Chubut Para Todos

Alan Woods: “La URSS colapsó cuando no fue capaz de igualar los resultados del capitalismo”

En tiempos de tensiones nucleares, terrorismo global, auge de partidos xenófobos y desigualdades abismales, la historia ya no puede ser vista como un museo de ideas, afirma Woods. “Las clases dominantes tienen un miedo atroz a las revoluciones”, subraya.

“El centenario de la Revolución Rusa amerita pasar en limpio las lecciones que este acontecimiento clave del siglo pasado dejó al mundo.  El mensaje que le dan a las nuevas generaciones es que las revoluciones terminan siempre mal. Cuando hablo de la Revolución Rusa no hablo de historia antigua, de un fósil. Estoy hablando de hoy. La Revolución Rusa es el futuro de la humanidad”, afirma Alan Woods, escritor e intelectual británico, quien presentó en Buenos Aires su libro Bolchevismo, el camino a la revolución y participó del congreso internacional sobre los cien años de la revolución de octubre que organizó la Universidad Nacional de Rosario.

Woods está encomendado a la tarea rescatar el legado de Lenin y Trotski y de rebatir los argumentos de sus críticos. “Es el aniversario del acontecimiento más importante en toda la historia. Los economistas dicen que la revolución de octubre no sirvió para nada. La Rusia zarista era un país atrasadísimo, más atrasado de lo que Pakistán puede estar hoy”, sostiene en diálogo con PáginaI12. El pensador se pregunta también por las promesas de paz y prosperidad que los defensores de la economía de libre mercado hicieron tras la desintegración de la Unión Soviética. “Nuestro gran poeta nacional, William Shakespeare, alguna vez escribió que una rosa con otro nombre seguiría oliendo como una rosa. El capitalismo colapsó en 2008 y no hay paz en el mundo. El terrorismo se expande como una epidemia medieval”, apunta.

–¿Cuál cree que es el mayor legado de la Revolución Rusa?

–Como marxista que soy, para mí la revolución de octubre fue el acontecimiento más grande de la historia, en el sentido de que por primera vez, excepto la comuna de París, que fue algo breve, las masas, no la gente instruida que podía devorarse los tres tomos de El Capital, sino millones de hombres y mujeres comunes y corrientes, no organizados, instruidos solo por su instinto de clase, entran en la lucha y tumban un régimen monstruoso, opresor, que había durado centenares de años. Y lo hicieron tan fácilmente como un hombre quita un mosquito de su brazo. Eso es enormemente relevante para hoy, cuando el sistema capitalista no hace más que causar guerras, destrucción, opresión y horrores sin fin para la humanidad. La Revolución Rusa fue la más democrática y popular de la historia.

–¿Por qué un proceso revolucionario como el bolchevique desembocó en un régimen dictatorial bajo Stalin?  

–Hoy por hoy hay una avalancha de mentiras y distorsiones. Se dice que no hubo revolución, que Lenin y un grupito de conspiradores hicieron un golpe de Estado. Me gustaría conocer entonces la fórmula mágica que permite a un pequeño grupo tomar el poder en un país con 150 millones de habitantes. Pero la calumnia más grave es el intento de identificar el bolchevismo con el estalinismo. Son totalmente antagónicos. Si tú me dices que el estalinismo es el producto del leninismo me tienes que decir por qué Stalin tuvo que masacrar a todo el partido de Lenin. Todos los viejos bolcheviques fueron asesinados. La razón de que la revolución se degenerara no tiene nada que ver con las ideas de Lenin y Trotski, sino con el aislamiento de la revolución en condiciones de terrible atraso, que es la base del ascenso de la burocracia estalinista, sobre todo después de la muerte de Lenin, cuando Trotski dirigía una oposición de izquierda para defender las auténticas ideas de octubre.

–¿En qué momento piensa que la Revolución perdió el rumbo y ya no pudo cumplir sus objetivos?

–Incluso temprano, en el año 1936, en su libro La revolución traicionada, Trotski predice que la burocracia estalinista tarde o temprano iba a destruir la economía planificada. Y es justamente lo que pasó con el colapso de la Unión Soviética bajo Gorbachov. La economía planificada al principio tuvo enormes éxitos, transformando un país que era muy atrasado, semi feudal y analfabeto, en una potencia industrial de primer orden de importancia. La historia no conoce ningún proceso de transformación tan dramático. El problema es que una economía planificada necesita de la democracia, la democracia obrera, como el cuerpo humano necesita del oxígeno. Es el avance de la burocracia lo que estrangula la economía planificada, y eso se ve reflejado en una caída de la tasa de crecimiento. En los años 30 era de un 20 por ciento anual, algo increíble. Incluso después de la segunda guerra mundial era del 10 por ciento, que sigue siendo increíble, con pleno empleo y sin inflación. Pero ya en los años 60 empieza un descenso a menos del seis por ciento y bajo Brezhnev llega a cero. El marxismo dice que la base de todo progreso es el crecimiento de las fuerzas productivas. Una vez que la Unión Soviética no fue capaz de obtener los mismos resultados que el capitalismo, colapsó. Y tenía que colapsar. Luego vino la contrarrevolución capitalista, que por cierto supuso un grave revés para el pueblo ruso.

