólar y sobre todo del comportamiento de la inflación para tener un panorama más claro. Por otra parte, no se sabe cuál será la inversión privada real más allá de los dólares financieros que ingresen ni se conocen los planes de infraestructura, industria y vivienda, para corroborar si Macri va en camino de un neodesarrollismo o bien del neoliberalismo que conocimos y padecimos.

El humor social, tal como lo evalúan los expertos en opinión pública, no escapa a las generales de la ley en un recambio presidencial democrático: la imagen de Macri cosecha más adhesiones que en los días previos a las elecciones. Sin embargo, el coctel de CEOs, inflación, devaluación, decretos y uso de la fuerza represiva es altamente riesgoso para las nuevas autoridades. El PRO deberá tomar de su propia medicina. No muchos creían que las formas eran una cuestión de fondo en los últimos meses de campaña y, merced a ese recurso, quedó neutralizada buena parte de la batería argumental del cristinismo, que insistía en hablar de “el modelo” como una divisoria de aguas entre réprobos y elegidos cuando ni los mismos propagandistas de esa retórica sabían cómo argumentar y, sobre todo, porque en vez de entregarse al debate de ideas y opiniones, elegían el discurso único. Ahora, las principales espadas del gobierno se valen de argumentos temerarios: el ministro de Justicia Germán Garavano dijo que resulta imprescindible contrarrestar “la sanción insana de leyes sin consenso” a través de decretos presidenciales urgentes ¡Una Constitución ahí! Si la primavera republicana se termina en los primeros días es posible que el debate en los medios también empiece a inclinarse en otras direcciones.

Como en dictadura

Los ajustes, y lo que se vive en la Argentina es un ajuste, muchas veces fueron ejecutados por dictaduras feroces. Alguna vez, Carlos Menem ensayó con éxito un consenso social para cerrar fábricas, dejar obreros en la calle y flexibilizar el trabajo.

Hubo represión a la protesta social y asesinatos alevosos por parte de las fuerzas policiales. Sin las resistencias a los noventa no se explica el fin del menemato. Pero cabe recordar que Fernando De la Rúa ganó las elecciones en 1999 y cómo terminó su gobierno a fines de 2001, con la más feroz represión conocida en tres décadas de democracia. Macri lleva menos de tres semanas en la Casa Rosada y no es tiempo suficiente para hacer proyecciones idílicas ni catastróficas.

El mundo de las incertidumbres es el que está poblado de puntos de vista divergentes, de intereses en conflicto, de voces incómodas, de ideologías contrapuestas. Además, el mundo de las incertidumbres es el de los discursos cambiantes, de las ambigüedades, de las conveniencias pequeñas. Pero el mundo de las incertidumbres se nutre de los hechos, testarudos, que no son del gusto de los ansiosos ni de los dueños de las verdades consabidas.

La diversidad y la incertidumbre se llevan mal con los dogmáticos pero, sobre todo, se choca con el discurso del poder. El periodismo, entre otros territorios donde trata de nutrirse la opinión, tendrá una buena prueba de fuego en estos tiempos donde los GPS repetirán una y otra vez la palabra recalculando.

Por Eduardo Anguita