–¿Qué consecuencias a largo plazo tuvo el colapso de la Unión Soviética?

–Lo que fracasó en la Unión Soviética no fue en ningún sentido el socialismo como lo entiende Marx, Lenin o Trotski. Lo que fracasó fue un sistema burocrático y autoritario. En ese momento, cuando se produjo el colapso, los defensores del capitalismo estaban eufóricos y hablaban del fin del socialismo, del fin del comunismo. Francis Fukuyama hablaba del fin de la historia. Ellos preveían un futuro brillante gracias al libre mercado. Han pasado 25 años y hoy podemos afirmar que no queda piedra sobre piedra de esas predicciones. Al revés. En el 2008 la economía de libre mercado colapsó y diez años después la burguesía todavía sigue luchando para salir de la crisis y no lo está logrando. ¿Y quiénes pagan? Los obreros, la clase media, los desempleados, los pensionistas, los estudiantes, los enfermos. Todo el mundo paga la colosal deuda del sistema capitalista. Ahí está el balance de los últimos diez años del libre mercado.

–Cada vez que se produce una crisis económica de grandes proporciones se suele hablar de la “crisis terminal del capitalismo”. Pero el sistema siempre logra dar una vuelta de tuerca. El triunfo de Donald Trump o el de Emmanuel Macron parecen responder a esta lógica. ¿A qué costo se da esta permanencia del capitalismo?

–No existe tal cosa como la crisis final del capitalismo. Si la clase obrera no derrumba al capitalismo siempre van a encontrar la salida a cualquier crisis. Esa idea no explica nada sobre esta crisis concreta. Si bien es cierto que el capitalismo tiene ciertos resortes para salir de una crisis, incluso de una crisis profunda, el problema es que hoy esas soluciones están agotadas. Hay algo irónico en todo esto. Llevan décadas diciéndonos que el Estado no tiene que participar, y en la actualidad la economía de libre empresa solo existe debido a la intervención estatal. Lo único que han hecho en los últimos diez años es transformar el gigantesco agujero negro de las finanzas privadas de las bancas en un enorme agujero negro de las finanzas públicas, con recortes y ataques sobre el nivel de vida en todas partes. Cuando surja la siguiente crisis, que está preparándose en mi opinión, ya no podrán recurrir a estos recursos. Lo mismo que con el tipo de interés, que hoy en día está cercano a cero. Los capitalistas están en una situación difícil. Y son muy pesimistas.

–Usted pronostica una nueva crisis, y el escenario actual en Europa está marcado por el crecimiento de partidos de extrema derecha que demuestran ser electoralmente competitivos. ¿Qué podemos esperar de esa combinación?

–Bueno, en Francia Le Pen perdió. El problema es que hay una polarización a la derecha y a la izquierda. En Gran Bretaña tienes el fenómeno de Jeremy Corbyn, y en España a Podemos. En Grecia surgió Syriza. El problema es el colapso del centro que originó la actual situación de polarización. Es lo que pasa en Alemania. Se esperaba lo que sucedió con Alternativa para Alemania, a costa de los socialdemócratas y democristianos. Pero si juntas a la izquierda y a los verdes tienen más votos que Alternativa para Alemania.

–Pero no se trata de juntar votos, sino de la cantidad de personas que optaron por un partido xenófobo y racista y del hecho de que volviera la extrema derecha al Parlamento después de 70 años.

–Hay que ver de dónde vienen esos votos. Vienen de un colapso de los votos de los democristianos de Merkel y de los socialdemócratas. El problema fundamental es que la gente está buscando desesperadamente una salida de la crisis. Y en la medida en que la izquierda decepciona a la gente, se da un giro a la derecha. También se da lo contrario. Es el caso de Corbyn, Bernie Sanders y Jean-Luc Mélenchon.

–¿Cree que la extrema derecha está ganando la batalla por el electorado?

–Eso depende. El péndulo gira y lo que tenemos son giros violentos. En Francia, por ejemplo, el Partido Socialista ganó las elecciones anteriores por una aplastante mayoría. Lo que pasa es que decepcionó a la gente y eso preparó el ascenso de la derecha. Pero Le Pen perdió y Mélenchon ganó mucho. En el caso de Syriza, por otro lado, lo que vemos son las limitaciones del reformismo de izquierda. La crisis es tan profunda que no admite soluciones a medias. O bien la izquierda toma las medidas necesarias para nacionalizar y expropiar a los banqueros o no hay ninguna solución.

–Las tensiones entre Corea del Norte y Estados Unidos van en aumento. La guerra en Siria continúa. ¿Considera que puede desa- tarse algún enfrentamiento mayor que involucre a otros países? 

–Una guerra mundial es algo totalmente descartado por un tema de balance de fuerzas. Corea del Norte es un pequeño país pobre de Asia, es un pigmeo. Estados Unidos es el país más rico y potente de la historia. Tiene muchas más armas nucleares que Corea del Norte y que el resto del mundo. Y sin embargo son impotentes frente a Corea del Norte. ¿Qué pueden hacer? Militarmente no pueden hacer nada. Los norcoreanos están constantemente provocando. Y todos hacen mucho ruido. Sobre todo Trump, que no es el político más inteligente del mundo. Los norcoreanos se ríen de él. En Medio Oriente, Estados Unidos sufrió una derrota. Los que mandan en Siria son los rusos y los iraníes. Aunque no les guste tienen que aceptarlo. Lo mismo cuando Rusia ocupó Crimea. Hacen mucho ruido, muchas protestas. ¿Qué significa eso en la práctica? Putin se metió Crimea en el bolsillo. Obama quiso intervenir en Siria y no pudo por la oposición del pueblo, que está cansado de aventuras militares. Lo mismo pasó en Gran Bretaña. La situación es complicada, pero los capitalistas no hacen guerras para divertirse. Hacen guerras para conquistar mercados y esferas de influencia. Hoy es un juego muy arriesgado, más cuando hay armas nucleares de por medio.

–En América latina estamos viviendo un giro a la derecha después de una década de gobiernos de izquierda. ¿Cuánto hay de responsabilidad en esos proyectos y cuánto de agotamiento de un ciclo?

–Lo que dije sobre Grecia es aplicable a la Argentina. En la medida en que Cristina Kirchner decepcionó a la gente, preparó el triunfo de Macri. Pero Macri no tiene mucho futuro, porque no tiene nada que ofrecer al pueblo argentino. Lo mismo se puede decir de Brasil. Venezuela es un caso dramático. En Venezuela sí había una revolución, de eso no hay dudas. Creo que Chávez quería hacer la revolución pero no sabía cómo. Estaba rodeado de burócratas y reformistas. Yo le dije a Chávez, y lo repetí en mítines de masas y en la televisión, que no se puede hacer una revolución a medias. Es decir, o la revolución termina con la burguesía, los banqueros o los capitalistas o van a terminar ellos con la revolución. Lamentablemente, es la segunda opción la que se está cumpliendo.

–¿Cree realmente que hay una revolución en Venezuela?

–Había. Trotski explica que una revolución es una situación en la que las masas empiezan a participar en la política y a tomar su destino en sus manos. Podrían haber tenido éxito en Venezuela. Pero otra vez se trata de un problema de dirección.

–¿Qué salió mal entonces?    

–En Venezuela se hicieron cosas interesantes. Hubo una reforma agraria parcial y se hicieron reformas en la educación y la salud. Pero la cuestión central era la expropiación de los capitalistas, terratenientes y banqueros. Eso no se hizo. Intentaron combinar economía planificada y economía de mercado, algo imposible. Eso produjo una situación caótica, que favorece a la derecha y a la contrarrevolución.

Tampoco ayuda ser un país dependiente del petróleo y no haber diversificado la producción. La caída del precio del petróleo es un factor muy importante en la crisis. Pero también hay un sabotaje sistemático por parte de los capitalistas y un caos generado por la economía de mercado. Las limitaciones del reformismo son las que no permiten avanzar hacia un socialismo de verdad.

–Cuba está en un proceso de reformas. ¿Hacia dónde va a llevar ese proceso la Revolución?  

–Socialismo en un solo país es imposible. Si no fue posible en Rusia o en China, cómo puede serlo en una pequeña isla. Menos en una isla agarrada de los Estados Unidos. Los imperialistas norteamericanos han sido muy cortos de visión, porque es el embargo el que ha fortalecido al régimen. La mejor forma de derrotar la Revolución Cubana sería abrir el comercio y las inversiones, que fue la idea de Obama. Con Trump es todo lo contrario. Cuba no puede existir sin la revolución socialista en América latina. Si fracasa la revolución venezolana los cubanos la tienen muy difícil.

–¿Son compatibles democracia y capitalismo?

–Obviamente son compatibles porque así ha sido durante mucho tiempo. Y desde el punto de vista de la burguesía es el sistema más eficaz para controlar a la clase trabajadora. Lo que pasa es que en la medida en que hay una amenaza de lucha de clases, todos los países restringen los derechos cada vez más. Es inevitable que eso suceda. Están preparándose para un enfrentamiento serio.